miércoles, 8 de septiembre de 2010
El museo de la inocencia
En la más reciente novela de Orham Pamuk, El Museo de la Inocencia, al igual que Sha Jahán construyó en Agra un monumento al recuerdo de su amada, el empresario turco Kemal dedica la mitad de su vida a construir un templo en honor de su adorada Füsum. El museo de Kemal no es ostentoso como el Taj Mahal, queda en la primera planta de un pequeño edificio en un barrio obrero de Estambul. Esta novela narrada como una evocación con toque de guía turística, no especifica la cantidad de visitantes que recibe tan especial museo, pero sí cuenta como el enamorado promotor viajó alrededor del mundo visitando museos para que el suyo quedara tal y como él imaginaba debía ser el homenaje a su amor.
Más de 7 mil museos visitó Kemal en su peregrinación, pero los que más le llamaron la atención no fueron los grandes museos como el Louvre, el amante prefería lugares íntimos como el Museo Flaubert en Rúan donde se exhibe en un cajón un mechón de pelo, un pañuelo y unas zapatillas de la amante del autor de La Educación Sentimental.
Kemal constató en su peregrinaje que los museos nacen de las más diversas obsesiones, y que los coleccionistas obsesionados se dividían en dos: "Los vanidosos" a quienes gusta jactarse de lo coleccionado, y los "avergonzados"a quienes les cuesta compartir su obsesión.
No se puede decir que Kemal sea un avergonzado, exhibe con orgullo aquellos objetos que durante años coleccionó: el salero que su amada una vez le pasó, sus colillas de cigarro, un perrito de porcelana que adornaba el televisor de la familia, una peineta rota ... lo que Kemal si tiene claro es cómo debe ser su museo: de acceso limitado, cero aglomeraciones ya que no le permiten al visitante apreciar lo expuesto.
Leyendo en la novela de Pamuk estás atípicas normas de curaduría, pensé en qué distinta la exhibición nacida del talento narrativo de Pamuk, que la estrella del verano en Nueva York: Picasso en el MET. El museo Metropolitan de Nueva York es la atracción más visitada de la ciudad, fundado en 1870, es el segundo museo más grade del planeta -lo supera el Louvre- abarca cuatro cuadras en el Upper West Side repletas de valiosos tesoros de la civilización. Sólo en la sección del Antiguo Egipto el MET cuenta con 35 mil objetos, y su colección de Picassos debe ser de las más grandes del mundo: 300 obras del artista español entre lienzos, acuarelas, esculturas, dibujos, grabados... Las más conocidas de estas obras, como el retrato de Gertrude Stein y El Arlequín, forman parte de la exhibición permanente del museo neoyorkino, pero otras tenían años guardados en los sótanos del MET y allá debieron regresar a mediados de agosto cuando clausuró la exposición.
Al Museo de la Inocencia lo conocí hasta al último recoveco gracias a la prosa de Pamuk, pero al MET que tantas veces he visitado, todavía me falta mucho por conocer, si bien tuve la suerte de estar en Nueva York la semana final de la exposición de Picasso y pude ver de cerca esas cientos de obras poco conocidas del gran genio del arte del siglo XX. Obras que quizás no volverán a ver luz en mucho tiempo.
La verdad es que poco fue lo que pude disfrutar, había tanta gente en la exposición, que hasta para ver un grabado pequeñito había que hacerlo a codazos. Esta exposición de Picassos de las arcas del MET, fue la séptima más visitada en la historia del Museo.
Mientras el público se daba codazos para ver los grabados eróticos del ardiente Pablo, en el resto del museo, 10 mil años de civilización, dependiendo de la sala (las colecciones de arte contemporáneo, impresionistas y Antiguo Egipto son muy populares) podían estar tan vacías como el Museo de Kemal, los objetos estaban ahí, porque merecían estar, pero sólo los elegidos por una sensibilidad particular serían capaz de apreciarlos. Salas y salas desoladas, con joyas de arte barroco, medieval, Grecia Antigua, Bizancio y tan solo una señora buscando un baño, un anciano guardián pendiente de que ningún turista imprudente tomara fotos usando el flash de su cámara, y algún pintor tratando de dar con el truco de Pierre Paul Rubens para reflejar la luz de una tez nívea.
Personajes que difícilmente se encontrarían admirando en el Museo de la Inocencia el pendiente extraviado de Füsum.
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1 comentario:
El museo de la inocencia es un libro que me conmovió profundamente, tanto que no lo guardé como uno guarda un libro que acaba de leer, lo tengo siempre cerca. Pronto lo releeré también, soy muy adicta a la relectura. Has hecho una excelente síntesis del libro Adriana y como tú dices, este museo de Kemal es sólo para ciertas almas sensibles que creen profundamente en el amor. Tengo la suerte de tener también mi propio museo. Saludos.
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