Cuando Tom Wolfe (1931) escribe una novela, escoge una ciudad (Nueva York en el caso de La hoguera de las vanidades, Atlanta en el caso de Todo un hombre) y la disecta como a un animal de laboratorio. Por eso se tarda tanto entre novela y novela, entre Yo soy Charlotte Simmons (2004) y Back to Blood (2012) se tomó 8 años, tres años menos del intervalo entre La Hoguera de las vanidades (1987) y Todo un hombre(1998).
En el caso de Back to Blood (De regreso a la sangre), Wolfe eligió una ciudad relativamente joven porque aunque fuera fundada en el siglo XIX, la principal metrópolis del sur de los Estados Unidos era percibida hasta hace 50 años como una comunidad de retiro de clima cálido, habitada por viejitos clase media, ciudad apacible, de playas de arena blanca, bordeada de naranjales y de pantanos infectados de cocodrilos.
Pero un repentino giro político en una pequeña isla del Caribe a pocos kilómetros al sureste de los Estados Unidos, hizo que entre el sueño revolucionario y el American Dream apenas se interpusiera un arriesgado trayecto en balsa, convirtiendo en pocas décadas al sur del estado Florida, según Wikipedia, en la cuarta área urbana más grande de los Estados Unidos con una población aproximada de 5.5 millones de habitantes, que incluye varios condados, y que Miami en sí, con poco más de 400 mil almas, en el año 2009 fuera considerada por la revista Forbes como la ciudad cuyos habitantes tienen mayor poder adquisitivo en los Estados Unidos.
Precisamente sobre esta ciudad de inmigrantes recientes, sobre esta urbe donde algunos de sus vecinos tienen un poder adquisitivo superior al gasto total de sus países de origen, posa su lupa Tom Wolfe en Back to Blood, describiendo a Miami como un lugar que "si realmente queremos entender hay que darse cuenta de que en Miami todo el mundo odia a todo el mundo".
Varias tramas se entrelazan en Back to blood, siendo los principales conductores del hilo narrativo una pareja de jóvenes de Hialeah, barrio de inmigrantes cubanos "que quizás no es América, ni siquiera Miami. Si el mundo no es un ghetto, Hialeah es una cajita donde se crece creyendo que es la norma en el mundo": Néstor Camacho y Magdalena Otero, norteamericanos de primera generación, que piensan y socializan en inglés, aunque en sus casas solo se habla español.
A Néstor, escultural policía de la guardia costera de 25 años, le toca realizar la proeza de rescatar a un balsero cubano (que según Wolfe ya no llegan en balsa sino en modernas lanchas) asido a un mástil, el disidente está demasiado asustado para bajar. Como el rescate se realiza en el mar, por ley, el balsero será devuelto a Cuba, lo que genera la ira de la comunidad cubana en Miami que lejos de ver a Néstor como a un héroe por haber rescatado de una inminente caída al atemorizado balsero, lo ve como un traidor de raza por haber devuelto a la miseria revolucionaria a un pobre hombre "a 18 metros de distancia de la libertad".
En el caso de la enfermera Magdalena, gracias a su imponente atractivo físico y a la relación con su jefe, un psiquiatra famoso en televisión como experto de las adicciones a la pornografía, la bella Otero logra codearse en ese mundo de los muy muy ricos, tan ricos, que hay quien es capaz de donar 70 millones de dólares en Maleviches y Kandinskys -entre otros artistas abstractos- para fundar un Museo de Arte Moderno de primera en una ciudad que hasta el Art Basel (feria anual de arte contemporáneo), jamás se había destacado por su cultura.
Entre estas dos tramas se mueven los intereses y debilidades de la comunidad brown, como somos considerados en los Estados Unidos los hispanoamericanos no importa el color (breve mención a Westonzuela), además de la comunidad rusa, la comunidad haitiana, la comunidad afroamericana -en perenne conflicto con el poderío cubano-, y aquella ínfima minoría en Miami, los Wasps: blancos anglosajones protestantes, como el periodista John Smith, graduado en Yale, dispuesto a develar, caiga quien caiga, uno de los mayores escándalos del mundo del arte del que se tenga historia.
Orgías de papi-papis, reality shows, avispados consejeros de las colecciones de arte de las nuevas fortunas; la hipocresía de los editores de prensa; chantajes emocionales de las distintas comunidades; You Tube, redes sociales... Wolfe desplaza por esta quinta paila del infierno a sus incautos protagonistas como héroes involuntarios, sobre todo Néstor, sobre quien se va narrando su historia en tercera persona de manera subjetiva, al estilo de Wolfe, al diablo la corrección política, excesivamente onomatopéyico, personajes estereotipados, puntos suspensivos para regalar, inclusive inventándose nuevos signos de puntuación como bloques de dos puntos para captar la voz interior de los personajes.
Así es Wolfe, no para todos los gustos. Pero eso sí, jamás aburrido.
De regreso a la sangre será publicado en español por Anagrama.
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