En una escena el padre, aprovechando que quedó solo con su hijo por unos instantes, le pregunta mirándolo a los ojos si cometió el atroz crimen del que se le acusa, si asesinó a golpes a su compañera de escuela. El lo apoyará no importa cual sea la respuesta, es su hijo, lo quiere, pero necesita saber. El niño responde que no. El padre insiste, ¿de verdad no lo hiciste? Yo te creeré, tu eres mi hijo pero dime la verdad, necesito saber. El joven insiste: “Yo no fui”.
Quizás a algunos ingenuos espectadores les quedara sembrada la semilla de la duda, a pesar de que las evidencias lo condenan, este niñito tan querido y consentido no sería capaz de mentirle a su padre, tan buena gente y buen papá que se ve.
Pero yo no, la vida me enseño a desconfiar de los dulces angelitos, no de una manera traumática gracias a Dios, pero me consta que cuando un padre mira fijamente a los ojos de su hijo adolescente y le pide sinceridad: “¿Tú lo hiciste?” Medio contra locha que el carajito mentirá con la cara más lavada en su repertorio de caras lavadas.
¿Cómo lo sé yo?, la voz de la experiencia, hace unos seis o siete años, cuando mi hijo estaba en el último año de escuela, un lunes por la mañana recibí la llamada de una señora quien se identificó como la mamá de Fulanito de tal, el pasado sábado su hijo había tenido una reunión en su Pent House a la cual mi hijo había asistido con varios compañeros de su salón, y en la mitad de la noche no se les ocurrió mejor idea que jugar Tiro al Blanco con las piedras de la jardinera para ver quien rompía el farol de la calle. No sé si habrán roto el farol pero aparentemente si el techo de vidrio de un vecino. (Aunque hasta el sol de hoy mi hijo jura que no fueron ellos, que el techo de vidrio estaba muy lejos del farol).
Además del daño material, me decía la señora enfurecida, “se imagina qué peligro si le hubieran dado con una piedra a alguien, lo pudieron haber matado".
Por supuesto que me disculpé si mi hijo había tenido que ver con eso, hablaría con él apenas llegara del colegio, pero si según me dice habían sido varios muchachos los que estaban tirando piedras, le pregunté porqué estaba responsabilizando a mi hijo.
“Porque era el único al que conocía mi hijo, su hijo trajo a la fiesta a sus compañeros de escuela”.
Tampoco es que mi chamo hubiera armado la rumba, el muchacho de la fiesta estudiaba en uno de esos colegios en Caracas donde hay muy pocos alumnos por salón, por eso hizo una especie de openhouse donde fueron grupos de varios colegios, como tenían un amigo en común, mi hijo fue el responsable de convocar a sus amigos.
Llamé a mi esposo para ver si sabía algo, no estaba enterado de nada. Llamé a la mamá de uno de los amigos que sabía que estaban con OV el sábado en la noche y me dijo que su hijo le había comentado que hubo un incidente con unas piedras en la fiesta, pero que fueron alumnos de otro colegio, no nuestros chamos. Ella fue quien me dio los nombres de otros muchachos del salón que estaban en la fiesta.
Una por una fui llamando a las mamás de los presuntos tirapiedras para ver si sabían algo, nadie sabía nada pero todas hablaron después con sus hijos, y todas hicieron la misma pregunta del padre de Jamie: “Mírame a los ojos y dime si participaste”, absolutamente todos los angelitos les juraron a sus confiados padres que no habían agarrado ni una piedra. En ese grupo había desde el alumno veinte en línea que nunca ha dado un dolor de cabeza, hasta al que le dio una baja de tensión en la fiesta y según su mamá: “imposible que estuviera en la lluvia de piedras, el pobre, si lo tuve que ir a buscar”, sin faltar, por supuesto, los mala conducta, que tampoco son malos, simplemente muchachos que inventan mucho.
Solo una mamá me contestó que no tenía ni que preguntarle a su hijo porque sabía que donde hubiera una tremendura, su hijo estaba metido de cabeza.
Excepto esa mamá, todos los papás y mamás respondieron que sus hijos negaron haber participado en el lanzamiento de piedras. Y ellos les creían a sus hijos. Sus hijos no dicen mentiras, por lo menos no sería capaces de mentirles a sus padres.
Mi hijo se negaba a delatar a sus compañeros, nos pidió que lo entendiéramos, no quería ser un sapo, como ya estaba marcado por la dueña de la casa, sus panas le pidieron que asumiera la culpa, que entre todos reunirían plata para pagar los vidrios rotos, pero que por favor no les dijeran a sus papás porque los iban a matar. Los propios tira la piedra, esconde la mano.
Mi chamo habría quedado como único culpable de no ser porque no tomaron en cuenta un pequeño detalle: alguien grabó la improvisada practica de picheo con su celular, compartiéndolo con la señora del PH quien al día siguiente lo mostró de prueba, en el video fueron saliendo uno por uno, desde el veinte en línea hasta al que no pudo ser porque le dio una baja de tensión en la fiesta, en total cinco Nolan Ryans buscando romper el farol, todos los “yo no fui mamá te lo juro”, excepto mi hijo, que ni siquiera salía viendo a sus amigos tirar piedras.
Entonces mi esposo que hasta que salió el video a relucir estaba dispuesto a pagar los vidrios rotos, dijo que no iba a pagar por algo que no solo no hizo su hijo, sino que además sus amigos pretendieron que fuera el único responsable.
Pero antes le preguntó a nuestro hijo, mirándolo fijamente a los ojos:
“¿Tu tiraste piedras?”, como cualquier adolescente que se respeta, mi hijo lo negó: “No papá”.
Mi esposo no era confiado como el papá de la serie “Adolescence” o como el resto de los papás del salón, por eso le volvió a preguntar: “¿De verdad?”.
“De verdad”.
Aun así mi marido, que era como era, cual miembro de la policía forense de CSI, se puso a ver el video una y otra vez, cuadro por cuadro, pasó por lo menos una hora viéndolo en su celular, después lo pasó a la tableta, yo le decía, “ya déjalo que no está, el no fue, más bien es un mártir dispuesto a cargar con la culpa de los amigos”, hasta que en una milésima de segundo poco antes de que terminara el video, agrandando la imagen en cámara lenta logró ver a nuestro bebé agarrando una piedra para unirse al jaleo, justo antes de que se detuviera la grabación.
Y como canta Ruben Blades en ese momento en mi casa “Comienza la segunda del noveno”.
Al final ante la evidencia audiovisual todos los papás tuvimos que admitir la responsabilidad de nuestros respectivos angelitos, no sé como habrán enfrentado los demás padres y madres no solo las pedradas sino que sus querubines lo negaran hasta que la cámara los delató, lo que hicimos en conjunto fue responsabilizarnos de pagar los vidrios rotos, además llevamos a los muchachos a pedir disculpas a la señora del PH, quien nos recibió en el lobby del edificio, aceptando las disculpas pero de muy malas pulgas.
Momentos después camino a casa pensé que a ninguno de los muchachos o a los papás se les ocurrió que mi hijo también merecía una disculpa porque sus amigos pretendieron responsabilizarlo, y que yo también merecía una disculpa porque con excepción de una mamá, todos los crédulos papás me contestaron: “si mi hijo dijo que no lo hizo, es a él es a quien le creo”.
Así que al dicho que dice que no se le puede creer ni a lágrimas de mujer ni a cojeras de perros, le agregaría, y mucho menos a adolescente que prometan: “Te lo juro papá, que yo no fui”.