jueves, 9 de junio de 2011

La Habana en un espejo

 Entre los libros que conseguí a precios de remate en Festilectura está "La Habana en un espejo" (2005) de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto, más que un análisis socio-político de la revolución cubana son unas memorias que se leen como una novela.
 La autora aclara en el prólogo que tras casi 40 años de las vivencias que en este libro se relatan, los diálogos no pueden ser exactos, son como los dicta la memoria que es maleable. No importa tanto la exactitud de los hechos como la esencia que deja el recuerdo de lo vivido.
Estas memorias juveniles de una de las periodistas latinoamericanas más reconocidas en la actualidad comienzan como la historia de un despecho, entonces el único norte de la apasionada Alma era ser bailarina. La joven mexicana, radicada en Nueva York, a los 20 años había pasado por los estudios de los coreógrafos más importantes de la danza contemporánea: Martha Graham, Merce Cunningham y Twyla Tharp. Su pasión no la cegaba, sabía que su aptitud para la danza era limitada, por eso cuando Cunningham le ofreció dos trabajos como profesora de baile, uno en Caracas y otro en La Habana, recomendándole que aceptara el que más le conviniera (su manera de decirle "En Nueva York, como bailarina, hasta aquí llegaste") con el autoestima golpeada Alma optó por Cuba porque de Venezuela no sabía nada.
La Habana, 1970, habían pasado más de 11 años del Manifiesto de Sierra Maestra y la mayoría del pueblo cubano seguía embelesado con Fidel y su Revolución. Alma no podía decir que alguna vez se sintió atraída por la política, ni siquiera protestó contra la guerra de Vietnam como tantos jóvenes de su generación, a ella lo que le gustaba era bailar, pero simpatizaba con la lucha del pueblo cubano por mantener su autonomía, y viajando vía México para que su pasaporte no quedara manchado con la visita a Cuba, se fue a La Habana con más miedo que ganas.
No le fue fácil a Alma a adaptarse a vivir en La Habana, en los meses que estuvo no lo logró del todo: el calor, el pensamiento uniformado, los racionamientos, la constante supervisión, la falta de información, la carestía, la pobreza del movimiento cultural, que los Beatles fueran considerados dañinos, pero lo que más le costó a Alma entender fue el desprecio revolucionario por los artistas e intelectuales. No tardó en darse cuenta que la Revolución los toleraba como un mal necesario, si por muchos fuera los mandarían a cortar caña. Como le dijo un antipático guerrillero, amante casual: "Los artistas son siempre esclavos de la subjetividad... crees que lo que estás viendo o pensando es verdad, pero esa verdad está dictada por una visión pequeño-burguesa del mundo. Te fijas en cosas que jamás serían importantes para un proletario...".

Si bien la bailarina clásica Alicia Alonso sirvió de monumento viviente para la Revolución, y la sede de la Escuela de Danza Moderna quedaba en la Escuela Nacional de Artes, antiguo Country Club remodelado por el arquitecto cubano Ricardo Porro y dos colegas italianos: Garatti y Gottardi, la danza no se salvó del desprecio revolucionario,
Lo primero que preguntó Alma al llegar al salón de clases fue: "¿Dónde está el espejo?", trató que las autoridades comprendieran la importancia de un espejo en las clases de baile porque el cuerpo es la herramienta de un bailarín y éste debe verlo para evaluarlo, pero Alma se fue sin ver el espejo. Quizás porque nadie despreciaba tanto a los artistas como el director de la Escuela para quien era una especie de castigo tener que ocuparse de un lugar lleno de "patos", él, un hombre de acción.
No obstante las necesidades del pueblo cubano y el desprecio revolucionario a "parásitos" como ella, Alma estableció una fuerte empatía con la Revolución, llegó justo en el año de la gran zafra, la esperanza cubana de una recolección de caña récord que los sacaría de sus problemas económicos atribuidos al bloqueo impuesto por los Estados Unidos. Pero la cifra aspirada no se dio, el estrepitoso fracaso de la revolución, descubrir que a duras penas podrían sobrevivir de la economía de la isla.
Alma fue otra más de las enamoradas platónicas del carismático líder cubano, pero al vivir entre  militantes patrio o muerte, venceremos; llegó a la conclusión de que aparte de Fidel Castro y del Che Guevara, la mayoría era "una bola de pendejos". Eso no la hacía despreciar la fe del pueblo cubano por su revolución, para Alma, como para tantos otros artistas que tragaban grueso ante la falta de tolerancia para con la subjetividad, cualquier sacrificio era válido por alcanzar una sociedad más justa.


La profesora de danza regresó antes de tiempo a Nueva York, se le pidió que lo hiciera, tenía alborotados a los muchachos con "comemierdadas" como estar hablándoles de coreografías; pero no volvió a ser la misma que cuando se fue, le costaba reconectarse con sus amigas bailarinas, su pasión por la danza había mutado a una necesidad de contribuir para lograr un mundo mejor. Encontró el camino en el periodismo comenzando de manera casi casual como corresponsal en El Salvador. Hoy aquella joven que soñaba ser bailarina es considerada como una periodista de las grandes.
En el epílogo de las memorias de su paso por La Habana, Guillermoprieto analiza la Cuba contemporánea: "Fidel se mantuvo siempre hostil a aquellos derechos ciudadanos en individuales que hasta sus simpatizantes más fervientes exigen ya, y a cambio no logró siquiera su propio sueño; una vida digna e igualdad para todos los cubanos".

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