viernes, 18 de mayo de 2018

Un tobo de agua


Hace años, pero no tantos, ya en época de Chávez, recuerdo una hermosa crónica de Milagros Socorro escrita en forma de carta a su hijo adolescente, sobre las necesidades en otros países que nosotros los venezolanos, por lo menos los caraqueños, éramos incapaces de imaginar. Por ejemplo algo que cualquier muchacho moderno daría por sentado, levantarse en la mañana y abrir el chorro de agua para lavarse la cara y los dientes, en muchos países donde escasea el agua y la tecnología, hasta en zonas remotas de Venezuela, verían ese chorro de agua como de una galaxia lejana.
Lo que sociedades modernas y civilizadas dan por sentado, como derecho adquirido, algo que pareciera tan sencillo como es el acceso al agua corriente, en muchos lugares del mundo es un bien escaso y por lo tanto preciado. Lo que indigna es que una sociedad que lograra en un pasado no tan remoto haber construido una de las represas más modernas del mundo, el Embalse de Guri, apostando por el progreso, creyendo que se garantizaba que Venezuela no tendría jamás problemas de energía por ser uno de los países con las mayores reservas de agua del planeta, henos aquí en el año 2018, en esta gesta revolucionaria que ya va para veinte años en el poder, que por irresponsabilidad, falta inversión y de mantenimiento en los embalses de agua, ese muchacho que se levanta todas las mañanas para ir a la escuela sin contar un chorro de agua con que lavarse los dientes y la cara, bien puede ser un chamo de cualquier barrio, caserío o urbanización en Venezuela.
En días pasados una valiente amiga me invitó a almorzar a su casa junto con dos amigas más, ya muy pocas caraqueñas salimos a almorzar a un restaurante con las panas que aquí nos quedan, hoy inventamos reunirnos en una casa.
Antes a una la invitaban a almorzar y decía ¿Qué te llevo? y por educación se ofrecía llevar un postre o un vino o algo para picar. Pero de Maduro para acá ya nadie ofrece nada más allá de una ensalada. Y sin aguacate porque está por las nubes. Pero al final la educación prevalece: 
"Mate ¿qué te llevamos?". 
"Si quieren tomar vino, traigan vino, si no, tengo cerveza para ofrecerles".
Tomamos cerveza. 
Pero lo más admirable de mi amiga María Teresa no es que haya preparado un suculento almuerzo para tres de sus amigas sin nadie que la ayudara porque la señora que trabajaba en su casa por día hace meses emigró a Oviedo, España, lo más sorprendente es que Mate haya decidido recibir en su apartamento en Caracas sin una gota de agua. 
"La tienen racionada, la ponen una hora en la mañana y una hora en la nochecita, tranquilas, pongámonos al día, que yo lavo después". 
Y ese es un edificio con suerte, hay condominios que pasan días sin que les llegue el agua de Hidrocapital, y tienen que comprarla de costosos camiones cisternas para parapetarse. 
En mi edificio, toco madera, el agua casi nunca falta, pero de vez en cuando llega con tierra que da asco bañarse, y si se lava la ropa sale marrón. Pero por lo menos se pueden bajar los baños. 
En Venezuela se nos va normalizando la miseria, hace unos meses me fui a servir un vaso de agua y una larva nadaba feliz en el fondo de la jarra. Pasé como tres días apunta de alcohol y bebidas enlatadas.  Hay quienes dicen que para qué comprar agua de botellón, que mejor comprar un buen filtro o hervir el agua, pero ante la falta de agua corriente y ante el agua que llega marrón, no hay filtro ni agua hervida que valga. Hace tres semanas el botellón estaba a sesenta mil bolívares que entonces costaba pagar porque no se conseguía efectivo, subió a ciento cincuenta mil, y ayer cuando el señor del camión vino a traer los dos botellones que usa nuestra familia por semana, me advirtió que para la semana entrante venía cada botellón a trescientos mil bolívares. 
Ojalá que sin larvas incluidas. 
Y pensar que hasta el año pasado yo sacaba sencillo de la cartera para pagar el agua, y con lo que sobraba le daba propina al señor que le alcanzaba para un café, y si no tenía dinero, el señor, que es un viejito bien viejito, me fiaba: "No se preocupe me paga la semana que viene". 
Hoy ni se fía ni se da propina, hoy se paga por transferencia. 
Esta escasez de agua, el almuerzo en casa de Mate, y la vieja crónica de Milagros, me hicieron regresar a una de las novelas más hermosas que he leído este año: "La flor púrpura" de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie que trata de otro país revolucionado: Nigeria en los años 80. La pequeña Kambili vive con sus padres y su hermano en una confortable casa en la ciudad. El papá de Kambili si bien es un líder de la oposición en un país con un gobierno militar totalitario, como editor de un periódico les puede garantizar una vida cómoda a su familia, pero por una serie de eventos que no les voy a contar, los niños se instalan durante unas semanas con su tía y primos en las afueras de la ciudad. 
La tía trata que sus sobrinos se sientan lo más cómodos posibles en una casa, que a diferencia de donde ellos viven, hay más cariño que lujos. Pero no tardan en enfrentarse los niños del campo y los de la ciudad, la razón, el agua que los de la ciudad daban por sentado, para los del campo era un bien que había que ahorrar.  
La primera sorpresa se la llevó Kambili cuando fue al baño y no pudo bajar la cadena. La tía Ifeoma le explica avergonzada que como están escasos de agua, si es solo pipí, esperan a que toda la familia vaya, para después llenar el tanque con un tobo agua, y bajar la cadena. 
 La prima Amaka se burla de su prima Kambili:
"Estoy segura que en tu casa tiras de la cadena una vez cada hora, solo para que el agua esté limpia, pero aquí no es así". 
 Un tobo de agua para bajar varias meadas, bien podría describir hoy el mayor porcentaje de las casas venezolanas, y hasta los principales aeropuertos donde a los turistas los reciben con un tobo con agua para que dispongan de sus necesidades. 

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