jueves, 28 de junio de 2018

Un tipo de pinga


La actual crisis monetaria por la hiperflación y la falta de efectivo, razones por las cuales este año 2018 el venezolano no tiene ni con qué pagar el transporte público, y que las propinas se den con galletas y cambures, aunque sea de las peores que recuerde, no es la primera crisis monetaria que me ha tocado vivir en Venezuela en mis más de cinco décadas de vida.
De estas crisis sufridas por nuestra cada vez más escuálida moneda nacional, una de las más absurdas que recuerde fue cuando en los años noventa los venezolanos nos quedamos sin monedasLa razón fue similar a una de la causas por la cual hoy en Venezuela es tan difícil conseguir billetes: el valor del material con el que estaban hechas las monedas resultaba superior a lo que se podía comprar con ellas. 
Si hoy la falta de billetes en Venezuela se ha vuelto una hecatombe económica, en los noventa la falta de sencillo -que no duró mucho tiempo- no pasó de la categoría de incidente molesto, aunque entonces nos lleváramos las manos a la cabeza pensando: "Un país sin monedas, ¿acaso se puede caer más bajo?".

La reciente historia revolucionaria ha demostrado a los venezolanos que siempre se puede caer pero mucho, mucho más bajo.

Recordar esa época en la que Caracas seguía siendo una de las ciudades más envidiadas de América Latina, a pesar de que ya se empezaban a sentir los primeros sacudones políticos y económicos, en especial recordar cuando no tener monedas en el bolsillo era uno de los mayores disgustos cívicos del venezolano de los 90, me hizo recordar a un personaje que orbitaba en mi tribu de juventud, aunque nunca llegó a ser mi amigo.
Por respeto a su familia y a su memoria porque murió hace más de veinte años, llamémoslo Axel.
Axel sin duda era un tipo buenmozo: alto, rubio, con el porte de un príncipe de Luxemburgo, es decir, tan soso como un príncipe de Luxemburgo. Cero atractivo por lo menos para mi y mis amigas a quien nos parecía demasiado sifrino hasta para nuestros niveles de sifrinería, que tampoco eran bajos. Su actitud era como de un Marqués a quien le tocó por error vivir entre plebeyos. O por lo menos esa era la vibra que daba. 
No cabe duda que Axel tenía su público, pero para mi particular tribu de panas salir con Axel sería tremenda raya. Y seguro que para él mi tribu de amigas no era ni material para el Miss Venezuela ni Gucci enough.
Por eso me sorprendió tanto cuando haciendo nuestra lista de invitados a la boda, mi futuro marido, tan  sencillote, insistiera que invitáramos a Axel: 
-¿Y de cuándo acá tu eres amigo de Axel?- le pregunté sorprendida.
-Es mi pana del alma. 
-Pero si en todo el tiempo que tenemos de novios nunca me has dicho para salir con Axel y quien sea la miss con la que ande, ni siquiera me lo has nombrado ¿qué tipo de pana del alma es ese?
-Estudiamos juntos en la universidad, sé que parece tremendo sifrino pero esa es solo la imagen que da, cuando lo conoces bien te das cuenta que es un tipo de pinga, buen amigo. Que nunca te lo haya nombrado o que no hayamos salido con él, no quita que le tenga aprecio, y se ofendería si no lo invito. 
Como yo no era quién para cuestionar las amistades de mi futuro esposo y tampoco me gustaría que el comenzara a cuestionar la ecléctica calidad de mis amistades invitadas, en un pacto de no agresión agregué a Axel a la lista, a sabiendas que imagen o no, subiría el coeficiente sifrino de la noche.

A la hora de repartir las invitaciones nos dividimos la tarea, el novio repartiría las tarjetas del sureste de la ciudad, donde vivía con su familia, yo las del noreste. Tarjeta de Axel incluida. El día antes de la boda, encontré la tarjeta de Axel entre unos papeles en la guantera del carro, se me había pasado entregársela, ya era muy tarde para hacerlo. Imaginé que entre tantos amigos invitados, mi futuro marido no extrañaría la ausencia de su antiguo pana de la universidad.
Pero en plena Luna de Miel me comentó: "Qué raro que Axel no fue al matrimonio ni mandara regalo".
"Debe ser que estaba de viaje", pensé en decirle, pero como una mentira no es manera de comenzar un matrimonio, le confesé que no llegué a entregar la tarjeta por descuido.
Fue uno de nuestros primeros disgustos de casados que se amainó con la promesa que la próxima vez que nos encontráramos con Axel, le pediría disculpas responsabilizándome de haber perdido su tarjeta en medio del desorden del carro.
 Como en esa época la gente que se iba de Venezuela era por temporadas cortas, no para emigrar,  uno tenía la certeza que en este pueblo grande que era Caracas, más temprano que tarde, nos volveríamos a encontrar. 
Como tres años pasaron sin toparnos con Axel ni en el club, ni en una fiesta, ni de manera casual,   sabíamos que seguía viviendo en Caracas porque vimos su matrimonio reseñado en las crónicas sociales, fastuoso evento al cual, por supuesto, no nos invitó.
Repito, en los años noventa casi todos los amigos vivíamos en Venezuela y nadie ni en su peor pesadilla podría imaginar que emigrar sería cuestión de supervivencia.

La última vez que supe de Axel, o creo haber sabido de él, fue de manera casual cuando mi amiga Rosa Helena vino una tarde a mi casa a intercambiar libros, y me contó una anécdota, porque "seguro tu conoces el personaje, un rubio buenmozo en una Range".
Si yo consideraba a Axel el rey de los sifrinos entre los sifrinos, por lo visto mi amiga Rosa me consideraba a mi toda una connosieur en el tema. No sabía si ofenderme, ¿cómo diablos voy a poder determinar la identidad del misterioso catire de la Range? Eso era tan genérico como identificar a una flaca en un Corolla.
Pero cuando Rosa terminó el cuento del catire de la Range, inmediatamente pensé que tenía que ser Axel, quien no llegó a vivir para corroborarlo, ni siquiera sé si tenía una Range, pero todavía hoy podría apostar que se trataba de él.
Recordar la anécdota urbana narrada hace tantos años por mi amiga Rosa me regresa al tema de la crisis del sencillo en la Venezuela de los 90, cuando el níquel con el que estaban hechas las monedas era superior a su valor de adquisición. La clase media-alta sentía el impacto de la falta de sencillo sobre todo a la hora de pagar los estacionamientos porque las fracciones de hora se cobraban en fracciones de bolívares y en esa época todavía ni soñar con punto de venta. Es decir, si fuiste al cine y el estacionamiento te costó 7,50 bs, era muy probable que cuando fueras a cancelar a la salida si no tenías el monto exacto a pagar, te dijeran: "Amiga, no tengo vuelto, ¿cómo hacemos?".
La solución de ese "cómo hacemos" generaba enormes colas de carros en los estacionamientos porque si bien no faltaba quienes dijeran: "Déjalo así", había quienes peleaban su vuelto como quien pelea una herencia. La solución que encontraron los dueños de estacionamiento fue tener Frunas,   Torontos, lápices, sacapuntas de hierro; cualquier menudencia que pudiera compensar las monedas en falta. Prendas que la mayoría aceptaba resignada y hasta complacida, ¿quién puede decirle que no a un Toronto? Sin embargo algunos insistían hasta los gritos en obtener su vuelto, y para los más peleones quedaban las pocas monedas disponibles. 
En una de esas largas colas para pagar el estacionamiento del Centro Ciudad Comercial Tamanaco se encontraba Rosa Helena esperando resignada su turno. Cuando Rosa casi llegaba, teniendo solo dos o tres carros por delante, de repente un carrito apareció de la nada coleándose en un descuido del conductor de la Range que estaba frente al carro de Rosa.
Sifrino o no, nada resulta más indignante que se te coleen, el conductor de la Range "-un catire buenmozo que parecía un príncipe de Disney con tremenda pinta de sifrino-" según la descripción de mi amiga, abrió su vidrio, hasta entonces cerrado por el confort del aire acondicionado, para insultar al conductor del carrito coleado, que resultó una conductora: una muchacha que con desparpajo sacó la cabeza para gritarle al catire ante su comprensible indignación:
"¿Acaso tu no sabes que el mundo es de los vivos?".
Lejos de resignarse a que se le colearon, el catire decidió tomar acción, aprovechando el poderío de su carro, mataburros incluido, le puso la mocha a la Range hasta que a punta de golpecitos, logró sacar a un lado de la cola el carrito de la muchacha cuando ya casi llegaba a pagar.
Todo pasó en cuestión de segundos, el catire de la Range pagó sin esperar vuelto no sin antes gritarle a la avispada muchacha que después de autocelebrar su viveza, ahora lloraba ante su carro con el parachoques abollado:
"¡Te equivocas nena, el mundo es de los ricos!".

Tras la temprana muerte de Axel siempre me quedé con la duda: ¿habrá sido Axel el conductor de la Range? mi marido todavía insiste que no, que esa es una leyenda urbana, que él no sabe por qué yo siempre le tuve idea a su pana, que era un caballero, un tipo de pinga. Y aunque no fueron a sus respectivos matrimonios, mi marido fue al entierro de Axel cuando murió en un accidente, sin llegar a saber que su compañero de universidad nunca le hizo un desaire, que siempre lo consideró su amigo
tampoco llegó Axel a saber que algún día los vivos se apoderarían de Venezuela para hacerse inmensamente ricos.

La foto la tomé de Internet para ilustrar el artículo, lo más cercano que encontré en la web que coincidiera con la descripción: "catire en los 90 con una Range". 




2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Hola Adriana.
Estoy copiando la entrada en un pendrive para leerla en mi casa. El problema es que el internet acá en Coro es muy deficiente, por eso tengo que hacer eso.
En otro orden, he comentado en tus últimos tres artículos y no te has podido dar cuenta, tampoco has podido visitar mi blog...Por fa, dale un vistazo.

Adriana Villanueva dijo...

Disculpa Alí,

no me había fijado en tus comentarios en el blog, a veces no llegan las notificaciones, voy a revisar por qué, en Caracas Internet también está vuelto un desastre que exaspera navegar, aunque imagino que en menor grado que en Coro, también me está afectando los ojos mucho leer en computadora, por eso no entro casi en la red.

Prometo visitar Tigrero pronto,

saludos