sábado, 5 de julio de 2008

Cuestión de principios

Cuestión de principios

Adriana Villanueva

¿La ley resorte aplicará a las series de comedia que transmiten por cable? Es que sientan unos ejemplos que ¡madre mía! Hace algunos días pasaron Frasier en horario infantil, mis niños salieron del cuarto diciendo que esa serie era muy fastidiosa y yo me quedé disfrutando de las peripecias del policía retirado y de Frasier y Neil, sus hijos siquiatras. ¿Cómo imaginar que dos días después casi termino en un calabozo de Polichacao?

En el capítulo de mis tormentos los hermanos Crane van hacer una diligencia a un centro comercial, pero entrando en el estacionamiento, Frasier se da cuenta de que se le hace tarde para su programa de radio. Da la vuelta y entrega el ticket diciéndole al cajero que se arrepintió, después de todo, no se va a estacionar.

Cuando el hombre en vez de subir la barra le cobra dos dólares, Frasier se niega a pagar un servicio que no usó y ejerciendo el derecho a la desobediencia civil, apaga el carro y dice que sólo lo moverá después de la media hora que le están cobrando. A pesar de las súplicas de Niles, de las amenazas del cajero, de los cornetazos de los conductores que quieren salir, Frasier no se mueve ni acepta que otros paguen por él: "es cuestión de principios".

Es fácil sentir empatía por la vergüenza de Niles víctima de la neurosis de su hermano, gritamos con él: "¡No seas testarudo! ¡termina de pagar!" Pero en el día a día de nuestra infernal vida capitalina nos identificamos con Frasier, un Alonso Quijano que al volante se convierte en don Quijote.

Imagino a mi madre leyendo estas líneas y exclamando: "¡Don Quijote! ¡qué bríos! ¡al volante esta niña se vuelve Godzila!". Es que ella todavía tiene el trauma de cuando me acompañaba a comprar canastilla hace quince años, yo con una barriga descomunal, cada vez que se me mal atravesaba un carro salía como un monstruo a embestirlo.

Pero con el pasar de los años me dejé de eso, por lo menos eso pensé hasta el atardecer en el que tenía que estar a las siete en punto en el Trasnocho. Sabía que me iba a encontrar con tráfico pero la cola estaba más lenta que nunca. En el embudo que une la principal del Country con la avenida Libertador me di cuenta la razón: por cada carro que pasaba del Country, pasaban dos de la Libertador: el que iba en su cola, y el que se coleaba por el medio.

¡Por mi honor que yo no iba a dejar que nadie se me coleara! Pero el Fiat rojo que intentaba pasar entre la isla de concreto dio la batalla, tanto la dio que descaradamente se le metió enfrente a una Wagoneer roja que venía de La Libertador, su conductora le dio paso con gran gentileza, y después me trancó a mí. Era el caos: pasaron dos carros de un lado rompiendo el justo equilibrio de uno de un lado, otro del otro. En ese momento me sentí parte de la legión de los pendejos de la que habló Uslar Pietri, viviendo en un país que premia a los acomodaticios, los oportunistas, los apurados, los aprovechadores, los caradura, los quítate tú pa´ poneme yo.

Simple cuestión de principios, no podía dejar que se me colearan así, sería como aceptar que Venezuela de verdad es de los vivos. Por eso, aprovechando que en la vía contraria no venían carros, me salí de la cola y apreté el acelerador adelantándomele al par de avispados, pero el Fiat y la Wagoneer en lugar de darme paso aunque fuera por mi mirada de furia comparable a la de La Novia de Kill Bill, se pegaron parachoque a parachoque dejándome atorada al otro lado de la calle mientras los carros que venían de Chacaito reclamaban, justamente y a cornetazo limpio, que los dejara pasar.

Ahí me habría quedado hasta vencer o morir, afortunadamente, un taxista que estaba frente al Fiat, quizás testigo en su espejo retrovisor de tanta injusticia vial, se apiadó de mí y me dio paso. De no ser por este ángel urbano, tiemblo al pensar el que pudo ser el final de la historia: los fiscales de Chacao, que no perdonan ni una vuelta en U, sacándome esposada del lugar de los acontecimientos mientras la conductora de la Wagoneer, incrustada como un acordeón entre mi carrito japonés y el Fiat abusador, sollozaba: "¡¿Qué le pasa a esa loca?!". Y yo repitiendo una y otra vez ante las escépticas autoridades: "¡Es que acaso no entienden: uno de un lado, otro del otro!".

Cómo explicarles que la culpa es de Frasier, de los vivos y los pendejos, y de la desobediencia civil.

Publicado en el diario El Nacional el 25 de marzo de 2006

Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet

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