jueves, 13 de junio de 2019

La sifrina devaluada

Pensando en un cortometraje que me podría producir Sifrizuela: La acción, o no acción, se desarrolla en un bien surtido supermercado del Este de Caracas, cualquier día de la semana, a cualquier hora del mes de la primera mitad de junio del año 2019, la protagonista es una mujer de edad indefinida, su apariencia de jeans de marca, franela de algodón y zapatos de goma de reciente data, la delatan como ciudadana de la república de Sifrizuela: Escena uno: la señora nerviosa hace la cola para pagar, pasó una temporada con familiares en el exterior y no sabe cuánto le va salir la compra pero ya le han advertido que la inflación es grande hasta pensando en términos de dólares . 
"La cola no es tan larga como hace unos meses" comenta en voz alta, nadie le contesta. Aprovecha para sacar un pote de mayonesa del carrito exclamando: "madre mía todo está carísimo", siguen sin contestarle, detalla mejor la compra para ver qué más saca porque: "no me va alcanzar". 
Sabe que está hablando sola, cada quien en la cola andará en un dilema similar, o peor.
Tras de ella en la cola para pagar tres albañiles en ropa de trabajo cubiertos de pintura y cal, empujan con el pie cada uno medio bulto de arroz, solo llevan eso. Conversan entre ellos, la señora les pregunta porqué llevan tanto arroz de esa marca tan extraña, esta vez sí le contestan: "el kilo está en cinco mil y dicen que la semana que viene llega en veinte". Cambio de expresión de la señora a un mejor me apuro, no me vaya a quedar sin arroz barato, le pide al albañil detrás de ella: "Señor, por favor, si se mueve la cola adelánteme el carrito que ya vengo". La señora corre a agarrar arroz, regresa con cuatro paquetes de "Fina Arroz El Consentido", los mete en el carrito, saca las galletas Chocochitas y las deja en el pasillo de las pastas, que hace poco si acaso se encontraba pasta de sémola y hoy se encuentra tal variedad de pastas como si el abasto se hubiese convertido en un bodegón italiano. Suspira con cierto gesto de culpabilidad la señora, no sabemos qué está pensando al dejar las Chocochitas entre cajas de rigatoni, imaginamos que será algo así como: "Se quedó sin merienda el chamo". Escena dos: Ante la cajera que pasa indiferente los artículos, la señora comprueba nerviosa cómo la cuenta en la caja registradora va subiendo y subiendo, deja de lado los ají dulces, de todas maneras están como aplastados. Decide no llevarse el café Flor de Patria que solo lo venden en la caja. Una vez pasados todos los artículos, en su mayoría frutas y verduras, además de los cuatro kilos de arroz, cuatro rollos de papel toilette y un pote de Mazeite: "porque ya no aguanto más el aceite chimbo, la comida no sabe igual" le comenta a la cajera como para excusar semejante frugalidad, y le advierte dándole la tarjeta de débito: "No sé si va a pasar". Como suele suceder por lo menos dos de cada tres veces que la cajera oye esa línea, en efecto la tarjeta no pasa. "Saldo insuficiente"- le devuelve la tarjeta la cajera. Música de suspenso, close up a la doña, tan bonita, con su franela Zadig Voltaire: "¿Y ahora qué hago?". Escena tres: en una pequeña oficina rodeada de chocolates Savoy de Nestlé, leche en polvo La Campiña extra calcio y aceite de oliva turco, la señora negocia en dólares la compra del supermercado, sacando un par de billetes de veinte que tenía en la cartera en caso de emergencia. De esos billetes que se guardan por si hay que hacer un encargo como comprar la medicina de la tensión de la mamá a un pariente que viaja a Bogotá. Realiza la transacción con la misma cara de dolor como si le estuvieran extirpando una muela, le advierte al comerciante: "Esta compra salió más cara que si hubiese ido al Winn Dixie en Miami" El comerciante le da cambio en dólares sin molestarse en contestar. Escena cuatro: La señora sale del mercado victoriosa con su escueta compra en cuatro bolsas de reciclaje, recordando cuando su compra de la semana llenaba casi dos carritos de mercado, alza la mirada hacía el cielo azul sin nubes: "¡Ay Dios a dónde iremos a parar?", sin esperar respuesta cierra los ojos para sentir la brisa fresca que hace que las hojas de los jabillos se muevan, se oyen las chicharras cantar. Cómo ama Caracas. Solo es cuestión de segundos, tampoco se puede apendejear porque la van a atracar. La señora desactiva la alarma del carro para guardar las bolsas mientras exclama al saberse la propia sifrina devaluada: "Si esta peladera para comprar le pasa a una, qué le queda a los demás". Fin. #vivirenCaracas

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