miércoles, 2 de abril de 2014

Confesiones de una Guerrera del Teclado


Pocos términos más despectivos en la crisis actual que "Guerrero del teclado", frase que describe a quienes desde la comodidad de sus hogares critican, comentan o se ofrecen como indeseados estrategas ante el caos político en el que estamos sumergidos en esta República Bolivariana de Venezuela. Cada vez que leo alguien por las redes sociales despotricando contra los "Guerreros del teclado", yo que siempre he sido una mujer de cavilación más que de acción, no puedo evitar darme por aludida. 
Y ayer no me quedó más remedio que asumir lo que soy, una pusilánime guerrera del teclado, no porque jamás haya sentido la disposición de trancar las calles incendiando una pila de trastos viejos -método de protesta que no comparto- o porque no me imagino devolviendo con la mano una bomba de gas lacrimógeno a la GN cuando ni siquiera en mis años universitarios lo hice, sino porque aquí entre nos, para ser sincera, eso de "la calle" no se me da. 
"Qué posición tan cómoda, francamente", dirán los más escépticos lectores. Pero es verdad, la calle no se me da. 
Por ejemplo ayer fui a Chacaíto dispuesta a solidarizarme con la diputado María Corina Machado contra quien el Tribunal Supremo de Justicia falló para despojar de su inmunidad parlamentaria e inhabilitarla de participar en la Asamblea Nacional por un supuesto llamado a la insurrección. Más allá de que se esté o no de acuerdo con #LaSalida, el fallo en contra María Corina Machado del TSJ, como han sido las detenciones de los alcaldes tachirenses, las constantes amenazas contra los alcaldes caraqueños de la oposición, los presos políticos y demás abusos y maltratos registrados por Foro Penal del que han sido víctimas cientos de manifestantes en distintas ciudades del país; han logrado que hasta los más pusilánimes guerreros del teclado sintamos la obligación moral de salir a la calle para unirnos a la masiva voz de protesta ante un gobierno que rompe cada vez con mayor descaro las más elementales normas democráticas.   
Y eso que soy de quienes piensan que las condiciones para "La Salida" no estaban dadas; pero me sumé a la indignación republicana en apoyo a María Corina por lo que consideré una patada más a la constitucionalidad de este país, así que agarré mi cámarita Lumix y mi gorra que dice Margarita, y me fui a solidarizar en la Plaza Brión con una mujer venezolana que ha demostrado ser de una valentía y de un tesón incuestionables. 
Mi prima Eugenia me ofreció salir con ella y un grupo de amigos, pero decidí hacerlo con mi hija Camila porque soy proclive a sufrir accidentes tontos, y no me gusta importunar: en una marcha el año pasado metí el pie en un hueco en Plaza Venezuela y sufrí un esguince del tobillo izquierdo; en una concentración en El Rosal me dio un ataque de pánico al verme aprisionada entre la multitud y casi me desmayo. La peor humillación, la que demostró de qué madera estoy hecha, fue cuando en una de estas concentraciones de febrero 2014, cuando ya estaba de salida, me di cuenta que decenas de personas comenzaban a correr despavoridas por la avenida Francisco de Miranda, y tal fue la carrera que di, que debí batir el récord de velocidad de Florence Griffith Joyner llegando a mi carro en cuestión de segundos. Solo al saberme a salvo de una estampida me percaté con horror que pudo más el instinto de supervivencia que el maternal, porque minutos después mis hijas llegaron jadeantes tras de mi. 
Definitivamente no soy del tipo de soldado a quien le gustaría tener al lado en una trinchera en cualquier guerra. Un coronel con dos dedos de frente me mandaría directo a la cocina a pelar papas o a secretaría a redactar cartas. Pero en esta Venezuela ni pusilánimes como yo se pueden dignar a quedarse esperando a que otros salgan a la calle por una, y ya perdí la cuenta de cuántas veces me he unido a la masiva voz de protesta, aunque sea en "marchitas tontas" como las descalifican quienes abogan por las guarimbas como único método efectivo de lucha. 
Este primero de abril de 2014 prometía ser un día especialmente difícil: a María Corina Machado le sería negado el acceso a la Asamblea Nacional donde fue la diputada electa con mayor porcentaje de votos. Al cruzar la avenida Francisco de Miranda al mediodía no se asomaba el alto nivel de tensión política a punto de vivirse: apenas unas cuantas mujeres franela blanca, gorra tricolor, cargando sus banderas de siete estrellas; parecían una ínfima minoría ante hombres y mujeres que se tomaban una hora para almorzar. 
 Quizás por esa primera sensación de abandono, a la altura de la estatua de José Martí, cuando me di cuenta que después de todo María Corina no estaba sola, que miles de caraqueños de ambos sexos y de todas las edades se habían reunido en la Plaza Brión para apoyarla, me emocioné, bajé la guardia, aceleré el paso, y como ya comienza a ser costumbre en mi, sufrí un tropezón, perdí el equilibrio, y caí de platanazo en la acera. 
Cuánto se puede pensar en las fracciones de segundo que tarda una caída: lo primera fue: "¡Coño! Me volví a caer!", lo segundo: "Ay que no le pase nada a mi cámara (no le pasó)", lo tercero, y todavía no había dado contra el piso: "Con tal de que no se me vuelva a torcer el tobillo (mi tobillo no sufrió)" y así me vi poniendo instintivamente las manos para frenar la caída antes de un último pensamiento: "¡Qué papelón caerme en público así!". 
Traté de restarle importancia al verme en el piso, sobre todo porque debía recuperar la dignidad ante un estúpido tropezón después de meses que los venezolanos hemos visto heridos de balas, perdigonazos, maltratos a cascazos y patadas de las fuerzas armadas, golpes de las fuerzas paramilitares, múltiples asfixiados por bombas de gases lacrimógenos, ancianas empapadas por ballenas... y esta pendeja se viene a caer por un piche desnivel. 
Rápidamente me senté en la acera, varias caras desconocidas, además de mi hija, me preguntaban si estaba bien. Les dije que sí, aunque la verdad es que caí fuerte sobre el pecho y tardé unos segundos en recuperar la respiración. Cuando por fin me pude parar ayudada por dos solidarias manos, me di cuenta que también me había golpeado la rodilla izquierda, pero no lo suficiente como para desistir en sumarme a la plaza, aunque lo hice en la parte de atrás de la tarima donde había menos gente. 
Me senté en un banco de piedra cerca de la estación de Metro donde en la santamaría trancada se leía: "MCM nuestra diputada". Estaba un poco aturdida, frente a mi pasaron varias caras amigas a quienes saludé con afecto de aquí seguimos. Unos muchachos me pidieron que les cediera el banquito para pegar volantes que hablaban de la escasez y de la inseguridad. Pedían que no les tomaran fotos porque cada vez arremetían más duro contra los estudiantes. Cuando abandonaron el banco de piedra, me volví a sentar para no forzar la rodilla, a mi lado se acomodaron dos viejitos en silencio, silencio que la señora rompió con un suspiro: "¿Y qué irá a pasar?".
No sé si la pregunta iba dirigida a mi o a su marido, ni siquiera si se refería a un futuro inmediato: qué pasaría esa tarde cuando la diputado Machado llegara a la Asamblea; o a un futuro incierto: qué pasaría en esta Venezuela en la que desde hace casi dos meses vivimos en pie de guerra. 
La de un futuro inmediato era más fácil de contestar: a María Corina las fuerzas del oficialismo le impedirían presentarse en la Asamblea. Vivimos en Dictadura y en las Dictaduras se impone la barbarie del poder. 
El "¿qué irá a pasar en Venezuela?" a corto y mediano plazo es la pregunta que a millones nos desvela porque desde que Nicolás Maduro fue ungido por  Chávez como su heredero; la represión y la censura ya no se disimulan, y lejos de un diálogo por la paz, como aseguró Maduro en un desfachatado artículo para el New York Times, la situación en Venezuela cada día asemeja más el "Diálogo según un Dictador" escrito por Rafael Cadenas: "Cuando yo dialogo, no quiero que me interrumpan".
Apenas terminó de hablar María Corina, tras el himno nacional, me fui arrastrando la magullada pierna acompañada de mi hija. Quería llegar a casa para tomar un cataflan, untarme de árnica y ponerme hielo en la rodilla. El regreso por la avenida Francisco de Miranda fue igual de tranquilo aunque más acompañado que la llegada. Por eso grande fue mi sorpresa cuando de regreso en casa, apenas prender la computadora, me enteré que en la misma avenida donde minutos antes había arrastrado mi pierna adolorida, en ese instante sucedía una batalla campal cuando la Guardia Nacional arremetió contra la manifestación de apoyo a la diputada Machado. 
No me equivoqué en mi pronóstico de futuro inmediato, todavía aturdida por el efecto de las bombas lacrimógenas que le impidieron avanzar más de una cuadra donde acababa de ser ovacionada, María Corina se montó de parrillera en un moto que la llevaría a la Asamblea Nacional, donde en efecto, no se le permitió el paso. Horas después, la represión contra los estudiantes que se habían quedado para acompañarla, seguía en la Avenida Francisco de Miranda a la altura de Chacao.
Esta mañana María Corina Machado partió a Sao Paulo para insistir en denunciar la delicada situación política que vivimos en Venezuela. Imposible no admirar su capacidad de lucha, cuando yo estoy molida por un simple tropezón. En cambio la diputada Machado, a pesar de las humillaciones, golpes y amenazas recibidas desde el oficialismo, insiste con entereza en no claudicar. 
Mientras tanto meto la piernita en sal de higuera, y regreso a las andanzas de guerrera del teclado, hasta que vuelva a ser llamada a las trincheras. 


2 comentarios:

Tibisay La Cruz dijo...

Felicitaciones por su escrito y también por su labor... yo trato de hacer algo parecido y por eso mis amigos siempre me preguntan que cómo está mi sala situacional.
Adelante, que cada día que pasa es un día menos hacia el logro de nuestra meta, comenzar el rescate de Venezuela y de los venezolanos...

Camisetas de futbol dijo...

He leído su artículo, me siento que realmente me gusta su estilo de escritura, siempre voy a apoyar a su artículo. Espero que usted puede ser feliz todos los días.