viernes, 14 de septiembre de 2018

Ante el cierre del Lee Hamilton

Las redes sociales caraqueñas parecieran más conmocionadas por el cierre de la arepera El Tropezón en Bello Monte, y del legendario restaurante de carne Lee Hamilton en La Castellana, que por el viaje de Maduro para hipotecar lo que queda del futuro de Venezuela a China.
El Lee Hamilton, junto con El Carrizo y El Portón, eran los restaurantes a los que me llevaban a comer carne mis padres desde que tengo uso de razón. Casi siempre a almorzar, usualmente los domingos, porque en la noche la "carne cae pesada", no como hoy que "por la noche da miedo salir".
Como nunca he sido muy carnívora, cada uno de esos restaurantes para esta niña desganada tenía un atractivo especial que poco tenía que ver con la excelente carne que en ellos se comía: en El Portón, que quedaba en una quinta en la entrada de El Rosal a la autopista, me encantaba la media punta trasera con arroz y caraotas, más por el arroz y las caraotas negras que por la carne. Para la mesa se pedía una jarra de sangría que podíamos tomar los niños, solo una copa con más frutas que sangría, en los años 70 se pensaba que a los niños había que enseñarlos a tomar desde chiquitos.
Mi papá solía reconocer adecos famosos en las mesas de El Portón: "miren ahí está Canache Mata", "Miren ahí está Piñerua", por eso mi mamá decía que El Portón era "un restaurante de adecos", lo que no era precisamente un elogio, aunque tampoco un insulto, ni una experiencia similar a lo que sería en tiempos revolucionarios toparse con un chavista pesado en un restaurante.
El Carrizo en La Castellana (donde hoy queda El mundo del pollo) era un local más pequeño, de él salíamos tan ahumados que había quienes se bañaban y lavaban el pelo al llegar a casa. Lo recuerdo sobre todo de noche porque iba con los amigos en los años 80 cuando no era excepcionalmente caro invitar a comer a una muchacha. Hoy a un chamo no le alcanzaría un salario de profesional para almorzar él solo en cualquier restaurante de carne.
No le alcanza ni para almorzar solo en una pollera.
Del Carrizo lo que más añoro son los enormes tequeños que pedíamos para compartir,  y la ensalada Pérez Luna que entró en el menú cuando una cliente regular pedía siempre que a la ensalada mixta con aguacate y palmitos le agregaran queso roquefort.
 Solo en ocasiones especiales recuerdo haber ido al Lee Hamilton, restaurante de carne donde mi plato favorito era el corazón de lechuga con roquefort. A los niños nos llevaban poco, era un restaurante más sobrio, para adultos, menos familiar, la ultima vez que fui fue hace como 17 años,  después del funeral de una querida tía abuela, mi papá nos invitó a pasar el guayabo almorzando en el Lee Hamilton. Reencontrarme con la ensalada roquefort me hizo sentir tan feliz como cuando el estirado Gustav probó la ratatouille de la rata Remi.
¿Estaría el corazón de lechuga y roquefort en el menú hasta el final en el Lee Hamilton? ¿Es posible comer una ensalada con roquefort en la Venezuela de Maduro donde escasean hasta las necesidades más básicas? Suena frívolo preguntárselo, no habría problema en preguntárselo en cualquier país con una economía más o menos normal. 
El único de los restaurantes de carne al que mis padres me llevaron en la infancia que todavía sigue en pie es La Estancia, cuando dejemos de oír en la radio venezolana el pegajoso estribillo que nos recuerda que "Solo en La Estancia encontrarás, el buen sabor del restaurant" sabremos que finalmente llegó el Apocalipsis.
El primero que cerró de los restaurantes de carne de este recuento fue El Portón, a principios de los 90 se lo comió un proyecto inmobiliario, tenía tiempo cerrado antes de ser demolida la quinta donde quedaba para hacer las enormes torres de vivienda que hoy están en los terrenos donde también en una época estuvo el restaurante de carne El Alazán,  y la Juguetería El Rosal.
Después cerró El Carrizo, no recuerdo si a fines de los 90 o principios del 2000. Entonces no hubo más escándalo que el pesar por el cierre de un restaurant importante en la ruta gastronómica de Caracas.
Durante años mi papá siguió invitando a la familia de vez en cuando los domingos a almorzar a excelentes restaurantes de carne como El Alazán, El Shorton Grill (que también cerró) y El Aranjuez. Las mesas eran más largas porque íbamos hijos y nietos. Ya no pedíamos sangría sino vino chileno, los niños tomaban limonada, comenzaba la revolución, pero con el encantador de serpientes que era Chávez al timón y el barril de petróleo a cien dólares, ni en el peor de los pronósticos imaginábamos la tormenta económica que se cerniría sobre Venezuela. 
Un domingo cualquiera de la era de Chávez era difícil encontrar una mesa vacía en cualquier restaurante de carne. En 2018 en la era de Maduro tengo por lo menos tres años sin pisar uno. Actualmente en Venezuela, tras los controles de precios recientemente decretados, no se está consiguiendo carne ni en las carnicerías. Tanta dificultad para conseguir productos, a la que se suma el aumento salarial de varios ceros tras la reconversión de la moneda al Bolivar soberano, por lo visto decretaron el punto final del Lee Hamilton. 
 Hoy, que es noticia en las redes sociales el cierre del legendario restaurante de carne, pienso que lo raro es que haya sobrevivido tanto.  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Shorton Grill quedaba en el bosque. Había que estar loco para ir a ese sitio tan oscuro y peligroso aún en los 90. El carrizo estaba frente al San Ignacio pero no en donde está el mundo del pollo sino donde ahora hay una venta de motos. Saludos Adriana hay otro sitio que nadie recuerda: la strega.

Anónimo dijo...

Sobre lo de comparar los políticos de ad con los del chavismo me parece una falta hacia ellos, quizás haya habido actos de corrupción pero jamás a los niveles del chavismo. Ad dejó obras. El chavismo está dejando una Cuba mucho peor que la propia Cuba.