sábado, 24 de septiembre de 2011

El Ipod de mamá


Llenarle el IPod a mamá es tarea fácil, conozco bien su gusto en materia de música, por ejemplo, sé que solo debo poner cantidades limitadas de canciones de artistas que llenan mi Ipod como Rubén Blades, Joaquín Sabina y los Rolling Stones, porque mamá se aturde con ellos como yo me aturdo de los enemil boleros de Luis Miguel que a ella tanto le gustan.
En el Ipod de mamá cabe mucho Pop, poca salsa, algo de lo que oyen los nietos, y una buena representación de talento nacional. De ella heredé la pasión por el Soul, en nuestros Ipods compartimos Marvin Gaye, el sonido Motown y música Disco porque siendo una madre joven a fines de los años 70, mamá disfrutó de la fiebre del sábado por la noche a la par de su hija adolescente.
 Pero los tiempos han cambiado, tanto para la madre como para la hija, hoy salir de noche en Caracas tiene el atractivo de nadar en un río lleno de caimanes. 
Con espacio para casi 4 mil canciones, en el Ipod nano de mamá cabe alguna travesura, en el anterior coleé a la Nueva Trova Cubana evocando mis años universitarios cuando oía a Pablo o a Silvio cantarle a revoluciones y mamá me mandaba a bajar el volumen del minicomponente no por razones políticas sino porque esos hombres “parecen gatos maullando”.  
Este es el tercer Ipod que le lleno, el primero se fundió, estos aparatitos a veces no duran mucho. El segundo se lo robaron hace unas semanas cuando papá salió una noche, a pocos metros de su casa, a darle un abrazo a un primo que estaba cumpliendo años. Ni siquiera se fue a pie, se fue en carro porque en las oscuras urbanizaciones caraqueñas es difícil no sentirse como un polluelo al acecho de depredadores.
En esta ruleta rusa que se ha vuelto Caracas (barrio o urbanización, el hampa acecha igual) esa noche uno de los números premiados le tocó a mis padres cuando saliendo del cumpleaños del primo, a papá lo encañonaron unos ladrones, lo llevaron a la casa y cargaron con computadora, celulares, efectivo, prendas, el carro, y el Ipod de mamá.
Cuántos casos similares no han ocurrido los últimos años, y si no hay muertos o heridos que lamentar, la reacción de las víctimas y sus familiares suele ser la misma: susto, rabia, impotencia ante la intimidad violentada; pero al mismo tiempo un profundo alivio porque “corrimos con suerte”, “lo material se recupera”, “pudo haber sido peor”, “al menos no fueron violentos”, “salimos con vida”.
Mamá cuenta que amarrada en una silla, a sabiendas de que dos hombres estaban desvalijando su casa, le preguntó al malandro que quedó encargado de que la señora no se pusiera comiquita: “¿por qué hacen esto?”.
“Por necesidad”, le contestó el ladrón como si de un trabajo más se tratara. Las mismas palabras usadas en el discurso presidencial para justificar el alto índice delictivo en Venezuela, junto con la afirmación de que son exageraciones y el tema de la delincuencia es una guerra mediática.
Mientras tanto, en la urbanización vecina de mis padres, frente a la casa de un chivo de la revolución bolivariana, un séquito de fornidos motorizados vela su sueño y el bienestar de su familia. Así cualquiera asegura que la delincuencia en nuestro país es un problema de percepción. Una vez que se llega al poder, imposible no perder el contacto con la realidad.
 Y heme aquí llenándole por tercera vez un Ipod a mi mamá, solo que esta vez me aseguraré de que no se coleé “La era está pariendo un corazón”. 

Artículo publicado en El Nacional el sábado 24 de septiembre de 2011.

No hay comentarios: