Uno de los recuerdos de infancia que mi abuela solía contar era la llegada de la primera nevera a su casa a principios de los años 20, una “Frigidaire”. Misia Margot recordaba que se le tenía desconfianza, durante años se usó solo para guardar agua y dulces. Comida amanecida, nunca. Las compras se hacían a diario, todas las mañanas se iba al mercado para buscar los ingredientes del almuerzo y la comida (que entonces no se le decía cena).
En cambio mi mamá en los años 70 iba al supermercado una vez cada quince días, lo que ella llamaba “hacer la quincena”. A mi de niña me parecía un programón, solía acompañarla para meter en el carrito galletas de chocolate La India y la torta del Cada que era una delicia. Lo que más me impresionaba era lo bien calculadas que estaban sus compras, llevaba la cuenta exacta de cuántos litros de aceite, cuántos kilos de azúcar, de arroz, de lo que fuera que consumía la familia en 15 días. Nada faltaba, nada sobraba, nada se echaba a perder. Las frutas y legumbres se compraban en un camión que pasaba frente a la casa una o dos veces por semana.
Las vacas gordas se acabaron en los años 80 cuando tras la devaluación del bolívar el Gobierno del presidente Luis Herrera Campins prohibió la importación de varios productos considerados esenciales en la cesta básica del caraqueño gourmet. Si José Ignacio Cabrujas lloró públicamente la ausencia del Aceite de Oliva y del queso Parmesano, esta adolescente lo hizo en privado de la mantequilla de maní. Solo en el Puerto Libre del estado Nueva Esparta se conseguían estas delicias negadas al resto del país.
En cambio en los años 90 los supermercados caraqueños eran unos monumentos a la globalización, los artículos importados estaban a la par de los nacionales, algunos hasta más económicos. A mis bebés les compraba leche Klim, la abuela me regañaba no por nacionalismo sino porque pensaba que era leche radioactiva, producto de las vacas de Chernobyl: “vaya usted a saber porqué la mandan para acá”.
Hoy con el desabastecimiento en el que vivimos volvimos a los años de las visitas diarias al mercado, ni soñar con las compras quincenales que hacía mamá, porque en esta Venezuela Revolucionaria no habrá problemas para conseguir productos importados como Aceite de Oliva, queso Parmesano y Mantequilla de Maní; pero no sabemos cuándo se puede conseguir leche, aceite, arroz, carne, pollo, queso, granos, harina de trigo, o de maíz.
Hay quienes apuestan por hacer las compras por Internet gracias a los modernos portales que ofrecen algunas cadenas de supermercados, nunca lo hecho pero dicen que funciona y que mandan productos de buena calidad. Otros prefieren los llamados “Mercados Socialistas”, más económicos en muchos rubros, no se puede negar, pero no han podido contra el desabastecimiento, porque contra este mal no hay Internet ni Socialismo que pueda.
A principios del año 2011 la ausencia más sentida en nuestros mercados y farmacias ha sido de toallas sanitarias y pañales ¿cuál será la del mes que viene? Y uno queda con el trauma de la escasez, y cuando por fin aparezcan las toallas sanitarias otra vez, habrá quienes compren un cargamento calculando que les dure hasta la menopausia.
Ni soñar con la fidelidad a la marca, la única marca válida es “Loquehay”. Así vamos en esta revolución que ya a pocos se les ocurre llamar bonita: sorteando este “Loquehay”, pero luchando por un mejor lo que vendrá. Artículo publicado en El Nacional el sábado 5 de marzo de 2011
2 comentarios:
recuerdo haber ido al farmatodo con la secretaria. vimos las toallas sanitarias, a 49, agarró dos paquetes y con ojos de vaca triste me miró: ¡tranquila, te las compro!, yo se las pago respondió.
yo uso tampax y ellos no faltaron, ¿será que lo nos salva es tragarse las vainas?
Así es, Paola, ni los tampax ni los playtex faltaron, ¿será un mensaje político?
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