miércoles, 13 de junio de 2018

Mi primera Feria del Libro en Madrid


Si algunos sueñan con lanzarse en paracaídas, otros con ver la aurora boreal, y hay quienes no quieren morir sin visitar Machu Picchu, de primero en mi lista de sueños por realizar estaba conocer una importante feria del libro internacional porque siempre he disfrutado hasta del más paupérrimo festín del libro en Caracas. Durante mucho tiempo ni siquiera falté a las ferias del libro organizadas por los carcamales revolucionarios -tengo como cinco años que no voy- y mientras yo gozando como chino en tranvía a pesar de la escasa oferta de novedades, o ante cualquier presentación de un escritor nacional o extranjero (la última que recuerdo fue a Laura Restrepo presentando Hot Sur frente al Obelisco de la Plaza Altamira), nunca faltó en medio de mi entusiasmo provinciano un cortanota que comentara con displicencia la mierda del Festival de la Lectura en nuestra tan devaluada capital en comparación con ferias en otras ciudades de habla hispana como Buenos Aires, Bogotá, Madrid o Guadalajara. 
Sin duda no les faltaría razón en cuanto a oferta de libros impresos se trata, pero desde que leo en formato digital y gracias al acceso por Internet a tantos portales literarios y prensa extranjera, no me siento tan aislada en cuanto a materia literaria se refiere, a pesar de que Venezuela culturalmente ha retrocedido a niveles de hato zamorano tras dos décadas de hegemonía revolucionaria. Pero en lo que en nuestros Festivales del Libro falta en recursos y oferta, se compensa en mística de sus organizadores y entusiasmo ciudadano. 
 Si bien disfrutara nuestros cada vez más austeros Festivales de la Lectura en la Plaza Altamira (las Ferias pasaron a ser parte del Copyright estatal), no perdía la esperanza que algún día coincidiría con una Feria del Libro en una ciudad no arrasada por la barbarie revolucionaria. Hasta que por fin en mayo de 2017 logré coronar mi primera Feria del Libro en una Meca literaria: Buenos Aires. 
Quizás porque la llegada a la ciudad de Borges, Cortazar y Bioy, coincidió con el último día de la 43ª Feria Internacional del Libro; no se cumplió la experiencia religiosa que esperaba de ella, me sentí abrumada ante la avasalladora oferta de libros en el inmenso espacio cerrado, como cualquier venezolano cuando sale de nuestras fronteras y entra a un supermercado se abruma al ver tantos productos que en un país normal se dan por contado, y que en Venezuela están desaparecidos, o son difíciles de conseguir. 
La verdadera experiencia religiosa la viví un año después en la 77ª Feria del Libro en Madrid ubicada de ancho a ancho en el Parque El Retiro. Caminando por entre las casetas colmadas de todo tipo de libros que desde hace años ni soñar en nuestras librerías, bajo el cielo azul en el todavía clima primaveral, me di cuenta que mi problema con la Feria del Libro en Buenos Aires mas allá de la abrumadora oferta viniendo yo de un país donde no se consiguen libros impresos ni de los más importantes autores coterráneos, fue que se efectuó en un lugar cerrado. Porque en Caracas, a pesar de tanta carestía, los organizadores de estos eventos literarios han aprovechado al máximo el privilegio de vivir en eterna primavera, logrando fusionar la fiesta del libro con la ciudad en lugares como el Parque del Este y los Caobos, y en las plazas Alfredo Sadel y Altamira.
 No pretendo pecar de nacionalismos ridículos y compararnos con las Ferias Internacionales del Libro en Buenos Aires y Madrid. Caracas está a años luz de ambas ciudades en materia editorial, sería como comparar la Edad Media con el Renacimiento. La feria en el Parque El Retiro con más de trescientos expositores me tomó tres días de lluvia y sol recorrerla, y no llegué a realizar el recorrido completo ni con el detenimiento que me habría gustado. Tampoco logré ver ni por asomo a todos los escritores admirados por esta groupie que se presentaron este año a firmar ejemplares: por dos días me perdí que el Nobel J.M Coetzee me dedicara sus "Siete cuentos morales". 
No me quejo, conseguí la dedicatoria de cuatro escritores para mi entrañables que con excepción de la de Boris Izaguirre, ya contaré porqué, quizás por la sobreoferta de firmas (durante las dos semanas que duró la Feria se presentaron en El Retiro más de dos mil autores a dedicar sus libros) me tomó menos tiempo de espera conseguir la dedicatoria de aclamadas plumas de habla hispana que la firma de cualquier pana escritor en la caseta de Alfadil en la Plaza Altamira.


La primera firma la conseguí por casualidad gracias a la amiga Adriana Bertorelli, publicista/poeta radicada en Madrid, a quien llamé para pedirle una dirección, y me contó que estaba saliendo para el parque porque el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince estaba en la caseta 64 firmando libros. Corrí a su encuentro como si me hubiese dicho que Mick Jagger y Keith Richards estaban firmando copias de Beggars Banquet. Acostumbrada a las Ferias del Libro caraqueñas donde un escritor como Héctor Abad habría necesitado seguridad no para protegerlo de los malandros sino del acoso de sus fans, esperaba encontrar al autor de "El Olvido que Seremos" rodeado de entusiastas de su pluma, para mi gran suerte lo encontré más solo que cualquier escritor inédito presentando su primer libro de relatos. 
De una simpatía natural frente a esta venezolana que se le acercó de lo más fresca tuteándolo, diciéndole que en nuestro país lo admirábamos casi que como a un Beatle, como no tenía libro reciente que presentar, me preguntó cuál de sus obras quería que me dedicara. Me costó escoger porque las tengo casi todas, me llevé "Fragmentos de Amor Furtivo" (Alfaguara, 1998), la única que no tenía. Cordial accedió a tomarse una foto que no fuera selfie, invitándome a entrar en la caseta para que la foto saliera mejor. 
"¡Ay que pena con usted!", porque en la foto no disimulo la cara de felicidad.

Esa misma noche, a pesar de que estaba pronosticada una tormenta, regresé a El Retiro sabiendo que a partir de las siete mi querido amigo Boris Izaguirre estaría firmando su más reciente novela: "Tiempo de Tormentas" (Planeta, 2018). Esta vez fui acompañada de mi marido quien no es ni de ferias ni de gentíos. Cuando llegamos al parque la lluvia comenzaba arreciar y la cola esperando por la firma del escritor venezolano que se hizo famoso en España gracias a la TV con Crónicas Marcianas, nada que se movía. Frente a nosotros una familia soportaba el aguacero con paciencia, incluida una bebé en su cochecito, hasta que empezaron los rayos, y sus padres se llevaron a la criatura. 
Yo estaba semi-protegida del agua por una chaqueta impermeable con capucha. Mi pobre marido no, me acompañaba mentando madre que si no lo mataba un rayo lo mataba una pulmonía porque cómo olvidé el paraguas si sabía que venía lluvia. Le dije que tranquilo, apenas teníamos como seis personas por delante, aunque más bien eran como seis parejas. 
Boris, siendo Boris, seis parejas por delante es una multitud: a cada persona que le tendía un libro para que se lo firmara con su tradicional bolígrafo de tinta roja, le dedicaba varios minutos de conversación haciéndola sentir como el ser más fascinante con el que se hubiese topado esa noche en El Parque El Retiro. 
 La alegría pareció escalar cuando en lugar de un lector desconocido, se encontró Boris con esta vieja amiga de cuando en Caracas se rumbeaba en el Gala y en el Mambo, y nosotros compartíamos el cariño de Isaac Chocrón y la lectura de Dominick Dunne. Nos faltaba unos gin tonics para celebrar el encuentro, Boris tan divino como siempre y mi marido y yo cero glamour como un par de pollos mojados salidos de un tiempo de tormentas, entrañable novela que ya de regreso en Caracas, devoré en dos días. Boris hábilmente novela su biografía en la que rinde homenaje a su familia por siempre apoyarlo en su extraordinaria manera de ser, en especial a su madre a quien desde niño llamó por su nombre: Belén.
Leyendo "Tiempo de Tormentas" me sentí como extra de la historia, testigo de un país, de una sociedad, que naufraga irremediablemente.


 Todavía bajo la tormenta, obligué a mi marido a una última parada en el parque El Retiro porque esa señora tan solita en esa caseta es nada más y nada menos que la loca de la casa, Rosa Montero, y como tu comprenderás, de loca de la casa a loca de la casa, yo no me puedo ir sin que me dedique su "Nosotras".
Recién publicada por Alfaguara, "Nosotras" es la compilación de tres libros de semblanzas de mujeres célebres escritas por Rosa Montero, ilustradas por María Herreros. 
Entre lo que pude percatarme en esta feria del libro fue del extra esfuerzo que tienen que hacer hoy los editores de libros impresos para que no se los coman los digitales: el libro como objeto que el lector no se conforme solo con leer, también deseé poseer en físico. 
La  autora  de La Hija del Caníbal -novela que recuerdo cada vez que en un aeropuerto mi esposo me dice: "Ya vengo, voy para el baño"-, en su dedicatoria pintó una estrellita fucsia como la portada del libro.
Pensé que esa estrellita cerraría este ciclo de colección de firmas cuando me enteré que al día siguiente estaría firmando ejemplares de su última novela uno de mis ídolos literarios: Antonio Muñoz Molina.

A pescar la firma de Muñoz Molina si que no me acompañó mi marido, la solidaridad tiene un límite, y un domingo bajo el sol en una abarrotada feria del libro parecía ser el límite del mío. El autor de Sefarad tenía tantas personas esperando por su firma como las que esperaban la noche anterior por la de Boris Izaguirre. Lo único peor que hacer cola bajo la lluvia para que te dediquen un libro, es hacer cola bajo el inclemente sol del mediodía. Afortunadamente Muñoz Molina es tan tímido como Boris es extrovertido, lo que hizo que la fila para sus dedicatorias avanzara mucho más rápido. 
"Un andar solitario entre la gente" (Seix Barral, 2018), es otro ejemplo de libro que merece tenerse en formato impreso porque este "delicioso mosaico narrativo" como lo describe la contraportada donde "el narrador sigue a un caminante anónimo por la ciudad", está repleto de imágenes y fotos que no se apreciarían igual en formato digital. 
La pareja española que hacia la cola detrás de mi comentaba que nunca había leído una novela de Muñoz Molina, discutían entre ellos sobre cuál novela comprar para que se la dedicara al hijo universitario que se acababa de mudar a Úbeda. 
"El jinete polaco", decía la señora porque había oído que esa era la novela que mejor narraba el pueblo natal del escritor. 
Yo, que tengo en entre mi casa y mi kindle casi toda la obra de Muñoz Molina, había comprado mi ejemplar de "Un andar solitario entre la gente" el día anterior sin sospechar que 24 horas después estaría frente a tan admirado autor. Mas allá de la frasquitería del libro firmado quería agradecerle a Muñoz Molina la gentileza y solidaridad a la hora de presentar el libro: "Siete sellos: crónica de la Venezuela Revolucionaria", compilación de textos hecha por Gisela Kozak Rovero, editado por Kalathos Ediciones, crónicas de varias generaciones de narradores y periodistas venezolanos sobre los devastadores efectos de la Dictadura revolucionaria que se ha enquistado en Venezuela. Le comenté que dos crónicas mías aparecían en ese libro que por razones obvias, no se conseguía en mi país. 
Parecí despertar el interés de Muñoz Molina: "¿Cuáles?"
"Una sobre el secuestro de mi hija y de su prima, y de como tres días después volvimos a vivir de cerca otro secuestro de una familia amiga; y la crónica sobre dos amigos que fueron asesinados con dos meses de diferencia". 
Dijo recordarlas, no sé si por educación ante tantas crónicas excelentes sobre nuestro desamparo. Las palabras de su dedicatoria las comparto con mis compañeros cronistas de Siete Sellos y con sus editores: "Para Adriana, con la fraternidad de la literatura, y de la rebeldía contra la sin razón". 

1 comentario:

Alí Reyes dijo...

¡Guau! Falciolince, Boris, Muñoz Molina y la mismísima LOCA DE LA CASA...Esto es lo que se llama una pesca milagrosa.
------
Por cierto ¿cuándo le te das un paseíto por tigrero?
www.tigrero-literario.blogspot.com