lunes, 2 de febrero de 2015

Le tocó a Farmatodo, ¿quién será la próxima víctima?


La primera vez que montamos bicicleta sin rueditas, el primer beso, los primeros pasos de nuestro bebé... hay primeras veces que marcan la vida, por ejemplo, la primera vez que me pidieron cédula laminada para comprar un máximo de dos jabones: noviembre 2014 en Farmatodo de La Florida.
Entonces ejercí la única forma de protesta que nos va quedando a los venezolanos, compartir en las redes sociales mi indignación: Farmatodo se estaba prestando al juego del control y racionamiento impuesto por el Gobierno ante la grave escasez de todo tipo de productos que el Régimen trata de achacar a una desestabilizadora guerra económica.
 La escasez no es un fenómeno reciente en este Socialismo del Siglo XXI, es parte del legado de Hugo Chávez Frías, hasta el año pasado se limitaba a productos regulados como arroz, leche, azúcar, harinas; pero en 2014 la falta de todo tipo de productos se va haciendo cada vez más notoria por la limitada capacidad de producción de la empresa privada ante los controles gubernamentales, y la falta de divisas para importar rubros indispensables para la producción nacional. 
"Venezuela no es Cuba" nos jactábamos quienes jamás creímos que nuestra situación se iba a tornar tan precaria como la de la isla caribeña. Y es verdad, Venezuela no es Cuba, aquí nos han ido cocinando a fuego lentísimo, dieciséis años después de la llegada de Hugo Chávez al poder, hoy se podría decir que estamos peor que en Cuba: una escasez similar, libertad de expresión asfixiada, derecho a queja suprimido, y viviendo en medio de una violencia a la que ya parecemos habernos acostumbrado. Fuego lento mientras vivía Chávez, pero Maduro, por su notable falta de liderazgo, avivó la candela.  
Sin embargo a fuego lento fuimos descubriendo nuevas carencias en nuestras vidas, por ejemplo, artículos de limpieza personal, un buen día cuando fui a reponer mi jabón de baño me di cuenta que no tenía en la despensa. No hay problema, compro en el mercado, pero tampoco había en ninguno de los mercados de por estos lados, ni en el Farmatodo de la zona. Al día siguiente aparecieron los paquetes de Palmolive que vendían de a tres, y así durante un tiempo en la compra semanal doblé mi ración de jabón de avena, que es el que me va bien con la alergia. 
 De ahí que el gobierno también culpabilice a las amas de casa de acaparamiento, de repente descubrí que tenía tantos jabones en la despensa como para montar mi propia perfumería, por eso bajé la guardia y dejé de comprarlos por un tiempo, cuando volví a vivir el incidente de meses atrás y me encontré con una reducida pastilla de jabón de baño en la mano. Esta vez el jabón tardó en aparecer. Por eso la tarde de un domingo cuando fui a comprar Coca Cola en el Farmatodo cercano para acompañar las pizzas caseras, al ver que habían llegado unas pastillas de un desconocido jabón "Made in Turkey", me dispuse a llevarme cuatro (somos una familia de cinco personas) pero tras hacer una cola como de cuarenta y cinco minutos, vino esa primera vez que jamás olvidaré: "Cédula laminada, y solo se puede llevar dos jabones por persona".
Desde entonces cada vez que me encuentro con algo tan cotidiano para otros países como puede ser un jabón en un mercado,  me siento como si hubiese encontrado oro en polvo. Y ni se diga champú, está más escaso todavía. Me lavaría el pelo con jabón Las Llaves si se encontrara jabón Las Llaves, pero tampoco hay, ni de lavar ropa ni de lavar platos. El único detergente que hoy con suerte se consigue en los mercados venezolanos es uno genérico que recuerda a los productos que le gustaban a la mamá comunista en la película Goodbye, Lenin: un detergente aguado que no hace espuma.  Ni siquiera he vuelto a ver el jabón "Made in Turkey" que me tuvo como una semana oliendo a hotel de carretera. 
Cuando en noviembre despotriqué contra Farmatodo por las redes sociales por aplicar las medidas de racionamiento de países de post guerra o países comunistas, muchos tuiteros me respondieron indignados que la culpa era mía por haberme resignado a hacer cola, a sumisa mostrar la cédula para que me racionaran mi compra de jabón, a no haberle cantado cuatro al indiferente cajero cuando me obligó a reducir la cantidad de jabones a llevar. 
Debí tantas cosas: no calarme la cola (pero cómo hago si no tenía jabón)... negar a enseñar mi cédula laminada (ya había hecho la cola)... cantarle cuatro al cajero (el pobre cumple con su trabajo y le deben cantar cuatro varias veces al día)...
 Desde entonces he entregado cédula laminada para comprar artículos como desodorante y toallas sanitarias, y no se me quita la sensación de desasosiego, pero ese es parte del precio de seguir viviendo en Venezuela, y así como por las redes sociales muchos me recriminaron acatar el juego de racionamiento impuesto por Farmatodo, yo entonces le recriminé a Farmatodo prestarse a seguir el juego de la nefasta política económica del Gobierno.
 En tiempos difíciles y de dictadura cada quien hace lo que cree que tiene que hacer para bandearse: yo hago colas no muy largas, quizás porque no tengo niños pequeños todavía no me he prestado a hacer una que cola que salga fuera de un local, y si hace falta, entrego mi cédula laminada sin rechistar. Los amigos de Farmatodo pensarían que si procuraban racionar los productos en escasez digno de una economía comunista, quizás su empresa sobreviviría los controles del gobierno.
Pero está visto que en este Socialismo del Siglo XXI, y sobre todo ahora que la Revolución vive momentos desesperados, es imposible pasar agachado. Y este fin de semana le tocó el turno de ser insultados y amenazados en cadena nacional al que hasta hace poco fue uno de los negocios mejor montados de Venezuela: la cadena de Farmacias Farmatodo.
Hoy su destino es incierto. 
Solo queda preguntar mientras esperamos saber quién será la próxima víctima ¿hasta cuándo?


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