viernes, 5 de septiembre de 2008

De Londres a Kabul, pasando por La Habana, sin salir de Margarita.


Las vacaciones en Margarita son perfectas para ponerme al día con varias lecturas atrasadas, escojo tres libros muy diferentes entre sí para llevármelos a la isla: la autobiografía de Eric Clapton, Chiquita del cubano Antonio Orlando Rodríguez (premio Alfaguara 2008), y El librero de Kabul de la periodista noruega Asne Seierstad.
Arranco con las memorias de Clapton publicadas en el año 2007 cuando el famoso guitarrista inglés ya tiene 62 años y vive en un castillo en las afueras de Londres con su joven esposa Melia y sus tres niñas: Julie, Ella y Sophie. Aunque sigue dando conciertos a casa llena con la misma energía de sus contemporáneos los Rolling Stones, entre el muchachito de clase media baja que comienza el libro criado por sus abuelos creyendo que eran sus padres, que compró su primera guitarra a los trece años, que antes de los 20 sus admiradores ya juraban que era Dios, tan entregado a lo que él pensaba debía ser la buena música que disolvió varias bandas cuando sentía que se estaban vendiendo al Pop, enamorado de la esposa de uno de sus mejores amigos (George Harrison), y que terminó por conseguirse una novia aristócrata con la que se metía hasta gasolina de avión; y el hoy esplendido padre de familia que compra un enorme yate para que sus niñitas puedan disfrutar las vacaciones en Marbella, alcohólico y drogadicto que tiene años sin consumir, propietario de un centro de rehabilitación en una isla del Caribe, cristiano, amante esposo, y cazador confeso de tiernas tortolitas y venados desprevenidos… hay una intensa travesía de eso que los medios publicitan como el glamoroso mundo del sexo, las drogas y el rocanrol.

Quizás el salto de un guitarrista de blues a una alegre cantante de vaudeville fue demasiado, tanto como la diferencia de tamaño entre Clapton y Chiquita, es decir, Espiridiona Cenda, una consentida niña cubana de fines del siglo XIX que apenas supera las 20 pulgadas, y que al verse huérfana y arruinada, se va a probar fortuna a la ciudad de Nueva York donde apadrinada por la legendaria actriz Sarah Berharndt, se convierte en una gran estrella del espectáculo musical. El narrador cubano Antonio Orlando Rodríguez, residente en los Estados Unidos y quien ha hecho carrera escribiendo libros infantiles, dice que aunque la historia de Chiquita es verídica y la liliputiense vivió muchas de las aventuras descritas en su novela, como autor de ficción se sirve descaradamente de su imaginación para inventarle peripecias a Espiridiona, jugando a sus anchas con eventos y personajes históricos como la anarquista Emma Goldman, la Bella Otero y Francis Scott Fitzgerald.
Entre el jurado que otorgó el premio Alfaguara a la Chiquita de Rodríguez se encontraban Jorge Volpi y Ray Lóriga; cuesta entender cómo estos escritores tan exigentes con el lenguaje como Clapton lo es con las notas que salen de su guitarra, premiaron una novela que si bien puede ser entretenida y bien construida, está escrita en un español sobrecargado de adjetivos y clichés que a menudo la hacen de un kitch subido.
Termino mis vacaciones en Afganistán, lugar poco propicio para que una chica del occidente pase una temporada como lo corroboró la periodista noruega Asne Seierstad, quien en febrero de 2002 se mudó con una familia afgana durante varias semanas para conocer desde adentro su dinámica. Asne, quien ya había reportado más de una guerra antes de inmiscuirse en esta batalla doméstica, pensó que la familia del librero Sultan Kahn no sería una familia afgana tradicional porque el patriarca era un hombre rico, culto y que se asumía como liberal dentro de las estrictas leyes musulmanas. Pero bajo el techo de Sultan, siguiendo las reglas de la casa, conviviendo con sus dos esposas, sus hijos, sus tres hermanas solteras y su madre; Asne se encontró dentro de un estado tan tiránico como los distintos regimenes que han asumido el poder en la historia reciente de Afganistán.
Con “El librero de Kabul” refresqué lo aprendido en el Taller de Memoria y Periodismo dictado por Milagros Socorro, en este caso, cómo usar herramientas de la narrativa de ficción en la no ficción. Seierstad emula al antropólogo Oscar Lewis en 1979 cuando escribió “Los hijos de Sánchez”, infiltrándose en la intimidad de un hogar cuya cultura le es ajena para luego servir como narrador omnisciente de la vida de sus miembros. La periodista noruega asegura que no interviene en los vaivenes de los Kahn sino como expositora de las vivencias de la familia. Pero en cada uno de sus capítulos donde los sueños y las frustraciones de los distintos miembros se exponen como pequeños relatos bien acabados, se siente su juicio occidental de desconcierto feminista al encontrarse en una sociedad donde las mujeres están a la merced de los hombres, y pueden llegar al punto de ser asesinadas por un desliz romántico, siempre obligadas a matrimonios de conveniencia, y en la cual hasta para ser maestra de escuela necesitan el permiso del hombre que rige sus vidas (padre, esposo o hermano mayor), y el visto bueno de la ineficiente burocracia.
A pesar de que el régimen talibán ya fue derrocado y las leyes en Afganistán no son tan estrictas como cuando se les prohibía a las mujeres salir sin el burka que las cubre por completo, Seierstad asegura en el epitafio de su libro que en Kabul aún se vive en un mundo antiguo donde las mujeres dependen de la voluntad masculina y donde el nacimiento de una niña, suele ser considerada una desgracia familiar.
Clapton (Random House) lo leí en la versión tapa blanda en inglés, aunque ya se consigue en español, por supuesto, no ha llegado a Venezuela. Chiquita (Alfaguara) y El librero de Kabul(Maeva) si se consiguen con facilidad en nuestras librerías.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Para gustos se hicieron los colores. Discrepo de tu valoración sobre Chiquita. Creo que el gran mérito de esta obra es justamente su brillante manejo del lenguaje, que va y viene con admirable comodidad de un estilo a la usanza de los folletines de finales del siglo XIX al habla coloquial más desenfadada. Puesto que tanto Volpi como Loriga son escritores de primera línea, no me extraña en lo más mínimo que hallan votado por una obra sólidamente construida, con mucho encanto y ambiciosa en su deseo de pintar, con los recursos de la farsa y la hipérbole, una época.

Imágenes urbanas dijo...

Incólume de fanatismos por Beatles y Stones -yo-, muero en cambio por Clapton. Precisamente por ese Eric que dibujas en tu reseña. El contemporáneo, feliz y reposado después de tantas farras -las suyas-. Su disco fetiche, para mí, es el unplugged de MTV donde se oyen hasta sus suspiros entre una nota (musical)y otra. Imperdible.

Anónimo dijo...

Disfruté mucho la lectura de "El librero de Kabul" y de "Chiquita". Ambos, cada uno en su estilo, me parecieron magníficos. El de Clapton no sé si sea capaz de hincarle el diente. Cada vez me interesa menos la no ficción. Aunque según las grandes editoriales, ya se está vendiendo más no ficción que ficción, yo prefiero los personajes y los mundos fabulosos (como en "Chiquita") o la representación artística de la realidad (como en "El librero de Kabul").

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con lo expresado por Mitchele puesto que desde siempre he sido ¨fan¨de Clapton (tuve la dicha de asistir a su concierto en el poliedro)
Saludos a las dos.

Adriana Villanueva dijo...

A la hora de lecturas y gustos musicales las pasiones son muy subjetivas, yo por ejemplo padezco de una mórbida afición por leer memorias y biografías de viejos actores de Hollywood y músicos de Rock. Y como Carla Bruni lo hizo en su momento, me quedo con Mick, pero Clapton también me gusta, aunque no recordaba su visita en El Poliedro, ¿en qué año fue?

Anónimo dijo...

En octubre del 2001.
Saludos.