martes, 29 de enero de 2008

Sacándole conversación a Jaime


Yo también lo conocí en Key Biscayne, no a Guido Antonini sino a Jaime Bayly. Tampoco fue en el 7 Eleven, sino en el supermercado Winn Dixie, eran las 9 de la noche y estaba delante de mi en la cola para pagar.
Fue en septiembre de 2006, todavía a Bayly no le daban arrebatos antichavistas en su programa de televisión, de lo contrario, no le habría sacado conversación, da como pena discutir sobre política venezolana en Key Biscayne.
Pero ahí estábamos, el autor de “La mujer de mi hermano” con una compra completa, y yo detrás con un litro de leche y un cereal. Para gran angustia de mis hijas, aunque suelo comportarme con dignidad cuando me cruzo con una celebridad, esa noche me dio por preguntar lo obvio, si él era Jaime Bayly.
No le hablé de su nuevo programa de entrevistas, en Caracas no se ve, creo que le comenté sobre alguna de sus novelas, probablemente “No le digas a nadie” que fue la que más me gustó.
Mientras empaquetaba, Bayly me preguntó de dónde era, al contestarle que de Venezuela, que estaba de vacaciones en Miami, exclamó:
“¡Lindo país, pero que presidente tan malo tienen!”, y al guardar la última manzana, se despidió con un: “¡Suerte con el loco!”.
Hoy, leyendo en la web la divertida crónica de cómo Bayly conoció a Guido Antonini, veo que no fui la primera venezolana con quien se topó el showman peruano en un ataque de hambre nocturno, aunque después de todo, como que sí me porté con dignidad porque ni le hablé mal de la política de mi país, ni lo invité a mi hotel, ni le ofrecí una Hummer para ir a Disney.
No me debe recordar, y dudo que si vuelve a saber de mí, sea por una valija repleta de petrodólares, aunque ¿quién sabe?

lunes, 28 de enero de 2008

3 talleres y 1 concurso



A menudo me preguntan sobre talleres donde practicar esto del oficio de escribir, tomo del boletín de Ficción Breve tres opciones que están por iniciarse, y un concurso para quien tenga cuentos engavetados.


Taller de poesía con Armando Rojas Guardia. Orientado a la práctica del hecho creador, este taller de poesía dirigido por el reconocido poeta y ensayista Armando Rojas Guardia, está concebido como un espacio comunitario ocupado por 1) el trabajo artesanal, 2) el estudio, y 3) el diálogo permanente. Tiene una duración de seis meses durante todos los jueves, a las 7 de la noche, a partir del 7 de febrero, y un costo de Bs. 80.000 mensuales. Teléfono de contacto para los interesados: 986-3976 y 0424-1353203. Dirección: Calle San Luis, Quinta Bolívar, Urbanización San Luis, Caracas.

Taller de Novela dictado por Fedosy Santaella. Están abiertas las inscripciones para el Taller de novela que dictará Fedosy Santaella, el cual comenzará este jueves 24 de enero a las 7 de la noche en los espacios de Santa Palabra, ubicada en La California Sur. A través de la lectura de textos como Mientras escribo de Stephen King, La loca de la casa de Rosa Montero, La enfermedad de Alberto Barrera Tyszka y No habrá final de Roberto Echeto, y la visualización de obras cinematográficas, Santaella abordará temas como: ¿Por qué la novela? ¿Qué es la novela? ¿Qué quiero contar? La historia principal, el argumento, puntos álgidos, giros de trama, personajes, selección del narrador, tiempo verbal. En cada sesión, los participantes presentarán sus avances interactuando con el profesor y demás alumnos.
Este curso será impartido todos los jueves a las 8:00 de la noche la sede de Santa Palabra, ubicada en La California Sur, Av. Trieste con Av. Madrid, dentro de los espacios de Roberto Mata Taller de Fotografía. Quienes deseen más información sobre el programa de estudios, duración e inscripciones, pueden llamar al 257.9745 o 256.2587, o escribir a santapalabra@gmail.com.

Aprende a narrar escribiendo con Israel Centeno. El narrador Israel Centeno es el facilitador de un taller sobre narrativa, en el cual se aprenderá: a escribir un buen comienzo, cómo mantener al lector atento a la historia que se cuenta, diferenciar entre un mero incidente y una historia. Los perfiles de carácter, insertar la idea en la historia de un solo golpe, la distribución del movimiento desde la estructura del relato, insertar mayor información y más interés. Mostrar y no decir. Los cinco mejores tipos de conflictos que fortalecen una historia. Insertar explicaciones que no detengan la acción. Diferencia entre diálogo y conversación. La transición efectiva entre una escena y otra. Las inscripciones están abiertas y las clases comienzan en febrero. en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, centro comercial Paseo Las Mercedes. Más información (0212) 9916755.

Premio Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores. La Policlínica Metropolitana convoca al Premio de Cuento “Policlínica Metropolitana” para Jóvenes Autores en su edición de 2008. En este certamente podrán concursar todos los autores venezolanos o extranjeros residenciados en el país, con un cuento entre 5 y 30 cuartillas. Se otorgará un primer premio de Bs. 5.000.000, un segundo premio de Bs. 2.000.000 y un tercer premio de Bs. 1.000.000, además de la publicación de los textos ganadores y las menciones que considere el jurado. Los cuentos participantes se podrán enviar por correo electrónico u ordinario hasta el 15 de febrero de 2008, y el veredicto se anunciará el 15 de abril. Las bases completas se pueden consultar acá.

miércoles, 23 de enero de 2008

Teleamigos


No sé cómo lo logran. Si acaso tendrán un radar, será vía satelital, o si el ex ministro Pedro Carreño tenía razón y somos espiados a través de Direct TV. Pero alguna forma tienen que tener para agarrarnos en los momentos más vulnerables: cuando estamos bañándonos, o cambiándole el pañal al bebé, o cerrando la puerta de casa que ya vamos tarde; en esos momentos que no admiten interrupción, como por arte de magia, siempre suena el teléfono.
Qué le vamos a hacer, los seres humanos nos hemos vuelto robots, estamos programados para atender el teléfono, y aunque chorreando agua y con champú en el pelo, o cargando un bebé semidesnudo, o a pesar de que perderemos la cita a la que vamos contra reloj; nos dirigimos hipnotizados al insistente aparato que no deja de sonar, esperando que no sea una mala noticia, anhelando que quien llame sea un amigo al que le podamos colgar con un sencillo: “Te llamo después…”.
¡Ay si la vida fuera tan fácil! Porque esas llamadas inoportunas, cual imán, suelen venir acompañadas de un cordial: “Buenos días, llamo del Centro de Atención al cliente de Cantv, me podría comunicar con el titular de la línea, quisiera ofrecerle el servicio de…”.
Y a menos que pequemos de mal educados y colguemos de inmediato, suspiramos resignados ante la verborrea que nos espera porque la consigna de cualquier vendedor, por más representante de una compañía del Socialismo del siglo XXI que sea, es no soltar la presa.
Por ejemplo, si el vendedor dice que vio en el sistema que desde ese teléfono se hizo una llamada a Tel Aviv y nos ofrece la posibilidad de afiliarnos al plan “Mi destino”, al contestarle que seguro fue el bebé jugando con el teléfono, el hábil negociante insistirá que aceptemos la oferta por si “el tremendo de la casa vuelve a hacer de las suyas”. Y si la llamada no fue casual o se hizo a Colombia, a España o a los Estados Unidos, aunque fuera una llamada aislada, apuesto locha contra bolívar a que el vendedor logrará su objetivo de que compremos el plan que nos asegurará un 20% de descuento en las llamadas a ese destino.
Resulta paradójico que desde que Cantv pasó a manos del gobierno bolivariano que dice aborrecer las prácticas del capitalismo, el mercadeo de la principal compañía telefónica en Venezuela aumentó, y si en los Estados Unidos los televendedores se han vuelto una plaga, en Venezuela, hasta ahora, quien usa este invasivo método de ventas es Cantv.
También resulta paradójico que a pesar de que el sistema ABA de la zona donde vivo se la pasa caído, recibo varias llamadas a la semana de algún optimista vendedor de Cantv ofreciéndome su “insuperable sistema de conexión a Internet”. Como por lo general voy apurada, tengo una serie de excusas para colgar desde un “estoy saliendo”, hasta un fingido “la dueña de la línea no está en Venezuela”. Pero cuando tengo tiempo de extenderme, usualmente después de horas sin servicio de Internet, le respondo a mi interlocutor: “¡Qué tupé!” antes de marearlo sobre la dificultad de mis hijos de hacer sus tareas esperando que el irregular servicio ABA -que tengo conectado en la otra línea- funcione bien, y si es un buen vendedor y resulta un tipo simpático, nos horrorizaremos juntos de cómo los niños modernos son incapaces de estudiar sin la ayuda de la web, y quizás, al increíble precio de 3,23 bolívares f de inicial, hasta termine anotándome al servicio “Teleamigo” para ver si llama otra vez.

jueves, 17 de enero de 2008

Laura se arrechó


Incondicional miembro del Club Internacional de Apologistas de Chávez parecía ser la escritora colombiana Laura Restrepo. Cada vez que el tema del presidente venezolano salía a relucir en una entrevista, la autora de La novia oscura reiteraba su admiración por el líder del Socialismo del Siglo XXI. Tal era su fe en Hugo Chávez que hasta tildó como "elegante" su actuación en la primera fase del operativo de intercambio de prisioneros de la FARC conocido como la Operación Emmanuel, a pesar del show mediático que se vivió en la frontera colombo-venezolana la última semana del 2007.
Cuesta entender cómo la pluma que escribió Delirio, novela que describe a Midas Mc Alister, uno de los personajes más rapaces de la literatura latinoamericana reciente, no considerara desmedida la puesta en escena del “desagravio” de la FARC para con el presidente venezolano. Cómo no le dio mala vibra que el intercambio de rehenes perdiera su cariz de acuerdo humanitario para convertirse en “un acto de desagravio hacia el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela” después de que el presidente Uribe le negara a Chávez seguir como mediador en el conflicto colombiano.
Y eso que Laura Restrepo no era ninguna novata en esto de las mediaciones, ella fue comisionada de la paz entre el Gobierno Colombiano y el M-19 en los años 80.
Tampoco es fácil entender cómo una mujer austera como Laura Restrepo pudo obviar tanto invitado internacional en la frontera , el despliegue mediático, y la nada discreta presencia del wild horse de Hollywood, Oliver Stone, para inmortalizar con su sensacionalista cámara (y en exclusiva) el momento de liberación de las rehenes Clara Rojas y Consuelo Perdomo tras seis años retenidas en la selva, además de grabar las primeras imágenes del pequeño Emmanuel, engendrado y nacido hace tres años en cautiverio.
¿Qué habría hecho el director de Platoon y Natural Born Killers con semejante material? ¡Mínimo un Oscar al mejor documental en Hollywood, Palma de Oro en Cannes, Oso Dorado en Berlín! Quién sabe si hasta el premio Nobel de la Paz para el presidente venezolano. Tristemente para los rehenes y sus familiares, y quizás para la historia del cine épico documental, no se dio el “desagravio” en diciembre del 2007: la FARC se echó para atrás sin dar las coordenadas del rescate, unos dicen que porque el Gobierno colombiano no cumplió con las condiciones de seguridad, otros porque a la FARC les faltaba Emmanuel para cumplir su promesa.
¿ Le habrá dado mala espina a la autora de Las rosas invisibles que el presidente Chávez no le diera importancia al pequeño detalle que la guerrilla hacía meses que no tenía al niño que prometió devolver? ¿Que lo habían separado de su madre? ¿Que Chávez sólo responsabilizara al Imperio –como siempre- del fracaso inicial de la Operación Emmanuel?
Días después, viendo las imágenes en Telesur, no sentiría Restrepo cierta piquiña ante la calurosa despedida: “Sigan con su lucha camaradas” del Ministro de Relaciones Interiores venezolano a los guerrilleros de la FARC que en enero entregaron a Consuelo y a Clara sin la fanfarria decembrina.
Hizo falta que tras el final feliz de ver a las rehenes reunidas con sus familias, Chávez exigiera a la comunidad internacional y al gobierno colombiano reconocer a la FARC como fuerzas beligerantes, que llamara en su discurso de año nuevo a la guerrilla colombiana “un ejército salvador”, para que Laura Restrepo, por fin, le viera las costuras y calificara las palabras del líder revolucionario como un “autogol patético” por justificar a quienes tanto sufrimiento le siguen causado al pueblo colombiano, recordándole al presidente venezolano que esto no es cuestión “de egos ni prestigios presidenciales”, sino de la vida de inocentes rehenes, y que todavía quedan cientos de civiles en cautiverio.

domingo, 13 de enero de 2008

Adriano y los sumerios


Ni recuerdo qué novela reciente celebrábamos en la librería El Buscón, tal vez “Miedo, pudor y deleite” de Federico Vegas, o “Rocanegras” de Fedosy Santaella, sólo recuerdo que en los pasillos del Centro Cultural Trasnocho apenas quedábamos un grupito riendo y conversando, además de los eternos rezagados que exprimen hasta la última gota de vino de este tipo de eventos.
Sí, la velada estaba por terminar cuando ví reflejado en un espejo a mi viejo profesor de la Escuela de Artes, Adriano González León, aquel prestigioso escritor trujillano que me daba en los años 80 una materia electiva que ya ni recuerdo el nombre pero que le permitía semana tras semana lucirse ante una decena de estudiantes disertando de aquí para allá sobre la historia del pensamiento y del arte.
Más de veinte años habían pasado de esos jueves en la mañana en la UCV, desde entonces, de vez en cuando Adriano y yo nos cruzábamos por los caminos literarios caraqueños que en la década del 2000 dejaron de ser Sabana Grande y sus alrededores para centrarse en la inhóspita pero más “segura” urbanización de Las Mercedes.
Al bautizo esa noche en la librería El Buscón Adriano llegaba tarde, o quizás la distraída era yo que no lo había visto antes, de lo que sí me dí cuenta rapidito es que se le veía agobiado, así que me acerqué a saludarlo:
- ¡Adriano! ¿Dónde estabas que no te había visto?
Se le iluminaron los ojos y me abrazó:
- ¡Adriana!- tras darme un beso en el cachete me susurró en el oído – Te lo ruego, por lo que más quieras, sácame de aquí.
Yo la estaba pasando bien pero pasadas las 9 de la noche a esta Cenicienta se le hacía tarde, en cuestión de segundos empezaría a recibir llamadas de mi casa para ver dónde diablos estaba metida, si acaso me habían atracado o me había fugado con un cineasta, por eso aproveché la súplica de Adriano para despedirme de tanto intelectual sin quedar como una ama de casa sometida:
- Le voy a dar la cola al profe a su casa.
Las risas siguieron aún cuando Adriano y yo nos alejábamos tomados del brazo hacía el estacionamiento, los panas malas lenguas me advirtieron al despedirse:
- Prepárate para los sumerios.
No hay quien no admirara al escritor de “País Portátil” y “Viejo”, no sólo por la calidad de su prosa y poesía siendo el único premio “Biblioteca Breve” venezolano, sino también por su erudición y simpatía, aunque en el foro de la página web de Relectura un irreverente post anónimo preguntaba hasta cuando González León divagaría sobre los sumerios.
Por mí que divagara por siempre, no me cansaba de oírlo pasar de los sumerios a los simbolistas, de Verlaine a Ramos Sucre, de la lira a Artaud, y sobre todo, oírlo exaltar las ocurrencias del conde de Lautréamont. Pero esa noche en medio del tráfico nocturno de Las Mercedes Adriano sólo tenía un tema: Venezuela, ¿cómo íbamos a salir de esta situación política? La voz le temblaba y parecía al borde de las lágrimas, él, que nació en el año 1931 y a quien siempre le había dolido tanto el país, él, que se sabía un hombre de izquierda, un progresista, que hasta preso estuvo en su juventud, fundador de Repúblicas utópicas, me aseguró que nunca, nunca, imaginó que vería a su país sumergido en semejante túnel del oscurantismo que nos devolvía a la Venezuela caudillista.
Y para colmo, los médicos le habían prohibido terminantemente beber alcohol.
“Tú sigue escribiendo” fue su última recomendación esa noche de octubre, o de noviembre, de 2007, antes de quedarse en las puertas del pequeño edificio donde vivía en Las Mercedes.
Sí noté que mi tocayo no estaba muy bien de salud, pero no sé porqué pensé que nos volveríamos a ver, que mejores tiempos vendrían para retomar a los sumerios, a Ramos Sucre y al conde de Lautréamont.

sábado, 12 de enero de 2008

Con real y medio fuertes


- Todavía ningún cliente se me ha puesto “Popy” con el cambio- comentaba la cajera de un supermercado dándome el vuelto entre bolívares viejos y bolívares fuertes. Ante la mirada perpleja del muchacho que empaquetaba, otra cajera soltó una carcajada:
- ¡¿Popy?!¡Mija se te cayó la cédula!
Y no sólo a la ruborizada cajera se le caerá la cédula este 2008 usando palabras que pensábamos obsoletas(en su caso nombrando al famoso payaso de RCTV de las décadas 70 y 80), a todos los venezolanos mayores de treinta años se nos removerá el calendario a punta de viejos vocablos dignos de los libros de Ángel Rosenblat, porque con la reconversión del bolívar regresarán palabras que hace tiempo hacíamos en el olvido, y desaparecerán términos que muchos no llegamos a utilizar.
Por ejemplo adiós “mandarina” para referirnos al billete de 50 mil bolívares, al quitarle tres ceros el codiciado cítrico de papel también cambió de color: el nuevo billete de 50 bolívares fuerte es de la tonalidad de un limón. Aunque la mandarina criolla no desapareció -por ahora- tan sólo fue degradada a billete de 5 bolívares fuertes. En el 2008 ni una arepa con queso blanco compraremos con una mandarina F, aunque ya la están llamando “cachicamo” por el animal que engalana su reverso.
Además de los billetes de dos, cinco, diez, veinte, cincuenta y cien bolívares que regresan, los economistas que prometieron fortalecer la moneda venezolana quitándole tres ceros aseguran que pronto usaremos las monedas antiguamente conocidas como “puyas” (0.05 céntimos de bolívar), lochas (0.125 céntimos), medios (0.25 céntimos) y reales (0.50 céntimos). Pero si los niños de los años 70 comprábamos un caramelo con una puya, un Toronto a locha, un Pepín con medio, y un cargamento de chupetas martillos con un real; los niños del 2008 que pretendan pagar en la cantina con las “nuevas viejas” monedas se darán cuenta que aunque el bolívar fuerte tenga tres ceros menos, es imposible meterse en el túnel del tiempo de la economía y lograr que la merienda vuelva a estar a locha. Por más que el Gobierno trate de maquillar al bolívar, la matemática doméstica no da: en el 2008 con real y medio fuertes ni se compran una vaca, ni un cochino, ni una pava, ni alcanza para una merienda escolar.
“Millonario” es uno de los adjetivos que se revalorizarán con el bolívar fuerte. Antes de los años 80 ser millonario describía a alguien muy rico, pocos alcanzaban amasar semejante fortuna en Venezuela ni tampoco hacía falta para vivir mejor que un rey: un carro nuevo podía valer 30 mil bolívares, una pareja comía espléndido en un restaurante de carne por menos de un “marrón” (100 bolívares), y con 5 bolívares se iba al cine. Casi 30 años después, en el 2007, cualquier venezolano con sueldo millonario se sentía arruinado conciliando alquiler y mercado con algún gasto imprevisto.
Con la llegada del 2008, miles de venezolanos automáticamente dejamos de ser millonarios, las mandarinas ya no se cotizan alto, una pareja a duras penas comería una parrilla compartida sin contornos con un nuevo marrón, y visitando cualquier mercado pareciera que no solo hubo una reconversión de la moneda sino también una obvia escalada en los precios; pero bienvenidos los nuevos limones, marrones, cachicamos y demás bolívares fuertes si logran el milagro de detener los males imbatibles de la economía del 2007: la escasez y la inflación.
Aunque después de hacer ese primer mercado del año, me atrevería a pronosticar que no.

viernes, 11 de enero de 2008

La Taquillera


No sé si pecaré de sensible, pero de un tiempo para acá cada vez que voy al centro cultural Trasnocho donde hay tres salas de cine y una de teatro, la muchacha en la taquilla al verme llegar levanta los ojos y exhala un suspiro resignado como queriendo decir: “¡ oh no, volvió la indecisa!”.
Trato de ignorarla, de recuperar mi dignidad, y como si fuera la primera vez que nos vemos, le pregunto: “¿Qué están pasando de bueno?”.
La muchacha alza su mirada fastidiada a las marquesinas digitales que anuncian el título de las películas del día y el horario.
Cómo decirle sin sonar pedante que yo no sólo recibo periódico, sino que también entro a la cartelera cinematográfica nacional por Internet, cómo explicarle a la indiferente taquillera que mi ignorancia no se atañe a títulos y horarios sino a contenidos: ¿son buenas las películas que están pasando? ¿De qué se tratan? ¿En qué estado de ánimo saldré después de verlas?
No me avergüenzo de mi ignorancia: la mayoría de las películas que pasan en los cines del Centro Cultural Trasnocho no suelen ser de esas superproducciones hollywoodenses que tanta ha sido su promoción, que cuando vamos al cine a verlas, es como sí la hubiéramos visto antes. En este oasis cultural exhiben producciones independientes y de nacionalidades diversas que varían semana a semana, difícil para un cinéfilo amateur seguirles la pista porque la crítica cinematográfica especializada desapareció de la prensa nacional. Por eso insisto con mi amiga taquillera:
“Los títulos no me dicen mucho, ¿de qué van las películas?”
Por lo visto no soy la única desinformada en esta ciudad porque la taquillera está preparada para este tipo de contingencias y me pasa por debajo del vidrio de la taquilla un panfleto del Trasnocho con la página abierta en un resumen de los filmes de la semana. Sólo le faltó subrayarlos. Mientras investigo, una pareja compra sus entradas sin titubear.
Leo otra vez los títulos, el año, el tema, puras reseñas informativas, carecen del alma que nos hace decidir cuál película ver entre tres opciones que parecen buenas. Por eso le devuelvo a la taquillera el folletito preguntándole:
“¿Tú cuál me recomiendas?”.
La taquillera responde con indiferencia:
“Depende de lo que prefiera, ¿drama o comedia?”.
Comedia, siempre comedia, que con la política nacional tenemos suficiente drama, pero la francesa “Las muñecas rusas” ya la había visto y mi disyuntiva esa tarde era entre un par de filmes que no sólo prometían ser tremendos dramones sino que también parecían tener el mismo tema: dos hermanos (o amigos de infancia) comparten la lucha por un ideal pero terminan tomando caminos distintos. Una película irlandesa y la otra palestina: El viento que agita la cebada de Ken Loach y Paradise Now de Hany Abu-Hassad; las dos prometían ser buenas, presentía que cualquiera de las dos terminaría dejándome por el piso.
Por eso insistí en consultar el criterio de la chica de la taquilla y le hablé con el tono y la confianza como si fuera mi mejor amiga, esa que sólo me recomienda películas que sabe que me van a gustar.
“¿A ti cuál te pareció mejor?”
Su respuesta me dejó asombrada:
“No he visto ninguna de las dos películas”. Algo avergonzada concluyó, “pero el público sale satisfecho de las dos, así que deben ser buenas”.
Yo y mis preguntas tontas: encerrada en esa pecera de cristal los siete días de la semana contando cambio, despachando tickets, deseando "que disfruten la función": ¿en qué momento puede ir la taquillera al cine?
Esa tarde me fui por la película irlandesa, a la semana siguiente regresé para ver la palestina, aunque estaban pasando dos comedias en el Trasnocho, Paradise Now había quedado pendiente y en esa ocasión no fui con disyuntivas. Me planté orgullosa en taquilla para pedir un boleto para Paradise Now, pero mi amiga taquillera ya no estaba. Quiero pensar que pidió traslado para sala.

Artículo publicado en la revista Contra Bando.