jueves, 31 de marzo de 2011

Los Vogue de la vecina


Acabo de pasar por uno de esos momentos minúsculos en la historia de la humanidad pero gigantescos en mi vida: esperando el ascensor llave en mano, me tope a un lado del bajante de basura con una montaña de Vogues. Por el tamaño de la pila se veía que la vecina no botaba una revista desde que Kate Moss era reina de las pasarelas. Tenía ante mí por lo menos los últimos 10 años de la moda.
Llegó el ascensor y no me decidía a entrar, enfrentaba un dilema: viendo la portada de la revista a Gwynnet Paltrow en lo que parecía un Balmain, dudé si recoger la basura de la vecina (ergo la colección de Vogue que para algunos podía ser vista como un tesoro), o evitar la tentación y seguir mi camino.
De haber encontrado la montaña de Vogue hace algunos meses la habría recogido sin contemplación, dejando las revistas en una esquina del apartamento esperando ser leídas en una tarde de lluvia que quizás nunca llegaría. Este fenómeno de acumular revistas -entre otros porquerías- y la incapacidad de botarlas tiene un nombre en inglés: "Hoarding", algo así como acaparamiento, y en sus casos más extremos, cuando la vivienda comienza a apestar a basura, es vista como una enfermedad digna de ser tratada por un siquiatra.
No he llegado a los extremos del "Hoarding" clínico, pero para allá iba porque hasta hace pocos años estuve suscrita a Rolling Stone Magazine y Premiere; además de las revistas The New Yorker y Gatopardo que compraba cuando conseguía, las de moda cada vez que viajaba, y las People para el avión, sumando los Vanity Fair y NYT Books Reviews a los que siguen suscritos mis padres, de quienes por lo visto no heredé el hoarding porque apenas los terminan de leer, me los pasan, que es su manera de botarlos.
Tantas revistas es imposible leerlas en un mes, así que se van acumulando junto con las leídas que dan lástima botarlas porque tienen artículos muy buenos... y uno que pensaba que las revistas no ocupan casi espacio, y sin darnos cuenta toneladas de papel se van acumulando hasta convertirse en un causal de la vibra desordenada según el Feng Shui.
Dicen los típicos consejos de decoración y buenas energía que si en tu casa encuentras una revista con data de un par de meses sin ser leída, hay que botarla. Lo que no dice es cuanto tiempo debes guardar aquella revista que te duele botar porque tiene artículos interesantes. Algunas revistas las iba coleccionando, otras las dejaba para más tarde, y de otras iba archivando los artículos que me gustaban, hasta que me di cuenta que a esos artículos archivados jamás regresaba, en parte porque mi torpe memoria olvida el material archivado, y lo que no recordamos, es como si no existiera.
Pero vaya que ocupa espacio.
Seguiría con esta manía de no botar revistas de no ser porque recientemente leí: Homer & Langley del escritor norteamericano E.L. Doctorrow. Esta novela corta narra la verídica historia de un par de excéntricos hermanos solterones que vivían frente al Central Park en Nueva York, que fueron encontrados muertos en la que alguna vez fue la lujosa casa de sus padres, sin agua, sin electricidad, llenos sus salones desde el piso hasta el techo de revistas y periódicos que Langley se negaba a botar porque tenía la idea de crear el periódico de todos los tiempos.
¿Me estaría convirtiendo en Langley? ¿Cuál es el sentido de archivar artículos que después no leería? ¿Por qué guardarlos si hoy contamos con ese archivo infinito llamado Internet? Así que un día cual yonqui que decide hasta aquí llegué, agarré casi todas las revistas acumuladas los últimos 20 años, y las boté. No soy tan dura, me quedé con algunas ediciones especiales como la de Rolling Stone que tiene a George Harrison en la portada y un periplo: 1943-2001.  Pero algo así como el 80 % de mi colección de revistas las boté, y en lugar de dolor sentí como que me quité un peso de encima.
Hoy creo que estas revistas las agarró la vecina, quien para desquitarse, está saliendo de sus Vogues.

2 comentarios:

Nico Aristeguieta dijo...

Como me gustan tus relatos Adriana, un saludo te sigo

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Nico.