De vacaciones en Nueva York, una calurosa tarde de agosto pagué peaje turístico haciendo la larga cola de TKTS, quería ver con mis hijas West Side Story. Traté de comprar las entradas por Internet pero tal era el precio que mostraba la pantalla, y como la función estaba a medio vender, opté por buscarlas en la taquilla de descuento que habilita, horas antes de que suban el telón, las entradas que quedaron frías.
La cola de TKTS era una moderna Torre de Babel, se oían incontables idiomas, el hombre detrás de mi, al oírme hablar con mis chamas, me preguntó en correcto español de dónde éramos. Él era de Casablanca, Marruecos, sus vacaciones familiares las hacía en España (por eso aprendió el idioma), esta era su primera visita a Nueva York, y al decir la palabra familia me señaló a pocos metros a su esposa, una mujer joven con falda larga y medias blancas, y a sus 2 niños que no llegarían a los 9 años, vestidos a la última moda Gap Kids.
Me mordí la lengua para no hacerle al improvisado amigo ningún chiste fácil sobre Casablanca, una de mis películas favoritas que puedo recitar de memoria, imaginé que estaría cansado de que le citaran a Bogart. También me mordí la lengua cuando me preguntó cómo estaban las cosas en Venezuela. No me gusta discutir sobre mi país en el extranjero, vivimos una situación atípica, tan difícil de explicar, tan esto no se puede resumir en media hora, que preferí contestarle con una evasiva. Pero el hombre insistió, tenía la versión oficial, que éramos gobernados por un presidente popular que la clase media resentía.
No caí en provocaciones, sólo le contesté que un presidente que en nombre de un Proceso tiene los poderes públicos bajo su control y que aspira perpetuarse como un rey, no es la idea de país que sueño para mis hijos. Sonrió con complacencia de estos occidentales si se complican la vida antes de contarme que Marruecos era gobernado por un rey, un rey bueno, con todo el poder en sus manos, que hacía cosas buenas para su país y a quien su pueblo quería, ¿qué había de malo en ser gobernados por un buen rey?
Quizás porque nací y crecí en una democracia con separación de poderes y alternabilidad de gobernantes me cuesta aceptar la noción de un líder omnipotente. No valía la pena debatir, cómo entendernos si vivíamos en dos mundos tan distintos, así que sintiéndolo a la expectativa tras su defensa a la monarquía, preferí preguntarle: “¿Y qué obra quieren ver?”, me contestó que Mary Poppins y de ahí la conversación pasó al más agradable tema de la oferta teatral.
Hoy recuerdo el intercambio con el turista marroquí y pienso que esas son precisamente las dos visiones de Venezuela que nos estamos jugando en las elecciones parlamentarias: aquella que apuesta por entregarle el país a un líder al que quizás considera bueno pero omnipotente e incuestionable, y aquella que se resiste a ser gobernada por los designios de un emperador. Artículo publicado hoy en El Nacional, le modifiqué la primera parte porque al leerlo impreso me di cuenta que el primer párrafo, sobre las virtudes de TKTS, estaba de más.
2 comentarios:
Yo opto por la opción democrática, y vivir en el siglo XXI, no como en el reino alaui donde al que lo visite comprobara que vive el el s. XVI
Creo que el mejor sistema de gobierno es el que garantice igualdad de oportunidades para sus habitantes. Veo muy difícil que alguien se revele ante el sistema de gobierno ante el cual se ve beneficiado.
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