viernes, 22 de junio de 2012

Cierre de Esperanto, fin de una era


Me entero gracias a El Universal que Esperanto en San Ignacio cerró la santamaría. En entrevista otorgada a la periodista Lorena Tasca, Carlos Souki, director de la tienda de discos famosa por su   cuidada selección de CDs y por el énfasis en promocionar talento nacional, contó que varias razones lo impulsaron a tomar tan dolorosa decisión, entre ellas la dificultad de obtener dólares para importar discos nuevos, la incapacidad de contar con el inventario de antaño, y el declive de un formato que se ha vuelto virtual. 
Duele pero no extraña, por ejemplo yo, que estoy en la retaguardia de los avances tecnológicos, desde que el año pasado compré por Apple Store el disco de Adele, le dije adiós al formato CD. Y esta es la vía legal, la mayoría de los muchachos cuentan con una discoteca infinita en Internet donde bajar música gratis. Para ellos el concepto de piratería no existe, las canciones están como los mangos en Caracas, a su alcance, ¿por qué no tomar los que se les antoje?

Bueno o malo eso es lo que hay, algunos artistas han abrazado esta nueva modalidad y ofrecen sus temas por la web de forma promocional, y aunque todavía muchos adultos que ya van dejando de ser contemporáneos no se adaptan a bajar música por Internet (legal o pirata) e insisten en comprar sus discos en físico, son una especie en vías de extinción, tanto, que la escasa clientela no da para que el negocio de las discotiendas se mantenga en pie. 

Ayer pasé frente a Esperanto en el centro comercial San Ignacio y me dio calambre del alma verla oscura, vacía, desprovista de mobiliario, cables sueltos, con la santamaría cerrada. Apenas quedaba la silueta del nombre. Y aunque no sea la última tienda de discos en Caracas (sobreviven algunas) si era la tienda a la que yo iba con cierta regularidad para ver qué había de nuevo en el mundo de la música, además de para comprar entradas de conciertos. Para ser sincera, no eran visitas muy frecuentes.

Y eso que pertenezco a una generación para quienes visitar discotiendas era un rito casi que semanal. La mesada que me daba mi papá la reservaba para comprar discos. De adolescente, junto con mi amiga Elvia, cuando nos quedábamos a almorzar en el colegio porque teníamos clases en la tarde, cruzábamos al Centro Plaza y antes de comernos un perro caliente o un tequeñón, nos instalábamos en una mini-tienda de Discos cuya propietaria era hermana de la cantante Nancy Ramos, lástima que no recuerde el nombre, lo que sí recuerdo era que nos recibía afable y ponía la música que  Elvia y yo le pidiéramos. 

Me encantaría decir que mi primer disco fue Exile on Main St. de los Rolling Stones, pero no me las voy a dar de cool, mi primer LP, todavía en la era del disco vinyl, fue el disco marrón de los sencillos de Los Carpenters, lo compré con mis ahorros cuando tenía como once años. Ese disco en su versión digital sobrevive en mi Ipod porque nunca dejó de conmoverme la dulce voz de Karen Carenter  cantando baladas como: "Yesterday once more".

Con el tiempo el gusto musical se me fue sofisticando y en la etapa universitaria, solía frecuentar el boulevard de Sabana Grande donde estaban las mejores tiendas de discos a la altura del Gran Café: Rincón Musical y la Discotienda de Oro. Visitas que complementaba con la librería Suma, y a veces viendo una película en el cine Radio City.

En esa época comencé a hacer una colección básica de discos de música clásica, además de discos de buen pop y rock, algo de salsa, rock argentino y español, nueva trova cubana, la música urbana caraqueña... un gusto  ecléctico, para qué negarlo. 

Lo importante no es qué oía ni qué compraba, sino la hoy irrepetible sensación de visitar una discotienda, la expectativa al pararse frente a decenas de discos de vinyl e irlos pasando uno a uno hasta encontrar, si bien por la  carátula, o porque estaba de moda, o porque recordabas haberlo oído en casa de un amigo, el disco que estabas buscando, y luego de admirar su diseño, darle la vuelta para ver qué canciones tenía, tras el rara vez equivocado feeling de que ese disco estaba en tu destino, ese era el que te llevabas con tus 19 bolívares. 

La sensación de comprar un disco de vinyl, por lo menos para mí, jamás pudo ser igualada con comprar un CD, algo parecido a cómo los cultores de los libros impresos dicen que nunca cambiarían la sensación de oler un libro, de pasar las páginas, por la fría lectura digital; así eran los amantes del vinyl ante el nuevo formato musical: recuerdo cómo a fines de los años 80 muchos amigos se resistían a reemplazar su viejo tocadiscos por un reproductor de CDs, se vieron obligados a hacerlo cuando dejaron de salir los discos de vinyl y conseguir las agujas de un tocadiscos se volvió misión imposible, por lo menos en Venezuela.

Entiendo el fetiche por el LP de vinyl, hay que haberla vivido para entender la sensación de llegar con un disco nuevo a casa, abrir el plástico de a poquito para que no sufriera la carátula, sacar con cautela el disco de la bolsita que lo protegía, agarrarlo entre las palmas de las manos para no ponerle los dedos encima, depositarlo en el plato con el cuidado con el que una madre acuesta a su bebé, tomar la aguja con la precisión de un cirujano para posarla sobre el delicado círculo, y esa expectativa antes de que comience a sonar lo que puede ser un gran disco. A veces éramos impacientes y oíamos un poquito de cada canción, antes de voltearlo con el mismo cuidado, para ver si el lado A era tan bueno como el lado B. 

Y dígame si se te rayaba un disco, como cantaba la Billo: "Ese disco se rayó, ese disco se rayó...", a quienes nuestras mayores riquezas eran nuestros discos de vinyl, que se te rayara uno de tus bebés era una verdadera tragedia. Por eso los más neuróticos no permitíamos que nadie tocara nuestros discos, no los fueran a marcar de dedos o a rayar, los cuidábamos con esmero para que durarán el mayor tiempo posible, porque había muchos discos que salían de circulación y se volvían verdaderas rarezas. Yo todavía guardo mi colección de discos de vinyl, aunque desde los años 90 me pasé a digital. No tuve corazón de botar a mis viejos amigos como hoy, aunque ya los descargué en la computadora, me cuesta deshacerme de mis CDs. 

Pero ese fetichismo del disco como objeto no fue igual con el CD que con el vinyl, algunos dicen que el sonido del vinyl tenía cierta rusticidad, un pssss que el digital, con toda su perfección de sonido, jamás pudo igualar. Yo sobre todo valoraba las carátulas, que al reducirse el tamaño del disco, dejaron de ser pequeñas obras de arte. Prefería el cartón de los discos de vinyl, más noble que el plástico de los digitales. 
Habiendo ya sufrido la perdida del formato de vinyl, el fin del CD hoy no duele tanto, pero ver cómo van cerrando esos templos de música que formaron parte de nuestra historia emocional, es llorar el fin de una era que  nuestros hijos ya no podrán apreciar.


4 comentarios:

Acto de Fe (por Juan Carlos Ballesta) dijo...

Es un duelo, Adriana, pero asi van los tiempos. Tal como tu dices, el ritual de comprar, abrir, oler, colocar con sumo cuidado en el tocadiscos y finalmente difrutar la audición de un LP es algo inigualable. La era del CD nunca tuvo el mismo encanto, aunque si fue más practica para los que siempre hemos comprado mas discos de la cuenta. Ahora, en los discos duros, reposa un sin fin de música, sin surcos, sin scratch, sin créditos.... Por cierto, en Esperanto distribuiamos la Revista Ladosis... Si no lo sabes, en los locales del CC El Recreo y Trasnocho abrió Aero Música. Todavia hay gente que apuesta al disco físico. Suerte a ellos.. y a nosotros!

Adriana Villanueva dijo...

Gracias por el dato Juan Carlos, una amiga me contó que en el local de Esperanto en Trasnocho abrió lo que imagino es Aero Música, con un concepto similar a Esperanto, ojalá le vaya bien, si en algún lugar se puede es en un centro cultural como Trasnocho.
Creo que de alguna forma, algunas discotiendas van a sobrevivir porque las tiendas de discos, al igual que las librerías, cuando son buenas, son puntos de referencia en los cuales confiamos, que nos ayudan a decidir que disco o libro llevarnos en un oferta infinita. Eso no se consigue de manera virtual, donde además se pierde un poco el concepto de disco como la suma de sus partes, hoy muchos bajan solo canciones aisladas, como antaño comprábamos los 45.
Suerte con Ladosis, otro excelente punto de referencia de la movida musical en Venezuela, aquí mi hija Isabel, que es la que está al día, las colecciona.

Camilo Ernesto Reyes Rodríguez dijo...

Yo prefiero los viniles "digitalizados" (allá en La "Plaza de los Museos", los venden)...

Adriana Villanueva dijo...

Gracias por el dato, todavía tengo por ahí mi tocadiscos