domingo, 7 de febrero de 2010

De rejas y monocromías


No suelo reciclar material publicado en mi blog Evitando Intensidades, pero esta es una excepción porque al leer el pasado domingo 24 el reportaje de Florantonia Singer sobre la urbanización 23 de Enero pintada de rojo, compartí de inmediato mi indignación con la comunidad virtual. Faltaban dos semanas para una próxima columna en El Nacional, no sabía si la ebullición política podía relegar a segundo plano la rabia de ver una obra de mi abuelo, el arquitecto Carlos Raúl Villanueva, uniformada de rojo, rojito, y el Instituto de Patrimonio Cultural, como si nada.
Y eso que creía haber perdido la capacidad de asombro en estos tiempos revolucionarios, casi se me derramó el café cuando vi una foto de la primera etapa de la remodelación: la policromía de la fachada de los bloques, obra del artista plástico Mateo Manaure, había desaparecido. El color rojo resaltaba en gruesos listones en las paredes blancas como un paquete de Navidad. La vibración que daba el juego de colores de la obra de Manaure, ya no estaba.
Johnny Santoni, miembro del gabinete sectorial encargado de la rehabilitación (iniciativa que aplaudo porque era más que necesaria, urgente), aseguró que ése era el color original del proyecto de Villanueva y que las policromías no serían recuperadas.
Recordé la controversia hace unos años cuando los bloques de El Silencio los pintaron de amarillo, también se dijo que ése era el color de los edificios construidos a principios de los años 40 durante el gobierno de Isaías Medina Angarita. No contamos con fotos a color de la época que lo corroboren.  Mi tía Paulina, directora de la Fundación Villanueva, dice que ella cree que el color original era como de cáscara de huevo. Sin embargo, cuando a Paulina le consultan sobre el color de El Silencio (no la Alcaldía sino quienes se indignaron por semejante amarillo), insiste que a estas alturas del deterioro lo que importa es que se recuperen los edificios de la desidia.
En el caso del 23 de Enero la memoria urbana no puede fallar tanto porque el conjunto habitacional fue inaugurado a mediado de los años 50, mi  recuerdo como caraqueña nacida en la década del 60 es de una alegre policromía, nada que ver con la rígida homogenidad actual.
En el archivo de la Fundación Villanueva hay fotos del Banco Obrero de cuando se inauguró el entonces llamado 2 de Diciembre, y ahí estaba el rojo, pero además la fachada vestía de azul, verde, naranja y gris.
En el año 2010, el 23 de Enero viste de blanco y colorado y encima de sus techos luce una gigantesca valla del Seniat con descarada publicidad oficialista. ¿Acaso esta valla que nos recibe en Caracas a la altura del túnel La Planicie, no es tan peligrosa y tan contaminación visual como la bola Pepsi y la taza de Nescafé que el alcalde Jorge Rodríguez mandó a quitar de las azoteas de los edificios frente a la Plaza Venezuela?
Para colmo de la tristeza, pondrán puertas en los arcos de entrada de la Ciudad Universitaria en un intento de frenar la delincuencia. Villanueva dejó un diseño de rejas, pero son de una Venezuela donde de ratero no se pasaba. No se construyeron, cerrar los arcos habría sido acabar con lo que los arquitectos llaman: “la fluidez del espacio”.

Qué dolor sentir que El 23 de Enero y la Ciudad Universitaria sirven de metáfora de lo que hoy es Venezuela: un país enrejado y monocromático, nada más alejado del espíritu de Modernidad de Villanueva.



Artículo publicado en El Nacional el sábado 6 de febrero de 2010.

2 comentarios:

Isa dijo...

quiza cuando todo pase, mejore, los repiten de los colores originales

Anónimo dijo...

Carlos Raul Villanueva es la arquitectura de Venezuela con mayusculas, es para mi una sorpresa y honor escribir estas lineas a una familiar de éste.Yo cuando veo su obra me enorgullesco de su visión habitacional tan lograda en aquellos años que marcaron la mejor arquitectura caraqueña...saludos