martes, 7 de junio de 2011

Chucuchucu-chu-cuchú


Dejé el cigarro en julio hace 21 años cuando salí en estado de mi hija mayor, desde entonces ni un jaloncito, temo que de hacerlo caería otra vez en el vicio. Durante años he tenido pesadillas donde volvía a agarrar el cigarro, me levanto angustiada porque las ganas jamás se quitan, de vez en cuando, en noches difíciles o tomando un trago con los amigos, suspiro por un Belmont.
Tampoco fui gran fumadora, comencé a fumar a los 18 años y no pasaba de la media caja al día, pero era fumadora de ritual, me gustaba prender un cigarrillo con el café después de comida, cuando se iluminaba el aviso que se podía fumar en el avión tras despegar, y era una fija el último cigarro previo a las 12 campanadas que anunciaban un nuevo año.
Cuando salí en estado en el año 1990 se sabía de sobra los daños que traía el cigarro, entonces pocas mujeres embarazadas seguían fumando al saber que lo estaban. Pero todavía hace 21 años eran más mis amigos fumadores que los no fumadores. Hoy muy pocos de mis panas fuman, y no por decreto, casi todos dejaron el cigarro hace años porque ha habido una concientización universal de las consecuencias de fumar, sin embargo es fácil darse cuenta de que muchos chamos que crecieron en esta campaña anti-nicotina, hoy fuman.


Nacida en la época que ilustra la serie Mad Men, mi infancia fue al estilo Sally Drapper, los niños le pedíamos a los papás que nos dejaran prenderles el cigarro. Aunque mi mamá no era como Betty, la mamá de Sally, que fumaba embarazada. Ella asegura que apenas salía en estado repudiaba el cigarro, pero no había terminado de dar a luz cuando suplicaba en la camilla que le prendieran uno. Todavía fuma, fue mi madre quien me enseñó que una dama no fuma manejando, caminando, ni mucho menos bailando, y que no se debe agobiar a los demás con el humo de nuestro cigarro.
Durante mi infancia y pubertad se fumaba en el cine, en los aviones, los profesores de bachillerato fumaban en clases, y en la universidad los estudiantes también. En la televisión era normal que los protagonistas de las telenovelas fumaran, era símbolo de hombría, y las malvadas antagonistas fumaban con elegantes pitilleras.
Fue en los años 80 cuando se comenzaron a tomar medidas antitabáquicas: en los comerciales de cigarrillos debía venir la advertencia que fumar era nocivo para la salud, y en Venezuela prohibieron que en las cuñas de cigarros, que derrochaban playa y juventud, participaran modelos menores de 25 años. Eventualmente se prohibió que el cigarrillo saliera en pantalla pequeña, y pocos años después, en comerciales de cine.
Cuando dejé de fumar en el año 1990, ya se hablaba sobre los efectos coleraterales del cigarrillo, lo que en inglés se llama "second hand smoking", pero todavía se podía fumar en los aviones, aunque se había prohibido fumar en los vuelos cortos, y la división entre secciones de fumadores y no fumadores en los restaurantes se empezaba a aplicar como una gentileza a los no fumadores. Además de la lógica de que el cigarro es dañino para la salud, tras tener a mi primera bebé, no volví a fumar porque vi vislumbrar que la vida a los fumadores en un futuro no muy lejano se le haría cuadritos.
Si bien no volví a agarrar un cigarro, jamás asumí una postura antitabáquica con el prójimo, me resistí a formar parte de la legión de latosos predicadores recordando a quienes les prenden un cigarrillo cerca que fumar da cáncer. Como si el fumador no lo supiera. Ya en la década del 2000, cuando se dijo que el respirar el humo al lado del fumador también podía dar cáncer, fumar se volvió oprobioso y los fumadores parias de la sociedad: se les prohibió fumar en el trabajo y poco a poco en los lugares públicos, viéndose reducidos a fumar en la calle o en las azoteas de los edificios de oficinas.
Esta postura antitabáquica se originó principalmente en los Estados Unidos donde desde hace años se dificulta hasta encontrar un hotel con cuartos de fumadores. En Europa tardaron más en erradicar el tabaco de los sitios públicos pero ya en los bares y restaurantes está prohibido fumar, lo que le ha caído muy mal a los fumadores españoles consecuentes en su pasión por el tabaco.
En Venezuela paulatinamente se han ido reforzando las leyes antitabáquicas, desde hace algunos años está prohibido fumar en sitios públicos, por eso no deja de sorprender la reciente ley que impone que todo local comercial exhiba un enorme cartelón que anuncia que por resolución del Ministerio Popular de la Salud está prohibido fumar. ¿Qué es eso? Como si el Ministerio Popular hubiera descubierto de repente los daños de la nicotina. ¿Acaso no bastaría con un carteloncito con el símbolo universal? Los enormes cartelones con el cigarro atravesado por una raya roja y el nombre ministerio Popular de la Salud se exhiben en todos los locales comerciales en todo el país, y el principal efecto que causan, además de la contaminación visual, es el recordatorio que en Venezuela existen entes Gran Hermano llamados "Ministerio Popular...". Pensarán que cualquier propaganda es buena, para saberlo no hay que ser ni Don Drapper ni los creativos de Belmont del chucuchucu-chu-cuchú.


 

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