Hasta hace poco los vacacionistas en Margarita, en los días
lluviosos, íbamos en cambote al centro comercial Sambil y era un sálvese quien
pueda. Pero en diciembre 2013 se dieron dos factores que disminuyeron un poco el
maremágnum: el primero es que hay nuevos centros comerciales en la isla, hace
poco más de un año inauguraron Parque Costa Azul, con franquicias de lujosas tiendas
internacionales y suficientes salas de cines para hacerle la competencia a
Sambil.
Paseando por el centro comercial Parque Costa Azul es fácil
darse cuenta la fe que hasta hace nada se tuvo en Margarita para invertir
capital; lo que lleva al segundo factor de porqué esta crónica comienza en
pasado: tras el decreto de Nicolás Maduro obligando a los comerciantes a
rebajar los precios de su mercancía, al visitar en diciembre 2013 Sambil, Parque Costa Azul, y otros centros comerciales
de la isla, fue obvio que había pasado
el voraz huracán rojo con fuerza, dejando las estanterías de las tiendas más
cotizadas prácticamente vacías.
Comprar en Zara, Bershka, Mango, La Senza, Pull & Bear…
este fin de año 2013 se sintió como estar raspando la olla: lo que hay es lo
que queda, poco probable que vuelva a haber más por mucho tiempo. Dicen que
tras el decreto de Maduro, barcos contenedores de mercancía que venían a
Venezuela se desviaron a puertos más seguros. En las tiendas de celulares solo
quedaban estuches y cables, casi tan desprovistas de mercancía como las de
electrodomésticos. Colas para comprar juguetes, para entrar al Tijerazo (solo pago
en efectivo) y hasta para comprar ropa interior. En la tienda Nike de Sambil apenas
quedaba el afiche del futbolista Andrés Iniesta, y porque no estaba a la venta.
Ante este panorama de desolación comercial difícil no preguntarse
cuántos venezolanos comenzarán el año 2014 sin trabajo.
Quienes deploran la globalización podrían estar celebrando
semejante victoria revolucionaria, de no ser porque las farmacias y mercados no
están mucho mejor, al igual que en el resto de Venezuela, encontrar leche y
papel higiénico en Margarita era un milagro de navidad. Muchos trajimos
nuestras reservas de casa como si estuviéramos yendo de vacaciones selva
adentro.
Lo que si no cambia es el gentío que aprovecha un día lluvioso
para ir al cine. Con mis hijas fui a ver el último estreno del 2013 del cine
nacional: “Papita, Maní, Tostón” de Luis Carlos Hueck, que relata las
peripecias del romance de un fanático de los Leones del Caracas y una linda
magallanera. La película de Hueck funciona muy bien en el plano de la comedia,
el público reía a carcajadas. No funciona tan bien en el metamensaje ante la
dolorosa división –no precisamente deportiva- entre venezolanos: cuando fui al
baño me percaté de cómo tres muchachitos, apenas entrando en la adolescencia,
entre risas traviesas, se colearon en la sala comenzada la función, sentándose en primera fila. Al rato, en una
de las partes más divertidas del film, en medio de las carcajadas del público,
uno de los muchachos gritó: “¡Viva Chávez!”. Las risas se congelaron unos
segundos y volvieron a comenzar ante los apuros de Andrés, el protagonista, disfrazado de la mascota magallanera.
El muchachito insistió: “¡Viva Chávez!”.
Tras el nuevo silencio suscitado en la sala, se oyó otro
grito más duro aun: “¡Cáaallateuón!”. Por lo menos esa tarde en algo acordamos ambos bandos de la
fanaticada política, en terminar de ver la película en paz.
Artículo publicado en El Nacional el 4 de enero de 2014
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