martes, 24 de noviembre de 2015

La tolerancia de la intolerancia


El ataque terrorista a París el pasado 13 de noviembre que dejó un saldo de 130 muertos me agarró leyendo Infiel, las memorias de Ayaan Hirsi Ali, apóstata del islamismo señalada por sus detractores como abominable islamofóbica, y por sus admiradores como notable luchadora por los derechos de la mujer. 
El tema del Islamismo no lo manejo como para atreverme a opinar con propiedad, sin embargo tras el ataque al semanario de Charlie Hebdo, y sobre todo tras los seis ataques simultáneos en el corazón de París que el Estado Islámico (Isis) se atribuyó; he sentido en las redes sociales una ola de islamofobia preocupante que esperemos no llegue escalar a los niveles de antisemitismo en la Europa de la primera mitad del siglo XX.  
Se sienten dos tendencias de opinión en estos ataques a París, quienes responsabilizan al islamismo y a la mojigatería de la corrección política occidental por la infiltración en Europa de fanatismos religiosos capaces de sembrar el terror; y quienes piden no generalizar, el islamismo es una religión que abarca a más de un billón y medio de creyentes, las lecturas del Corán puede ser tan amplias como las de la Biblia, no es culpa que por las alas más fanáticas y destructoras se responsabilice a toda una religión. 
Con esta segunda tendencia es con la que comulgo.
Por las mismas redes sociales tan criticadas por Umberto Eco por la sarta de boberías que se leen en ellas, ante esta ola de Islamofobia muchos compartieron en Facebook cómo Reza Aslan, un académico experto en el Islam, respondía ante un par de periodistas de CNN de manera impaciente lugares comunes expuestos por el comediante Bill Maher, mitos que para qué negarlo manejamos la mayoría de los occidentales, por ejemplo: cómo aceptar prácticas bárbaras como la ablación a las niñas (según el experto esa es una práctica centro-africana no islámica), y que las mujeres musulmanas sean subordinadas a los hombres de la familia, pudiendo hasta llegar a ser asesinadas por cuestiones de honor (según el experto, en algunos países islámicos como Arabia Saudita e Irán sí son comunes las prácticas más bárbaras de las que son víctimas las mujeres, en otros no, en países de mayoría islámica como Indonesia o Turquía más bien las mujeres gozan de una presencia política que ya quisieran muchos países occidentales).
En el caso concreto de Ayaan Hirsi Ali, o por lo menos lo que narra en sus memorias, la hoy militante del ateísmo fue víctima la primera mitad de su vida de todo aquello que Reza Aslan consideraba casos puntuales de abusos contra la mujer islámica: nacida en 1969 en Mogadiscio (Somalia), Ayaan se libró de bebé a ser sometida a la extirpación del clítoris porque su padre, Hirsi Magan Isse, era un hombre de avanzada que quiso librar a sus hijas de semejante intervención por considerarla una costumbre bárbara, pero como el padre tuvo que pasar a la clandestinidad por oponerse al gobierno del dictador somalí Mohamed Siad Barré, la abuela materna, a sus espaldas apoyada por el clan, sometió a sus dos nietas de cuatro y cinco años, y a su nieto un poco mayor, a una poco aséptica circuncisión con los niños apenas sedados. Durante semanas yacieron los hermanitos convalecientes bajo los cuidados de su abuela con las piernas amarradas para que no se les infectaran las heridas.
Ese horror infantil no es sino uno de los tantos escollos que Ayaan debió sobrevivir antes de tomar la decisión de romper las ataduras con su familia, su cultura y su religión. Camino a Canadá para encontrarse con un marido impuesto por su padre, a los 22 años la hasta entonces sumisa Ayaan pidió refugio en Holanda, refugio que le fue otorgado gracias a un par de mentirillas que se vio obligada a decir porque a las mujeres no les conceden asilo por huir del yugo masculino, porque imagínense, le contestaron, si fuera así cuántas mujeres lo pedirían. 
Ayaan, de una belleza de pómulos envidiables similar a la de la supermodelo Imán, demostró también ser de una inteligencia privilegiada, políglota desde niña, aprendió a hablar holandés a una velocidad inusual, lo que le permitió estudiar en la universidad de Leiden Ciencias Políticas. Gracias a su activismo a favor de los derechos de la mujer llegó a escalar vertiginosamente posiciones políticas hasta ser electa diputada del senado neerlandés con el partido conservador, aunque tuviera más coincidencias en los temas de las reinvindicaciones sociales con el partido Trabajador, de no ser por la extrema corrección política de la Izquierda que al islamismo ni con el pétalo de una rosa, por ejemplo, ver para el otro lado ante los asesinatos de muchachas musulmanas por cuestiones de honor. 
"Sumisión" se titula el corto que realizó en el año 2004 Hirsi Ali con Theo Van Gogh para la televisión holandesa sobre la violencia contra la mujer en las sociedades islámicas, corto que habría de costarle al director Van Gogh la vida ese mismo año a manos de un fanático islamista que lo acuchilló en plena vía pública, dejándole clavado en el cuerpo una amenaza contra la diputada que abogaba por un cambio radical en la cultura islámica.
Ayaan -bien custodiada ante su condición de polémica congresista- se sintió culpable de la muerte del cineasta porque la cruzada para librar a la mujer musulmanes de yugos medievales era suya. Salió viva pero no ilesa de semejante herejía, condenada como apóstata por unos, y como extrema derecha por otros por no tener reparo en criticar a la religión en la que creció, estuvo a punto de ser despojada de su nacionalidad holandesa.
Ayaan hoy vive en los Estados Unidos pero sigue pagando su cruzada de pretender ver a las mujeres islámicas modernizarse: trasser anunciado que sería homenajeada con un grado honorario de la Universidad Brandeis en Massachusetts en el año 2014, el honor le fue retirado una semana después de haber sido anunciado, tras un intenso lobby ante su fama de "detractora del islamismo".
La tolerancia de la intolerancia de la que habla Hirsi Ali, una vez más pasa factura. 

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