lunes, 22 de octubre de 2012

Los inelegibles


La saña con la que se ha atacado a Alfredo Bryce Echenique y al jurado del premio FIL por haberle   otorgado este año semejante reconocimiento de las letras hispanas a un escritor de innegable valor literario pero que se vio envuelto hace pocos años en escándalo de plagio, recuerda otros casos célebres donde los méritos literarios parecen quedar manchados por la tinta indeleble de errores éticos del pasado.
Por ejemplo, hay quienes se preguntan si le habría sido otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1999 al escritor alemán Günter Grass de haberse sabido antes que a los 17 años fue soldado nazi. También hay quienes afirman que el premio Nobel eludió a Jorge Luis Borges porque el escritor argentino manifestó su simpatía a las dictaduras militares del Cono Sur, pero la Academia Sueca no pareció tomar en cuenta las simpatías franquistas de Camilo José Cela a la hora de otorgarle el Nobel de Literatura en 1989, escritor a quien el Gobierno de Pérez Jimenez en los años 50 contrató para escribir por encargo novelas adulando la Dictadura, aunque apenas logró terminar La Catira, mala copia de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos.
No sólo en el ámbito literario se presentan este tipo de cuestionamientos éticos, en el deportivo también, aunque ya no por razones políticas, uno de los casos más famosos es el de Pete Rose, quien tras 23 años como jugador en las Grandes Ligas culminó en el año 1986 su carrera como el pelotero que hasta entonces más hits había conectado, más juegos había jugado, más turnos al bate tenía, más outs, tres anillos de series mundiales, tres títulos de bateo, un MVP, dos guantes de oro, novato del año, 17 apariciones en Juegos de las Estrellas; el lógico candidato para entrar de una cuando fuera elegible al Hall de la Fama de no ser porque siendo Manager de los Rojos de Cincinatti, hizo apuestas de beisbol, y aunque Rose sostiene que sus apuestas nunca fueron en contra de su equipo, en 1989 se vio obligado a aceptar la decisión del Baseball Hall of Fame de entrar en la lista de los permanentemente inelegibles para estar en el panteón de la gloria del beisbol a cambio de que no se siguiera con la investigación en su contra.
Otro caso donde un error de ética nubló una más que impecable carrera fue cuando en el año 1952, tras negarse a decir nombres ante la Casa del Comité de Actividades Anti Americanas durante la cacería de brujas del macartismo en los Estados Unidos, el director Elia Kazan cedió a la presión mencionando el pasado comunista de ocho de sus compañeros del Group Theater en los años treinta, entre ellos, el dramaturgo Clifford Odets.
Cuando Kazan nombró a sus antiguos compañeros de partido lo hizo ante la presión de un momento histórico muy difícil, y dio ocho nombres que al igual que él, estaban requetefichados por Edgar J. Hoover. Asumió que rayando a quienes ya estaban rayados saldría más o menos bien del paso.
En la era de la Cacería de Brujas macartista hubo grandes actos de heroísmo, personas que perdieron sus trabajos y quedaron en la lista negra en la Industria de Cine durante décadas por negarse a señalar nombres. Notable es el libro: "Tiempo de canallas" las memorias de Lillian Hellman sobre la época. Lamentablemente, Elia Kazan fue el artista que cedió a la presión, no calculó las consecuencias, dice en sus memorias que al hacerlo: "Pasé de ser considerado la gran vaina a ser un paria".
Así como Hollywood en los años 50 era mayoritariamente conservador, a partir de los años 70 pocos son sus agremiados que no se jacten de ser progresistas, sin embargo en 1999 la Academia decidió reconocer con un Oscar honorario la obra del "paria" Kazan que incluye clásicos como "On the Waterfront", "Un tranvía llamado deseo" y "Al este del Edén". Dos grandes ligas del cine: Martin Scorsese y Robert De Niro, presentaron al anciano director que entonces estaba por cumplir 90 años, y habría de morir cuatro años después.
Recuerdo el momento cuando ese Oscar honorario se entregó, pero como la memoria es maleable, lo busco en You Tube, y yo que pensaba que fueron Tim Robbins y Susan Sarandon quienes se quedaron sentados con los brazos cruzados negándose a aplaudir al viejo director, en realidad fueron Ed Harris y su esposa Amy Madigan, además de Nick Nolte. Muchos en el público, como Steven Spielberg y Kate Capeshaw, aplaudieron educadamente pero no se pararon a ovacionar como suele ser costumbre cuando se entrega un Oscar que ha eludido a una carrera como la de Kazan. Pero también muchas  luminarias de Hollywood (Meryl Streep, Warren Beatty, Helen Hunt, Kathy Bates) - a quienes jamás se les etiquetaría como conservadoras- se pararon a aplaudir a ese viejecito inmigrante que tanto le dio al Cine.
Hace poco vi en TCM "Carta a Elia" documental sobre la obra de Elia Kazan narrado por Scorsese, el director norteamericano contemporáneo más importante rindiendo homenaje a su maestro, a quien dice deberle: "que hoy yo sea director". El capítulo del infeliz testimonio de Kazan ante el HUAC no se pasa por alto, pero es tomado como un doloroso manchón en una carrera gloriosa, porque como dice Scorsese: "Cuando a los catorce años vi en pantalla Al Este del edén, por fin me reconocí en el cine".
Kazan además de ser lo que se conoce como "un director de actores", era un director de películas cuyo realismo y conciencia social le hablaban a su tiempo, a lo mejor por eso que precisamente fuera él quien cediera a la presión de los tiempos canallas, fue, y sigue siendo para algunos, muy difícil de perdonar.
A Bryce el reconocimiento a su obra quizás le llegó demasiado temprano tras las acusaciones de plagio que ya fueron solventadas por un jurado pero, por lo visto, no por muchos de sus pares. A Elia Kazan el reconocimiento en forma de estatuilla dorada le llegó cuatro años antes de morir pero cuando todavía pudo entrar lúcido y caminando a recogerlo. Llámenme corazón de azúcar, o falta de ética si prefieren, pero espero que a Pete Rose, que tanto le dio al espectáculo del beisbol, más temprano que tarde, también lo tachen en vida de la lista de "inelegibles".



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