lunes, 20 de septiembre de 2010

El mediador


La crónica El Rey -guardando las distancias- la escribí bajo la influencia de Orham Pamuk, de no haber estado leyendo Nieve cuando escogí tema para la columna quincenal en El Nacional, quizás habría pasado de largo el encuentro con el turista marroquí en Nueva York y el abismo que sentí entre su manera de pensar y la mía. Nieve, como toda buena novela, da para múltiples lecturas: leyéndola en una agitada capital al otro lado del planeta, vi reflejadas las turbulencias políticas de mi ciudad tropical en el pequeño pueblo Kars, cubierto de blanco, incomunicado, a punto de estallar por enfrentamientos filosóficos, políticos y religiosos entre sus habitantes. 
En la última página de la novela, cuando el narrador se despide de Kars, un joven le pide que no escriba sobre su pueblo: "nadie puede entendernos desde lejos", pero Pamuk escribe Nieve y a los occidentales se les abre una rendija para comprender que los cánones europeos distan de ser universales.  
Nieve cuenta la historia de Ka, un poeta de paso en un miserable pueblo al borde de una guerra civil entre quienes se aferran a su religión y tradiciones ancestrales, quienes sueñan con adoptar el modelo europeo impuesto por los militares, y los comunistas ateos del culto a Europa y del culto a Dios. 
Ka, tras años de exilio en Alemania, regresa a Turquía a investigar para una revista alemana sobre una epidemia de suicidios de jóvenes veladas en un pueblo aislado de las montañas. Es un tema incómodo tanto para el bando eurocentrista como para el religioso: por un lado el islamismo condena el suicidio como una afrenta a Dios, por otro lado la muchachas prefirieron morir antes que verse obligadas a dejar de llevar velo como lo exige el gobierno militar. 
Esta epidemia de suicidios es la papa caliente que lleva a Ka a meterse donde nadie lo ha llamado, siendo el protagonista de Pamuk la esencia del forastero no sólo en Kars: se sabe extranjero en la Alemania donde vive, y se siente extranjero en su nativa Turquía con la cual ya poco lo identifica. En su condición de forastero, con la necesaria distancia, Ka cree entender las razones individuales de estas tres fuerzas en conflicto que tienen en común el afán de aniquilar el pensamiento contrario y la insistencia de echarle tierrita al tema de las muchachas suicidas. 
Por esta dividida empatía, el poeta trata de ser mediador, pero a los mediadores nadie los quiere, nadie les cree, todos los bandos piensan que tienen una agenda escondida, así que en lugar de mediador,  ya que ninguno está dispuesto a ceder un ápice en su posición, Ka es usado como mensajero, sin influencia real en el conflicto. 
La historia de amor de Nieve no es su punto fuerte, lo es la confrontación política y religiosa. En el gran capítulo de la novela ni siquiera sale Ka, en él se narra el encuentro clandestino entre tendencias  irreconciliables para mandar un mensaje unido a Occidente en contra del Gobierno Militar que busca una Turquía imitando el modelo europeo. El capítulo titulado: "No somos estúpidos tan solo somos pobres" resume la indignación milenaria contra el desprecio a diferentes culturas que la occidental, la dignidad de exigir respeto a otras maneras de ver la vida. 
La tragedia en ese microuniverso que es Kars, como lo es en cualquier lugar donde hay bandos irreconciliables y uno de estos bandos ejerce su hegemonía, es que vivir sometidos a una parcialidad, bien sea política, religiosa, militar o monarquía; en la que se intenta aplastar cualquier posición contraria, es una sociedad en la que el concepto Libertad desaparece por completo del diccionario. 

4 comentarios:

Elizabeth dijo...

Mejor imposible el análisis que has hecho Adriana. Nieve es una novela excelente, yo casualmente la estoy leyendo por segunda vez y estoy a punto de terminarla. Pamuk no tiene desperdicio. Gracias .

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Elizabeth, confieso que Nieve fue una novela que tardé en leer porque le tenía miedo, había oído tanto de ella, hay quienes la aman y quienes les parece un ladrillo, lo que sí me pareció es que no es una de esas novelas que uno se devora en dos días, no es mala idea regresar a ella porque la primera lectura se hace en clave de thriller.

Violeta Rojo dijo...

También se puede hacer una lectura autoficcional. En esa época Pamuk vivía exilado en Alemania. Es una maravilla de novela. La que sí es un policial que sucede hace 700 años es Me llamo Rojo

Adriana Villanueva dijo...

Entre las cosas que me encantan del estilo de Pamuk está su manera de asomarse en sus novelas, como Alfred Hitchcock en sus películas, aunque sin duda la autoficción está ahí mucho más de lo que él pretende dejar ver. También me gusta que a pesar de que el destino del protagonista se revela a mitad de novela, el suspenso sigue hasta el final. Lo que si está claro es que Pamuk comparte con su protagonista esa sensación de no pertenecer.