miércoles, 28 de enero de 2015

Los niños que dirán que no


Hace unas semanas entre las ofertas de lectura digital compré "The boy who said no- an escape to freedom" de Patty Sheehy, novela sobre un niño que se resiste a ser adoctrinado durante los primeros años de euforia de la Revolución Cubana. En Amazon la promocionan como una novela aunque es un relato de vida, Sheehy, una ejecutiva de Mercadeo, ni siquiera era escritora más allá de publicaciones corporativas, cuando le piden que redacte la historia de Frank Mederos, que como miles de cubanos antes que él y después que él, llegó a los Estados Unidos en una balsa apunto de naufragar, abarrotada de gente.  
Esta norteamericana que no debe haber salido más allá del su nativo estado de Pensilvania, al oír la historia de Mederos, que es la historia de tantos cubanos que entre vivir una vida sumisa llena de privaciones sometidos a los dictámenes de un régimen, y arriesgarse a morir comido por los tiburones con tal de vivir en Libertad, pensó: "Oh my god, esto es como una novela" y se dispuso a escribirla como tal alegando que hizo ciertos cambios para proteger a los amigos de Mederos que siguen en Cuba, que más de cuarenta años después de su huída, se podrían ver afectados por su relato. 
La escritura de Sheehy es amateur pero la historia de Mederos es apasionante, como la de tantos cubanos que pasaron por situaciones similares. "Gusanos" llamaron durante años los millones de simpatizantes de la Revolución Cubana alrededor del mundo a quienes se les ocurriera escapar de la vida digna del buen revolucionario. "Gusanos", peor que canallas, aquellos que se negaran a vivir en la sacrificada utopía de los hermanos Castro. Hasta los años 90 esa era la corriente de pensamiento de la mayoría de la intelectualidad venezolana, sin duda más simpatizante con el buen revolucionario que con el cubano de la Calle Ocho. Corriente de pensamiento que como buena ucevista, alguna vez compartí aunque sin mucha euforia. 
Hasta que en Venezuela nos tocó vivir una historia similar. 
Regresando a Mederos no era un niño rico, vivía una vida sencilla jugando con sus amigos de la calle y yendo a pescar con su abuelo. Leyendo cuántos de los personajes de esta historia desde un principio desconfiaban de las intenciones democráticas de Fidel, intuyo que tampoco era que Mederos venía de un barrio pobre de La Habana. Tanta desconfianza se justifica apenas comienza la interferencia del Estado en la educación aboliendo la educación privada e imponiendo medidas como obligar a pre-adolescentes como Frankie, con un avanzado nivel de lectura, a abandonar a sus familias durante unos meses para dedicarse al proceso de alfabetización de campesinos en distantes provincias rurales.
Resultó tan exitosa esa experiencia, que Frankie es instado a entrar interno en una Academia Militar, a pesar de estar por encima del nivel académico de la escuela de su barrio, el niño se escapa presintiendo que estaba en camino de ser adoctrinado al comunismo. En esta ocasión, los padres tuvieron la última palabra y el adolescente regresó a su escuela del barrio.
Algunas de las anécdotas en "El niño que dijo no" son narradas con innegable melodrama como la del pequeño limpiabotas a quien unos soldados despojan de forma cruel de su caja de lustrar zapatos porque en la Cuba revolucionaria se prohibía cualquier tipo de actividad comercial.
Recordando historias similares de los padres de tantos amigos de origen cubano que emigraron a Venezuela en los años 60 y 70,  es fácil llegar a la conclusión que a pesar de los estrechos lazos con Cuba del Gobierno chavista, durante quince años en Venezuela habremos nadado en aguas turbias con esto del Socialismo del siglo XXI, pero ni remotamente nos acercamos a la represión vivida por los cubanos durante seis décadas: en Venezuela hasta los hijos de los jerarcas revolucionarios, y de los burócratas medios, van sin vergüenza a colegios privados. Y a pesar de que el Ministerio de Educación ha metido la mano adoctrinadora en los textos escolares, y que tras las recientes elecciones presidenciales, muchas maestras de escuelas públicas fueron reprendidas por sus simpatías con la oposición, los mejores estudiantes no son escogidos a dedo para enviarlos desde pequeños a academias elitistas de adoctrinamiento revolucionario.  Tampoco se puede negar que cientos de miles de niños venezolanos han emigrado estos últimos años sin pasar por las tribulaciones de Eliancito de ver morir ahogados al resto de los pasajeros de su balsa.
Leyendo cómo se las ingenió Mederos para huir de Cuba mientras estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio, pienso que en Venezuela durante quince años nos habíamos movido en una dudosa frontera demócrata con los poderes civiles tomados, hasta esta situación caótica marcada por la represión y la escasez cuando el actual presidente de la República, a falta de carisma y sapiencia, ha ido apretando las tuercas hacia una dictadura.
No hay duda que todavía quedan muchos venezolanos que lo que temen es que se aproxime el fin del sueño revolucionario: ya ni los más optimistas en la página web pro-oficialista Aporrea son capaces de negar que Venezuela está en el punto más crítico de nuestra Historia Contemporánea. Hay quienes aseguran que este caos es por culpa de una cruenta guerra económica patrocinada por Uribe, el Imperio Norteamericano y la Derecha Reaccionaria, sumándose un complot internacional para bajar el precio del petróleo; tampoco faltan quienes aseguren que tantas privaciones por las que hoy pasa el pueblo venezolano se deben a que Maduro perdió la brújula revolucionaria.
Quienes así piensan no es que se están pasando a la oposición al criticar al nuevo líder máximo, por el contrario, son más radicales pensando que para que la Revolución vuelva a su cauce es necesario profundizarla, es decir, emular el camino que hace sesenta años inició Fidel Castro, camino que hasta que no le terminen de levantar el veto comercial a Cuba, tiene sumida a la isla en un sin fin de privaciones.
Uno de esos dinosaurios del comunismo es el antiguo Ministro Eduardo Samán, hoy alejado del poder por  discrepancias con el gobierno, pero no por eso alejado de la revolución.  En entrevista para Aporrea, previendo que la actual crisis alimentaria tenderá a acrecentarse por la falta de producción en la que estamos sumidos, entre las medidas que sugiere el antiguo ministro está una parecida a las tomadas en la Cuba de los años sesenta: que durante unos meses los muchachos dejen de ir a la escuela para dedicarse exclusivamente a la actividad agraria.
¡Azúcar! A sembrar caña muchachos, pero a estas alturas de la Revolución, mucho me temo que hasta el más fósil de los dinosaurios sabe que de millones se contarán los niños que dirán que no.

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