domingo, 9 de enero de 2011

Quién dijo que viajar es fácil


Quienes ven la situación del país color de rosa se jactan de que en el 2010 los vuelos de diciembre Caracas-Miami estaban agotados desde agosto, señal que la situación económica en Venezuela es esplendorosa. Otros opinan lo contrario: que esto se debe a que el número de vuelos a los Estados Unidos ha sido drásticamente reducido, por ejemplo si hace unos años salían vuelos diarios a Nueva York de varias aerolíneas, hoy solo American Airlines tiene dos vuelos semanales, quienes quieran llegar a Nueva York deben hacerlo vía Miami o Atlanta. Lo mismo pasa con otras ciudades. En temporada alta hay que planificar cualquier viaje con meses de antelación hasta para destinos nacionales como la isla de Margarita.
El 20 de diciembre en el bullicioso terminal nacional de Maiquetía, a pesar del gentío que se agolpaba nervioso en la puerta que daba acceso al avión de Laser, mi esposo tranquilizaba a la familia mostrándonos las tarjetas de embarque: “No se preocupen que compré los pasajes en septiembre, tenemos asignados 5 puestos de la fila 8, nadie nos los va a quitar”.
 “Qué optimismo” pensé viendo a decenas de vacacionistas blandiendo sus tarjetas de embarque mientras el orondo padre de familia, con la confianza de la planificación temprana, resolvía un sudoku como si la angustia de quedarse varado en Maiquetía no fuera con él.
Yo no estaba tan confiada, llegamos a las 10.30 am al aeropuerto y el vuelo de Laser a Margarita que salía a esa hora se anunciaba con retraso en la pantalla. La cola para chequear las maletas fue lenta porque tenían prioridad los del vuelo de las 12.30 pm, hora que salió el avión de las 10 y 30.  “Hoy va a ser un día largo”,  presentí mientras la familia compartía una pizza dentro del terminal aéreo justo a la hora en la que deberíamos estar abordando el avión, imaginé que no llegaríamos a Guacuco antes del anochecer.   
El  optimista de la pareja por fin se dio cuenta que tener las tarjetas de embarque no equivale a montarse en el avión cuando el personal de tierra de Laser anunció que una aeronave más grande despegaría a las 4.30 uniéndose los dos vuelos pendientes a Margarita. Todos los pasajeros del de las 12.30 se irían en ese avión, y cuantos cupieran del vuelo de la 1.30 teniendo prioridad los pasajeros de la tercera edad y quienes viajaban con niños, características que describen a 3 cuartas partes de los  temporadistas navideños.
Tras abordar el avión los pasajeros del vuelo de las 12.30 de lo más civilizados, la puerta de embarque se volvió como el acceso a la última balsa del Titanic: señoras que jamás habrían confesado la edad esgrimían orgullosas su cédula, a una mamá que viajaba sola con 3 niños pequeños los demás pasajeros le cerraban inclementes el paso, un papá con un niño en los hombros era empujado por un manganzón que le gritaba indignado: “¡No te colees!”.
Quién sabe que habría sido de nosotros  de no ser porque nuestro chamo de diez años, ante el asombro de sus resignados-a-quedarse padres, se escabulló entre la multitud y entró en la manga de embarque cual pequeño polizón. Una aeromoza al darse cuenta de un muchachito solo gritó: “¿Dónde está la familia de este niño?” y logramos ocupar los últimos puestos del avión. En el aeropuerto quedaron muchos pasajeros varados. Sabrá Dios qué habrá sido de ellos.
Ni soñar la fila 8, nos sentamos donde encontramos, viendo las verdes montañas de la costa quedarse atrás, suspiré aliviada: “¿Quién dijo que viajar es fácil?”.

Artículo publicado el 8 de enero en El Nacional, la foto ilustra la hora en la que salimos del aeropuerto de Margarita rumbo Guacuco, un vuelo de media hora termina representando un viaje de 9 horas.

3 comentarios:

Imágenes urbanas dijo...

Aquì, ya nada es fàcil.

Adriana Villanueva dijo...

Así es Mitchele, pero la verdad es que viajar a Margarita siempre fue motivo de sobresaltos, recuerdo hace años, mucho antes de la 5ta República, una Semana Santa yendo a Margarita el vuelo estaba retrasado y cambiaban a cada rato la puerta de embarque. Hoy me da risa recordar a ese poco de gente corriendo como si estuviera en juego una medalla olímpica porque entonces ni puestos asignados había. Menos mal que en esa época era soltera e iba con un grupo de amigos que nos los tomábamos como una guachafita.
¿Qué le vamos a hacer? Somos el país de la machimberra.

Anónimo dijo...

Todo viaje tiene sus contratienpos pero al mal tiempo buena cara.

Morocha - viajar a latinoamerica