viernes, 11 de enero de 2008
La Taquillera
No sé si pecaré de sensible, pero de un tiempo para acá cada vez que voy al centro cultural Trasnocho donde hay tres salas de cine y una de teatro, la muchacha en la taquilla al verme llegar levanta los ojos y exhala un suspiro resignado como queriendo decir: “¡ oh no, volvió la indecisa!”.
Trato de ignorarla, de recuperar mi dignidad, y como si fuera la primera vez que nos vemos, le pregunto: “¿Qué están pasando de bueno?”.
La muchacha alza su mirada fastidiada a las marquesinas digitales que anuncian el título de las películas del día y el horario.
Cómo decirle sin sonar pedante que yo no sólo recibo periódico, sino que también entro a la cartelera cinematográfica nacional por Internet, cómo explicarle a la indiferente taquillera que mi ignorancia no se atañe a títulos y horarios sino a contenidos: ¿son buenas las películas que están pasando? ¿De qué se tratan? ¿En qué estado de ánimo saldré después de verlas?
No me avergüenzo de mi ignorancia: la mayoría de las películas que pasan en los cines del Centro Cultural Trasnocho no suelen ser de esas superproducciones hollywoodenses que tanta ha sido su promoción, que cuando vamos al cine a verlas, es como sí la hubiéramos visto antes. En este oasis cultural exhiben producciones independientes y de nacionalidades diversas que varían semana a semana, difícil para un cinéfilo amateur seguirles la pista porque la crítica cinematográfica especializada desapareció de la prensa nacional. Por eso insisto con mi amiga taquillera:
“Los títulos no me dicen mucho, ¿de qué van las películas?”
Por lo visto no soy la única desinformada en esta ciudad porque la taquillera está preparada para este tipo de contingencias y me pasa por debajo del vidrio de la taquilla un panfleto del Trasnocho con la página abierta en un resumen de los filmes de la semana. Sólo le faltó subrayarlos. Mientras investigo, una pareja compra sus entradas sin titubear.
Leo otra vez los títulos, el año, el tema, puras reseñas informativas, carecen del alma que nos hace decidir cuál película ver entre tres opciones que parecen buenas. Por eso le devuelvo a la taquillera el folletito preguntándole:
“¿Tú cuál me recomiendas?”.
La taquillera responde con indiferencia:
“Depende de lo que prefiera, ¿drama o comedia?”.
Comedia, siempre comedia, que con la política nacional tenemos suficiente drama, pero la francesa “Las muñecas rusas” ya la había visto y mi disyuntiva esa tarde era entre un par de filmes que no sólo prometían ser tremendos dramones sino que también parecían tener el mismo tema: dos hermanos (o amigos de infancia) comparten la lucha por un ideal pero terminan tomando caminos distintos. Una película irlandesa y la otra palestina: El viento que agita la cebada de Ken Loach y Paradise Now de Hany Abu-Hassad; las dos prometían ser buenas, presentía que cualquiera de las dos terminaría dejándome por el piso.
Por eso insistí en consultar el criterio de la chica de la taquilla y le hablé con el tono y la confianza como si fuera mi mejor amiga, esa que sólo me recomienda películas que sabe que me van a gustar.
“¿A ti cuál te pareció mejor?”
Su respuesta me dejó asombrada:
“No he visto ninguna de las dos películas”. Algo avergonzada concluyó, “pero el público sale satisfecho de las dos, así que deben ser buenas”.
Yo y mis preguntas tontas: encerrada en esa pecera de cristal los siete días de la semana contando cambio, despachando tickets, deseando "que disfruten la función": ¿en qué momento puede ir la taquillera al cine?
Esa tarde me fui por la película irlandesa, a la semana siguiente regresé para ver la palestina, aunque estaban pasando dos comedias en el Trasnocho, Paradise Now había quedado pendiente y en esa ocasión no fui con disyuntivas. Me planté orgullosa en taquilla para pedir un boleto para Paradise Now, pero mi amiga taquillera ya no estaba. Quiero pensar que pidió traslado para sala.
Artículo publicado en la revista Contra Bando.
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