Leí en twitter que la directora del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, propuso que al presidente-encargado-candidato, el señor Nicolás Maduro Moros, le reforzaran la escolta de seguridad porque su vida corría peligro. Nada dijo del candidato de la unidad democrática, Henrique Capriles Radonski.
La exigencia de reforzamiento de la escolta para el candidato del oficialismo me hizo recordar aquel momento en el que casi todos fuimos chavistas, en los primeros días del gobierno de Hugo Chávez en 1999 cuando juró hacer tabla rasa de los males del país, unir a los venezolanos en el trabajo y en el esfuerzo, y eliminar los gastos superfluos del Estado, como por ejemplo: se acabaron las colitas en los aviones de PDVSA, cada pasajero de un avión del Estado debía ser justificado, y se acabaron los escoltas que no fueran estrictamente necesarios.
Retrocediendo años atrás, mi primer hogar de recién casada, a principios de los 90, era un apartamento en un pequeño edificio en Santa Eduvigis, de los primeros edificios construidos en esta zona residencial de Caracas. Hoy el punto de referencia para llegar a Santa Eduvigis es subiendo por el Excelsior Gamma, entonces el punto de referencia era "donde vive Luis Herrera".
El 43º Presidente de la República de Venezuela, militante del partido Copei, electo por voto popular para gobernar el período 1979-1984; tras cederle la banda presidencial a Jaime Lusinchi, regresó a esta, su casita blanca, no se puede decir que humilde pero si sencilla, cuyo mayor lujo era un pequeño jardín, como con tres escoltas parados a la sombra de unas trinitarias en la entrada de la casa para resguardar la integridad física del ex-presidente, su señora doña Betty, y sus cuatro hijos, que eran mis contemporáneos, entonces rondarían los 20 años, a los dos varones los conocía de vista del colegio Santiago León.
Caracas a principios de los años 90 no es como la Caracas a partir de esta V República, todavía no estaban de moda los secuestros express, y aunque de vez en cuando sucedían atracos, te encañonaban para quitarte el carro, te jalaban la cadena, o se metían en las casas para robar; no existía la paranoia en la que vivimos hoy que sentimos que en cada esquina nos puede estar esperando un grupo de malandros con la advertencia "Tranquila, mami, que si colaboras no te va a pasar nada".
Por eso cada vez que mi mamá me iba a visitar y se encontraba con las escoltas del ex-mandatario conversando bajo la sombra de las trinitarias, se indignaba: "Pongan a esos hombres a trabajar, ¿quién se va a robar a Luis Herrera?". Le recordaba que era una mínima deferencia para un ex-presidente, y además, se podía gustar o no de la gestión de Gobierno de Herrera Campins, lo que no se podía negar es que tras pasar al retiro el ex-presidente vivió una vida austera. Tan austera como su entierro, ya que a los ex-presidentes en el Gobierno de Hugo Chávez se les negó el honor de luto nacional o un funeral de Estado.
La verdad es que la escolta de Luis Herrera tampoco era que metiera miedo, dos o tres hombres con pinta de funcionarios de Ministerio a punto de ser jubilados, vestidos de flux oliva, mostaza, marrón, con corbatas que hacían juego; pasados en kilos y en años, más que escoltas, parecían unos buenos compañeros para una partida de dominó.
Y ahí estuvieron hasta que el nuevo mandatario, Hugo Chávez, decidiera que como parte del plan de austeridad de la Nación se eliminaría a los escoltas superfluos, lo que no especificó es que se refería a los escoltas de otros ex-presidentes, porque los escoltas de los funcionarios del Gobierno, lejos de mermar, han ido en descarado aumento. El oficialismo niega que se deba a la actual situación de inseguridad y violencia en Venezuela, sus voceros dicen que hay que cuidarse porque los compañeros-camaradas están amenazados por las fuerzas del Imperio, de la oligarquía rancia, de la Derecha desestabilizadora... Hasta Mario Silva, el bufón del Gobierno, merece una guardia petroriana, mientras el difunto ex-presidente Herrera Campins en los últimos años de su vida vivió como cualquier hijo de vecina, a merced del hampa.
Casualmente hoy, en 2013, tengo unos cuantos ilustres vecinos revolucionarios, dicen que una es Luisa Estela Morales, la actual presidente del Tribunal Supremo de Justicia, la verdad es que no me la he cruzado ni en el abasto, bueno en el abasto uno jamás se encuentra a los chivos del chavismo, tienen sus escoltas que hacen las compras por ellos.
Precisamente cerca del abasto vive el actual Alcalde del Municipio Libertador, el doctor Jorge Rodríguez, jefe de campaña del candidato-presidente Maduro. Mi ex-vecino de columna en Papel Literario está residenciado en una casa vieja de La Florida, al igual que la casa de Santa Eduvigis de Luis Herrera, dista de ser una mansión pero sí está remodelada con buen gusto y cierto lujo. A pocos metros de su puerta suele estar parado un grupo de hombres que supera en cantidad a la modesta escolta del presidente Herrera. Son fáciles de reconocer, en su mayoría hombres jóvenes, altos, con gorra, y con chaquetotas probablemente para esconder sus armas reglamentarias. Ni se te ocurra tratar de estacionar el carro frente a la casa del Alcalde cuando al abasto llega harina o leche y no encuentras donde estacionarlo, sus escoltas amablemente te lo impedirán, sin darte una razón, porque ellos saben que ya tu sabes.
Precisamente cerca del abasto vive el actual Alcalde del Municipio Libertador, el doctor Jorge Rodríguez, jefe de campaña del candidato-presidente Maduro. Mi ex-vecino de columna en Papel Literario está residenciado en una casa vieja de La Florida, al igual que la casa de Santa Eduvigis de Luis Herrera, dista de ser una mansión pero sí está remodelada con buen gusto y cierto lujo. A pocos metros de su puerta suele estar parado un grupo de hombres que supera en cantidad a la modesta escolta del presidente Herrera. Son fáciles de reconocer, en su mayoría hombres jóvenes, altos, con gorra, y con chaquetotas probablemente para esconder sus armas reglamentarias. Ni se te ocurra tratar de estacionar el carro frente a la casa del Alcalde cuando al abasto llega harina o leche y no encuentras donde estacionarlo, sus escoltas amablemente te lo impedirán, sin darte una razón, porque ellos saben que ya tu sabes.
De estos escoltas se ha dicho mucho, hay vecinos que los celebran porque sienten la urbanización más protegida, hay quienes dicen que pueden ser los primeros involucrados en los constantes atracos de la zona. Pero en honor a la verdad, a una vecina la intentaron atracar un domingo en la tarde y fue la escolta del Alcalde quien impidió el atraco (o secuestro). A Rodríguez tampoco me lo he topado por el vecindario. Los vecinos de la calle dicen que llega a su casa sin mucha bulla, su rostro oculto por un casco montado en una moto como parrillero rodeado por sus escoltas.
Con quien sí me he topado varias veces, aunque nunca la he visto, pero cuando me pasa le mento la madre a ella y al entorno que la rodea, es a Tibisay Lucena, quien cada vez que llega a su casa hace un despliegue de seguridad que ni Barack Obama entrando en la Casa Blanca.
La doctora Lucena vive en una calle que conecta a dos urbanizaciones, cada vez que va llegando a su casa, a ambos lados de la vía se para un Guardia Nacional, Fal en mano, deteniendo el paso. La primera vez que me sucedió, con el carro lleno de niños, pensé que había ocurrido un atraco, o un choque, ¿a cuenta de qué un Guardia Nacional para el tráfico? Me asomé a la ventana a preguntar qué era lo que estaba pasando, para ver si daba media vuelta y tomaba otra vía. El Guardia me respondió retrechero: "Quédese tranquila que ya le vamos a dar paso, espere a que entre la señora".
Así que cada vez que la señora Tibisay entra o sale de su casa, en una caravana de tres camionetotas blindadas, se detiene el tráfico de la calle por unos minutos. No recuerdo que ese privilegio lo tuviera el ex presidente Herrera, a quien en dos años como vecinos, jamás me percaté cuando entraba o salía de su casa.
La escolta de la presidente del Consejo Nacional Electoral, es aún mayor que la del Alcalde Rodríguez, cuando la señora está en casa he llegado a contar hasta cuatro Guardias Nacionales, además de varios escoltas de esos con chaquetotas. Por lo menos diez custodios para la señora del CNE, para ella solita. Pablo Escobar en el Patrón del Mal no tenía ni la mitad.
Qué sabroso saberse así de protegido, con razón se aferran como niguas al poder, pregúntese usted, querido amigo, cómo se siente cada vez que sale de noche, en el trayecto de regreso a su casa.
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