martes, 17 de enero de 2017

Días de Radio


Lo que más detesto cuando mi hija se lleva mi carro no es quedarme sin carro, sino que cuando lo vuelvo a recuperar me cambió la estación de 99.9 -la comprendo, es una estación de adultos contemporáneos que hasta la música suele ser de los años 80-  para sintonizar una estación juvenil. Puede que disfrute oír Rawayana o Bruno Mars de vez en cuando, pero los locutores a veces son de un tonto que exasperan casi tanto como estar atrapada en un tráfico con Maduro encadenado. 
"No exageres que contra las cadenas de Maduro solo queda apagar el radio, en cambio contra las gracejadas con cambiar la estación tienes", dirán ustedes, pero así como el presidente Gerald Ford no tenía la coordinación para caminar y mascar chicle a la vez, yo soy incapaz de conducir y encontrar una estación que me gusta. Debo esperar a que me agarre un semáforo en rojo, o quedar atorada en el tráfico, para regresar a César Miguel Rondón, Román Lozinski o a los amigos de Prodavinci en Agenda Éxitos. 
Te das cuenta que estás echa una carcamal cuando añoras la época cuando en Venezuela solo había radio AM, nadie menor de cuarenta años sabe lo que es eso de la amplitud modulada, que así como en la niñez de sus padres no existía tv por cable, ni Internet, ni dvd, ni siquiera tv a color, apenas tres  canales en blanco y negro y los niños nos sentíamos contentos de ver Los Picapiedras y El Zorro, una y otra vez; la radio no era más moderna, la oferta de estaciones era mucho menor que la actual, accesible en el dial que era automático con botones, nada digital que se desintoniza cuando se descarga la batería del carro.
 Dime que oyes y te diré quién eres, yo de chama sabía que todos los lunes cuando me llevaran a almorzar en casa del bisabuelo lo encontraría sentado en una poltrona oyendo Radio Rumbos o Radio Reloj Continente: "Luis Navarro, de Barquisimeto, llegó a Caracas y quiere saber dónde está su hermana Aminta Navarro, tiene ocho años sin saber de ella... ding dong... se quedaron sin agua los vecinos del Bloque Cuatro de Casalta..."; para mi mamá Radio Capital y su vecina Radio Caracas eran lo que para mi hoy es 99.9, estaciones Pop con buenos disc-jockeys a quienes sentía amigos sin conocerlos; los panas que sintonizaban Radio Nacional o Radio Difusora Venezuela eran melómanos exquisitos frente a quienes una se reservaba comentarios como "¡Qué arrecho el último disco de Phil Collins!"; los románticos que disfrutaban de baladistas como Amanda Miguel, Camilo Sesto y Emmanuel, oían Radio Sensación; quienes iban al aeropuerto para viajar o buscar un familiar, sintonizaban Radio Aeropuerto para saber la puntualidad de los vuelos.
Yo no tenía remilgos con ninguna de esas estaciones, las oía todas (bueno, menos Radio Rumbos y Continente, no me las voy a dar de popular) aunque era más del tipo "sin par" que si me ponían a escoger optaba por Éxitos 1090, la estación Pop por excelencia, con poco espacio para la nostalgia y cuyos Djs se limitaban a anunciar el nombre de la canción y el artista que la interpretaba. No pelaba a las seis de la tarde el recuento del día: Las diez grandes del color.
Todavía lo que más me gusta de la radio es oír música, mientras más música mejor, pero comenzando la década de los ochenta me dejé enganchar por los encantos de un divertido locutor cuando todas las mañanas me levantaba la diana en Radio Capital y el grito del Sargento Full Chola (Juan Manuel La Guardia): "¡A despertarse guerreros!". En el carro, camino al colegio, en lugar de semidormida con una balada de los Bee Gees, los chistes y personajes de Full Chola lograban que fuera riendo a carcajadas aunque me esperara un examen de Latín. Entre las muchas certezas que tenía en mi adolescencia, comenzar el día con Full Chola era una de ellas.
Ya he escrito sobre el tema de los cambios de la radio en Venezuela entre los años 80 y la época actual, dirán que así me estaré poniendo vieja que comienzo a repetirme, pero es que el pasado jueves 12 de enero fui a hacerme unos exámenes médicos de rutina, y me deprimió constatar cómo en la Clínica La Floresta la mayoría de los consultorios están cerrados con llave aún en horas de consulta. Contaba una enfermera que ya los malandros no respetan ni las clínicas, entran a los consultorios y roban a quienes están en la sala de espera, sin perdonar al doctor ni a la enfermera. Cuando al ver mis exámenes de colesterol el internista me sugirió que una manera de controlar los triglicéridos es prescindir del vodka diario, le dije que imposible sobrellevar los sobresaltos de esta Venezuela revolucionaria a palo seco.
Y no insistió.
Por eso ese mediodía quizás estaba más que enervada, con poca paciencia para las pajuatadas que a menudo se oyen en la radio, como una absurda discusión sobre qué asco ponerle piña a la pizza. Y así como tenía la certeza en la adolescencia que de lunes a viernes me despertaría con la diana del Sargento Full Chola, una de las pocas certezas que tenía en esta decadente Venezuela era que el tráfico del mediodía se haría soportable gracias a Albani Lozada y Ramón Pasquier en Agenda Éxitos por 99.9, sobre todo si coincidía con los amigos de Prodavinci: Ángel Alayón y Willy McKey. Pero como en la segunda semana de enero el tráfico caraqueño fluye, ese jueves después de surfear por una estación que exalta las bondades revolucionarias, otra evangélica, y un regatón, aterricé en una estación de música Pop sin locutor gracejo mediante, y ahí me quedé hasta llegar a casa.
Esa noche una triste noticia se hizo viral en las redes: Ramón Pasquier, quien hasta diciembre siguió en su programa radial con la profesionalidad que nos tenía acostumbrados, acababa de fallecer víctima de un cáncer con el que había batallado durante los últimos tres años, batalla que como buen periodista que evita ser noticia, decidió llevarla en privado.
No se hicieron esperar los múltiples homenajes en las redes sociales a Ramón Pasquier: como locutor, como periodista, como amigo. Me entero que Pasquier tenía 52 años, era casi mi contemporáneo, no aparentaba llegar a los cuarenta, no solo por su físico sino también por su voz que no perdió la inflexión juvenil. Ante el dolor por su partida de tantos amigos en común que lo exaltaban como un profesional integro, mordaz, inteligente, culto, muy querido; me doy cuenta que aunque no lo conocí personalmente, detectaba en él a uno de los míos, es decir, a un evitador de intensidades, un periodista que a pesar de los difíciles tiempos que corren, luchó con sobriedad y humor por no perder el control de las emociones, hasta en sus momentos finales, sabiendo llevar a quienes lo escuchábamos diariamente por la radio una correcta combinación de buen análisis de acontecer nacional, con cultura, interesantes entrevistas, sin faltar la dosis pop.
Por eso sin conocer personalmente a Ramón Pasquier, lamento tanto su partida por encontrar en él y en sus compañeros de trabajo en Agenda Éxitos, profesionales que valoran la inteligencia sin convertirla en ladrillo, la hacen amena, calibran el caos sin dejarse llevar por la desesperanza, no se rinden ante los bárbaros.
Hoy al mediodía sintonicé la radio en mi carro antes de salir de casa, en lugar de encontrar las voces de Albani y de Ramón, encontré solo música Pop. Comprendo que Agenda Éxitos esté de luto por la perdida de uno de sus anclas. Solo espero que Albani y los amigos de Prodavinci pronto estén de regreso al mediodía, para hacernos más sostenible el estrés de vivir en Caracas, y aunque Ramón Pasquier sea insustituible, que la radio no se apague porque qué mejor homenaje a su carrera que en un país en tinieblas, seguir su ejemplo de cultura, inteligencia y sobriedad.

3 comentarios:

MEIL dijo...

Maravilloso! por ahora seguimos en llanto...

Clara Franco dijo...

Me encantó lo que escribiste. Y es muy válido detenerse, y luego levantarse y seguir.

Elena dijo...

Totalmente de acuerdo con todo lo expresado en tu escrito! Al igual que tu no lo conocí pero será recordado y extrañado ... QEPD...