martes, 21 de julio de 2020

El Ministro de la Felicidad

El Ministro de la Felicidad

Mi papá a dónde iba hacía amigos, buscaba su lugar en pequeñas comunidades, tan tercas como él, que seguían luchando en un país que te pone todo en contra. 
por Isabel Thielen
Este es el mejor país del mundo, solía decir mi papá en sus clásicos monólogos a la hora de comer. Mi mamá, mis hermanos y yo, nos burlábamos ante absurda declaración. Lo llamábamos el Ministro de la Felicidad, cualquiera diría que lo había contratado el PSUV para sembrar optimismo en medio de una Venezuela cayéndose a pedazos. Pero aún así, frente a la crisis económica, a los meses de protestas, a las odiseas para conseguir medicamentos y a los secuestros sobrevividos, mi papá nunca dejó de insistir que su propio país era el lugar ideal para vivir. 
Oscar fue un hombre inmune a las tendencias.  Elegía los zapatosAsics por encima de los sobrevalorados Nikes. Le tenía la cruz a Apple, se negaba a caer en el círculo vicioso de ir tras el último modelo de Iphone. Solo se comprometía a todo aquello que fuera a perdurar en el tiempo. 
Mi papá le costaba dejar ir las cosas. Por más que mi mamá suplicara que vendiera su Corolla Blanco del año 1992, que nos dejó accidentados tantas vez al borde de la autopista, mi papá resistió. Cruzaba fronteras para conseguir los repuestos, regateaba los precios, hacía lo imposible para que el carro siguiera en marcha. Después de llevar tres años parado, papá logró repararlo meses antes de su repentino fallecimiento. 
Y así cómo papá se aferró al Corolla blanco, a su querido Ferrari,también se aferró al país. Durante los últimos dos años, cuando ya la ola migratoria había arrastrado a sus dos hijas, a tres hermanos, y tantos amigos; papá gastaba sus ahorros construyendo una fortaleza en medio del caos.
Ese Oscar si pasa trabajo. Con tanto talento para reparar las cosas, ¿Por qué no te vienes y montas un taller de conserjería?  Sobraban los consejos de amigos y familiares que ya se habían aventurado a salir en búsqueda de una llamada calidad de vida. Pero mi papá, como buen Tauro, se mantenía fiel a su filosofía de Ministro de la Felicidad y mantenía en alto las ventajas de quedarse en Venezuela. 
Estaban las razones obvias, que se han convertido en el lugar común del sentimiento nacional. El clima perfecto, la cercanía de la playas, la luz dorada de la tarde sobre El Ávila.  Pero la raíz de ese arraigo, no era la madre naturaleza sino los que habitaban en ella.  Mi papá a dónde iba hacía amigos, buscaba su lugar en pequeñas comunidades, tan tercas como él, que seguían luchando en un país que te pone todo en contra. 
Mi papá, siempre nadando a contracorriente, se atrevió a meternos en un colegio nuevo, cuando todavía tenía el suelo de tierra, porque creía en el proyecto innovador e integral.  Como padre fundador se involucró en todas las actividades escolares. Con tablas de madera construyó Hi-Yo Silver, que me llevó a dos victorias consecutivas en el concurso de carruchas. En el equipo de fútbol de mi hermano era el compinche querido, a cargo de sacar lo mejor de cada jugador. Le montaba la guerra a los árbitros ante cada falta. Siempre ganaba la pelea, no por la magnitud de los gritos, si no por ser el único que se sabía al pie de la letra las reglas de futbolito. 
Oscar Thielen se quedó en Venezuela porque creía que la restauración nacional también dependía de uno mismo. Apoyaba a las labores dispuestas a mejorar lo que queda de país. A la Fundación Blandín, donde recaudó fondos para ayudar a gente cercana a él. Hablaba muy orgulloso del emprendimiento de YEiPii, una aplicación de pago creada por un grupo de veinteañeros. Cómo buen madrugador era el primer cliente de Los Hermanos Moya, la famosa arepera en Margarita que también lamentó su partida. 
Me incomoda echármelas acerca del gran padre que tuve porque sé de tantas personas que no corrieron con mi misma suerte. Mi papá fue durante 25 años una fuerza de gravedad que me ancló a la tierra.  Siempre atento a señalarme la pista de aterrizaje para centrar mi mente dispersa que tiende a perderse entre las nubes. Me consuela saber que fue un segundo padre, un hermano mayor, un jefe ejemplar, un gran amigo y mentor para muchos. Qué su magnitud solidaria traspasó la vida familiar. 
A pesar de ya llevar dos años en el exilio, la pérdida de un padre se siente como un súbito revolcón que me arrastró a las orillas de una adultez que ya no podía seguir postergando. Ahora solo me queda recordar y seguir el ejemplo de aquel fixer impulsivo, siempre dispuesto a servir, a ayudar, a nadar en contracorriente, y mantener la insensata integridad de un Ministro de La Felicidad. 

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Dios te bendiga Isabel...Es lamentable la pérdida...No es para menos. Pero me sorprende como logras rescatar en un breve texto la esencia de tu padre. se puede decir que el que lea tu escrito ya conoció a tu papá sin haberlo visto nunca. De verdad que tienes madera de escritora, sin duda una herencia materna.
Gracias por dejarnos este texto y un abrazo de un paisano desde el sur de Brasil. Dios te bendiga Isabel.

Adriana Villanueva dijo...

Gracias por tus comentarios Alí, los comparto con Isabel.