sábado, 20 de septiembre de 2008

Mininos



Ustedes dirán que con tantas cosas que pasan en Venezuela y a esta columnista que le dio por escribir sobre animales, pero cómo olvidar la impactante foto de la más de una docena de cadáveres de gatos en las Residencias Sans Souci en Chacaíto en junio pasado. ¿Quién podría tener corazón para cometer semejante masacre? Esa misma imagen me vino a la memoria hace algunas semanas cuando mi amiga María Teresa me invitó a almorzar en su casa. Como vive a unas cuadras de donde yo vivo, me fui caminando, lo que me tomó aproximadamente 20 minutos a paso lento y observador hasta esta zona modelo de la Caracas de los años 50, de edificios de no más de 5 pisos y amplios apartamentos rodeados de verde, y en esas estaba, admirando mi alrededor, cuando me crucé con el primer gato, que lejos de comportarse como un lindo gatito, me recibió con un intimidante “miaaauu”.
No me dejé amedrentar, le contesté: “¡Sale gato!” y las palabras surtieron más efecto del que yo habría deseado porque decenas de mininos comenzaron a salir por debajo de los carros, por detrás de los pipotes de basura, bajando de los árboles… en cuestión de segundos estaba rodeada de felinos en actitud poco amistosa, me habría sentido menos amenazada entre una manada de Doberman. No me malinterpreten, no odio a los gatos, mas bien simpatizo con ellos, pero en ese momento me sentí protagonista de un cuento del libro de Patricia Highsmith: “Crímenes bestiales”, donde los seres humanos terminan sucumbiendo ante la ira animal.
Afortunadamente, de amedrentarme los mininos no pasaron. Cuando por fin me sentí segura en el apartamento de María Teresa con una cerveza fría en la mano, le pregunté si acaso su calle la habían tomado los gatos, nunca había visto tanto felino junto. Mi amiga me contestó que una vecina les daba de comer adoptándolos como suyos, y lo que comenzó como unos cuantos animalitos de Dios, terminó en proporciones de epidemia bíblica. Los vecinos están desesperados, los gatos deambulan por los apartamentos haciendo destrozos, dejando olor a orina rancia por doquier, sin contar los inconvenientes de quienes son alérgicos a los animales.
Por eso a pesar de que no conozco detalles de la masacre gatuna en Sans Souci más allá de lo leído en la prensa, no sólo recordando la calle de María Teresa invadida de gatos, sino también un incidente en mi edificio hace algunos años cuando a una vecina le dio por alimentar palomas y en cuestión de semanas parecíamos el set de la película “Los Pájaros” de Alfred Hitchcock, con más aves ruculando en nuestros balcones que en la Plaza San Marcos de Venecia (esta historia tampoco tuvo final feliz desembocando en una masacre ecológica), es lógico preguntarse dónde terminan los derechos de quienes aman apasionadamente a los animales y dónde comienzan los de quienes no los adoran tanto, ¿acaso se puede encontrar una solución justa para este tipo de conflicto?
Menos mal que a veces la naturaleza es sabia y sólo hay que dejarla seguir su curso, como en el caso de las hermanitas que adoptaron a un arisco gato callejero sin tomar en cuenta que su vecina compraba alpiste para darle de comer a los pajaritos. El canto de las aves silvestres era la alegría de la buena señora, hasta la mañana en la que Vicente Felino se dio un festín en jardín ajeno y de los pajaritos no quedó ni el huesito.
El gato feroz hoy sigue siendo el rey indiscutible de su vecindario.

2 comentarios:

ciclo365dias dijo...

Es curioso el apunte de gatos que amenacen en grupo. Quizá algo de etología míninima podría rebatir el caso, pero me parece sorprendente, ¡incluso surreal! la situación. Por otra parte, nada menos pavoroso que cavilar legiones de gatos confabulando. Por ratos pienso que sería como juntar a Maquiavelo y el Guasón y a Kasparov y a Napoleón que hacen "travesuras", jajaja. Un abrazo.

Adriana Villanueva dijo...

El mundo animal suele confabular a mi alrededor, soy vecina de una mata de aguacate donde todos los días entre una ardilla asesina y un pájaro carnívoro hay enfrentamientos territoriales que ni en el Medio Oriente.