miércoles, 13 de febrero de 2013

Relato de tres (o cuatro) celulares rescatados


Los venezolanos somos de la teoría que es más fácil encontrar una aguja en un pajar que un celular desaparecido, por eso cuando en una visita a Nueva York mi esposo apareció con una carota, no me extrañó el motivo: "Boté el celular, mira que no me lo roben en Caracas y lo venga a perder en Nueva York".
Es que los venezolanos que en nuestras fronteras cuidamos al celular con celo extremo, casi que con paranoia, evitando usarlo en lugares públicos para que no nos lo arrebate un malandro, cuando viajamos, apenas despega el avión, bajamos la guardia, porque ¿en qué otro país del mundo robar teléfonos celulares se ha convertido en un pasatiempo nacional?
Por eso cuando me contó cómo lo botó, de la manera más tonta, como solemos botar los celulares, probándose un pantalón en una tienda por departamentos, le recordé que no estábamos en Venezuela, donde es más fácil matar un burro a pellizcos que que aparezca un celular perdido. Regresaríamos de inmediato a la tienda a reclamarlo. 
Regresó remolón, ya hacía casi dos horas que se había probado el maldito blue jean, buscamos al vendedor que lo atendió para ver si le tenía guardado el celular. El vendedor hacia rato se había ido y desde que la actual vendedora estaba a cargo del departamento, no le habían entregado ningún celular perdido: "Try lost and found".
"¡Qué objetos perdidos ni qué objetos perdidos! Ese celular está tumbado", contestó desanimado el propietario del móvil desaparecido.
Pero insistí, aunque en Caracas buscar un celular en un departamento de objetos perdidos sería una idea que daría risa de tanta ingenuidad, en Nueva York, la otrora ciudad más insegura del mundo, quizás funcionaría la diligencia. Y así fue, con solo decir el modelo y la hora en que desapareció, en menos de un minuto teníamos el celular de vuelta sin más trámite que firmar un recibo de entrega. 

                                                                   II

Dos años después, y un sin fin de celulares perdidos, robados o desaparecidos en la familia, le tocó el turno a la suegra. La buena señora durante años se negó a que le regalaran un celular inteligente porque era demasiado costoso y ella no lo iba a saber usar sino para hablar por teléfono, sobre todo en Caracas donde a más de uno lo habían matado para robarle un bicho de esos. 
Pero este diciembre, aprovechando que los Blackberries dejaron de ser tan cotizados por los malandros ante el actual auge del los IPhones, la suegra accedió a que una de sus hijas le regalara un BB, solo para entrar en el grupo Whatsup de la familia, donde a cada rato montan fotos de sus nietas chiquitas que viven en el exterior. Ni siquiera permitió que le instalaran twitter, porque ya estaba demasiado nerviosa con las noticias que oía en la radio y en la televisión. 
Un domingo al mediodía llamó para avisar que no le duró ni un mes el bendito Blackberry, se despertó temprano, fue a misa, después a desayunar a la panadería, y cuando regresó a su apartamento se dio cuenta de que no lo tenía en la cartera. Lo daba por perdido cuando un desconocido la llamó a casa a decirle que tenía el celular en su poder, ¿por qué no se encontraban en media hora para entregárselo? 
La familia pegó el grito en el cielo, ¡qué peligro! ¿y si secuestraban a Lalita? Según la suegra quien la llamó tenía "medio voz de malandro". Al final decidió tomar el riesgo encontrándose con el desconocido en la pastelería Danubio de su vecindario, pero en lugar de un malandro apareció una pareja joven que al encontrar el Blackberry tirado a un lado de un banco en misa, llamaron al teléfono que decía "casa" y "aquí está su celular". De recompensa solo le aceptaron a la descuidada señora que les brindara un café. 
Y así la suegra no solo recuperó su celular, sino aunque fuera un poquito la fe en Venezuela. 


                                                                  III

 Mucho más que un par anécdotas toma recuperar la fe en rescatar un celular que desaparece, por eso cuando Isabel llegó a casa diciendo que su celular estaba "perdido, pero no se preocupen que mañana lo recupero", su papá se puso furioso: "Pero bueno, chica, en qué país crees tú que estamos viviendo". Era el segundo celular que perdía en dos meses, el primero se lo robaron en el Metro. 
"Pero esta vez el celular no fue que me lo robaron, se me cayó en el estacionamiento de la Católica y en vigilancia me dijeron que seguro lo encontraban". 
Desde diciembre Isabel va a la UCAB en un viejo Corolla, la última vez que recordaba haber usado el Blackberry estaba en el tráfico hablando con una compañera de estudios que la llamó para preguntarle por qué no había llegado. Tras estacionar el carro, al querer llamar a la amiga para decirle que estaba entrando, el celular no lo tenía en la cartera. Sin perder tiempo fue a la caseta del estacionamiento a ver si lo tenían, como se había parado muy lejos para agarrar el ticket, tuvo que abrir la puerta, seguro se le cayó ahí. 
No lo tenían, pero le aconsejaron que fuera a vigilancia, había cámaras en la entrada del estacionamiento. Gracias a la hora de entrada del ticket de Isabel, en vigilancia buscaron por video la llegada de la muchacha viendo como en efecto, al abrir la puerta, se le cayó el celular a un lado de la acera. Pasaron como cinco carros antes de que un Volswagen se detuviera, el conductor abrió la puerta y se llevó el celular. El jefe de vigilancia le dijo a Isabel que no se preocupara que ese teléfono aparecía, buscarían el carro por los estacionamientos de la universidad hasta dar con el de quien "encontró" el celular para instarlo a que lo devolviera.
Al salir Isabel de la UCAB como a las 3 de la tarde, ya los vigilantes habían dado con el carro pero no con el conductor, el carro estaba en el estacionamiento de Ingeniería. Estarían pendientes, "no se  angustie, joven, que mañana tendrá su celular de vuelta". 
Cuando a las nueve de la noche no solo no habían llamado de vigilancia de la Católica sino que el futuro ingeniero había borrado la información del teléfono de Isabel (nos dimos cuenta porque ya no la teníamos como contacto), la chica perdió la fe de recuperar su celular y dedicó la noche a buscar por Internet una pasantía remunerada, que bien sabemos que encontrarla en Venezuela es tan difícil como encontrar un BB perdido. Por lo menos una remuneración que le diera para pagarse uno nuevo.
Pero todavía en la Venezuela del siglo XXI suceden milagros: a las nueve de la mañana del día siguiente llamaron de vigilancia de la Universidad Católica a la estudiante Isabel para avisarle que podía pasar buscando su celular.

                                                               IV

El celular apareció, pero en coma inducido, el futuro ingeniero lo dejó en blanco, como si en lugar de entrar a clases hubiese invertido la tarde en desarmarlo. El papá de Isabel se lo llevó al día siguiente a una pequeña tienda de Movistar para ver si lo devolvían a la vida, al mediodía llegó con él:
"El tipo que lo encontró era tan bandido que no perdió tiempo para meter toda su memoria en el celular, miren".
Estaba lleno de contactos y fotos ajenas. 
Isabel lo quiso resetear pero no la dejé, le pedí que me diera unos minutos, ya pensaba escribir una crónica para Evitando Intensidades y quería adentrarme en la psiquis de un choro de celulares. En este caso un tal Dyantrix, que según la foto de identificación de mensajería BB era un hombre joven, que no llegaba a los 30 años,  padre soltero o divorciado porque en la foto salía con una niña a quien declaraba: "la única mujer de mi vida".
Como que ni tan la única, la mayoría de los contactos de Dyantrix era mujeres jóvenes de las que ponen mensajes intensos en sus perfiles tipo: "Vive cada día como si fuera el último día de tu vida". 
Y en esas estaba, investigando la mente criminal tras tantas intensidades, planeando la cruel venganza por tratar de despojar de su celular a mi muchachita, cuando llamaron de la tienda de celulares: "qué pena con ustedes pero hubo un error, le dimos el celular que no era". 
El empleado de la tienda preguntó aterrado si habíamos borrado la memoria al celular, ojalá que no porque era de otro cliente que tenía el mismo modelo.  Corrió con suerte, por cuestión de minutos no lo hicimos, gracias a Evitando Intensidades, de lo contrario este no habría sido un relato de (cuatro) sino de tres celulares rescatados. 


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