domingo, 11 de marzo de 2012

Relato de dos viudas



De niña me encantaban los melodramas mexicanos, una escena típica era el desalmado casero que dejaba en la calle a la desamparada viuda con sus escuincles: “¿qué vamos a hacer mamacita?”. Desde entonces permanece el estereotipo que todo arrendador es perverso y todo inquilino su víctima. Pero en este mundo sin matices de la República Bolivariana de Venezuela, hoy son muchas las víctimas de sus inquilinos.
María y su esposo compraron un apartamento en el Litoral Central para llevar a los niños los fines de semana. Poco tiempo después de que María enviudara repentinamente a los 40 años, no le quedó más remedio que alquilarlo para redondear lo que ganaba con su trabajo. Se lo alquiló a un joven piloto que quería vivir cerca del aeropuerto. Se veía simpático y decente, con un trabajo estable, parecía un buen inquilino. Hubo quien le recomendó a María mejor vender el apartamento de la playa y sacar el dinero en dólares, pero ella insistió que con tres muchachos que mantener necesitaba la renta en bolívares y no se quería comer esos reales.
Los primeros meses el piloto pagó puntual, después se empezó a retrasar: “Disculpa, es que tengo otras deudas”, los retrasos se hicieron constantes, hasta que con la nueva ley de inquilinato, simplemente, el piloto paga muy de vez en cuando y la cantidad que le da la gana. Así que la joven viuda tiene desde hace más de dos años a un chulo instalado en su apartamento en la playa al que además, le tiene que pagar condominio porque de lo contrario podría perder el inmueble.  
Desde entonces María ha perdido la cuenta de las veces que ha ido un Centro de Mediación de Inquilinato que queda en Las Mercedes a exponer su caso para tratar de recuperar el apartamento. En este lugar se abren expedientes que determinan si el propietario del inmueble tiene mérito para llevar al arrendatario a juicio, un proceso que suele tardar meses. El arrendador no debe faltar ni a una citación porque se cerraría el expediente y habría que empezar de nuevo. El inquilino puede faltar a las citas que sea. Las veces que María ha sido citada para exponer su caso no es recibida inmediatamente, debe hacer una larga cola de afectados con inmuebles en litigio. Dice que la mayoría son viejitos, sobre todo viudas cuyo principal ingreso es la renta de alguna propiedad. María dista de ser la única desamparada por la ley.
La última vez le dio una gran tristeza cuando tras de ella en la cola había una anciana con las piernas tan hinchadas que María no sabía cómo se podía mantener en pie. La doña tenía marcado acento italiano, le contó a mi amiga que era la primera vez que venía a hacer el reclamo, tenía 82 años, viuda hace décadas y para más desgracia, se le murieron sus hijos. Su único patrimonio era un caserón en una zona popular y cuatro nietos adolescentes de quienes ocuparse.
La Nonna para mantener a su familia convirtió la casa en una pensión, hasta que un mal día a partir de la Nueva Ley de Inquilinato, uno de sus inquilinos decidió que no pagaba más el alquiler del cuarto, y los demás siguieron su ejemplo. Después de todo, es más fácil matar un burro a pellizcos que cobrarle en Venezuela a un inquilino moroso. Hoy solo dos de sus inquilinos tienen la decencia de pagarle a la Nonna. La casa se está cayendo, ya le cortaron la luz una vez, sin embargo la desgraciada señora está confiada de que su caso se resolverá rápido porque ella cree en el Proceso: “Al presidente lo quiero como a un hijo, pero es que hay muchos aprovechadores en esta vida, mija”.
María suspira ante la ingenua abuelita: “otra más que jura que el desgobierno no es culpa del Gobierno”. No la contraría, después de todo, les queda más de dos horas de cola.  

Artículo publicado en El Nacional el sábado 10 de marzo de 2012.

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