miércoles, 16 de julio de 2008

Por amor al arte



A Esther Koplowitz le robaron sus cuadros y nosotros en Venezuela ni nos enteramos. En la madrugada del ocho de agosto de 2001, aprovechando las vacaciones de verano de una de las mujeres más ricas de España, unos encapuchados entraron en su lujoso apartamento en el centro de Madrid, amordazaron al vigilante y se llevaron más de una veintena de valiosas obras de arte escogiendo entre la gran colección de la empresaria lo mejor y dejando de lado lo irrelevante.

En el botín había obras de Goya, Sorolla, Brueghel, Pisarro y Gris, cuadros de tan incalculable valor que la señora Koplowitz ni siquiera se molestó en asegurarlos, el mismo valor de los cuadros parecía ser suficiente seguro porque como afirmó el director del Museo del Prado, Fernando Checa, ante el descarado robo: "estas obras no pueden salir fácilmente de España y no pueden ser vendidas ni dentro ni fuera de nuestro país porque son obras absolutamente conocidas y célebres, que no tienen ninguna salida en el mercado".
Dos hipótesis se manejaron, la primera, que las obras fueron robadas para pedir rescate, pero a pesar de que la empresaria ofreció una pequeña fortuna por el retorno de sus tesoros, no lograba dar con su paradero. La segunda hipótesis era la del robo por encargo, algún amante del arte creyó ser más merecedor de El Columpio de Goya que la acaudalada empresaria y con el mayor desenfado se las arregló para arrebatárselo.

Esta truculenta teoría de la belleza como fin que justifica  los medios es precedida por la imaginación del escritor español Manuel Vicent(Villavieja, Castellón 1936), quien en su novela La novia de Matisse ( 2OOO), describe este amoral mundo de lujo, de estética y de placer al que sólo los “elegidos” pueden aspirar.
El protagonista de La novia de Matisse, Míchel Vedrano, pertenece a la estirpe de marchantes capaces de robar o matar si la obra lo justifica – el arte está por encima de cualquier valor-, sus principales clientes: Luis Bastos, un millonario de dudosa fortuna, y Julia, su hermosa, inculta y moribunda mujer, están dispuestos a hacer hasta el último sacrificio con tal de obtener un dibujo de Matisse que detrás de su aparente sencillez, es objeto del deseo de los grandes conocedores de arte y una auténtica piedra filosofal.
La acción transcurre en los espléndidos años ochenta cuando ríos de dinero corren por las calles de Nueva York y se invierte en colecciones particulares sumas que a muchos pacatos les parecía inmorales. Tiempos de derroche que acabaron cuando empezó la Guerra del Golfo en 1990 y el arte se devaluó tan rápido que un ingenuo venezolano “ al que el dinero le quemaba las manos” gasta una verdadera fortuna en obras que al día siguiente no podría vender ni por la mitad de lo que pagó.
El estereotipo del venezolano nuevo rico no es el único en el que cae Vicent en La novia de Matisse, más bien parece un decálogo de lugares comunes, personajes predecibles y escenarios obvios. Vicent -autor de Son de mar (Premio Alfaguara1999) y columnista del diario español El País- declaró a la prensa que no es afecto a corregir ni a redondear las ideas: "Tengo una manera peculiar de escribir, un método compulsivo de decir las cosas: abro la manguera a toda presión y con la angustia de unos cien metros libres lleno doscientos folios en un mes".
Esta falta de compromiso de Vicent se lee en La Novia de Matisse, una novela entretenida, de lectura rápida pero tan predecible como los chapuceros ladrones de los cuadros de Esther Koplowitz, quienes el viernes 21 de junio de 2002 se dejaron atrapar con las manos en la masa vendiendo Las tentaciones de San Antonio de Peter Brueghel a un policía disfrazado de millonario. Los ladrones –una banda de hampa común de la cual el vigilante amordazo formaba parte- distan  de ser refinados amantes del arte, uno de los Goya pasó todo este tiempo escondido debajo de una cama en un burdel.
Erik el Belga, famoso ladrón de arte, estaba indignado: “Ladrones tan burdos desacreditan a la profesión”



Crónica escrita en 2002, no recuerdo si fue publicada.

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