jueves, 18 de junio de 2015

El camino de la vergüenza


La supuesta muerte de Jon Snow nos hizo pasar por alto una de las escenas más fuertes de la historia de Game of Thrones: el paseo de la vergüenza de Cersei. La madre del rey tras admitir el pecado de adulterio, aunque no el de incesto -ni gafa que fuera- es condenada a regresar a su castillo caminando desnuda por Kings Landing. Con el pelo trasquilado, conteniendo las lágrimas y el asco, altiva Cersei se abre paso entre insultos, mierda y escupitajos sin bajar la mirada. Asi como millones de telespectadores levantamos la voz ante la posible muerte de otro de nuestros personajes favoritos, hubo quienes insistieron en acusar a la serie de HBO de misógina por tan aberrante maltrato. 
No entiendo mucho esta forma de feminismo, si bien Game of Thrones sin duda ha demostrado una considerable dosis de crueldad con los personajes femeninos, no les ha tocado más fácil a los masculinos, como el caso de Theon Greyjoy: castrado, vejado hasta el punto de asumir la identidad de “Hediondo”, una frágil criatura sin más voluntad que servir a su torturador. 
Quienes insisten en acusar a George RR Martin de misógino por escenas como el paseo de la vergüenza no podrían negar que de su imaginería han salido inolvidables personajes femeninos como Daenerys Targaryen, Arya Stark, Brianne of Thart, Margaery Tyrrel, y la misma Cersei Lannister, personajes que no tienen que envidiarle ni en astucia ni en inteligencia ni en valor a sus contrapartidas masculinas. 
¿Con esto quiero decir que la lucha feminista está obsoleta? En el año 2015, cuando las mujeres hemos alcanzado tanto en estos últimos 60 años en lo que se refiere a igualdad de derechos, puede que haya quienes piensen que todo feminismo está pasado de moda, que ya no hace falta, que las feministas son por definición pesadas, aburridas e intensas, que qué igualdad de derechos ni qué igualdad si fíjense que una mujer está pretendiendo ocupar la Casa Blanca.
Pero yo diría que tampoco hay que bajar la guardia, porque a veces una oye y lee comentarios que parecen anacronismos de los años 50, por ejemplo hace unas semanas un contacto de Facebook regañaba a sus amigas virtuales por no poner más fotos: “del pendejo que las mantiene“.
Cada vez que voy a escribir en Facebook algo adverso a alguna opinión ajena, se me prende una alarma roja: “Peligro, peligro“, estas discusiones en las redes sociales suelen ser una pérdida de tiempo y energía.  Pero por el espíritu de Susan Sonntag no podía evitar comentarle a este conocido de colegio a quien tengo décadas sin ver, si acaso eso del “pendejo que las mantiene« no era una frase así como machista. Tan solo eso, no me explayé.
Lo que más me molestaba era la cantidad de likes it que semejante frase obtuvo, por eso antes de apretar la tecla de enviar me entró la duda si no estaría pecando de intensa dejándome vencer por la corrección política. La verdad es que no sé qué esperaba como respuesta. Lo que no esperaba era un: “Haya tú si no tienes un pendejo que te mantenga“,  y después me bloqueó.
No debió sorprenderme tanta sensibilidad ante la acusación de machismo, el machismo sigue arraigado en Venezuela, basta recordar cuando el recién electo líder máximo hace unos años anunciaba a su mujer en cadena nacional que lo esperara que ya le “iba a dar lo suyo“. Vulgar comentario que no disminuyó un ápice su popularidad. Ni una voz feminista se alzó dentro del chavismo. Si acaso alguna explicación: “Es que él es así, jaja“.
Qué se puede esperar de una sociedad donde todavía la mejor manera de desprestigiar a una mujer es acusarla de adulterio,  y si no de menopausia, lesbiana, doñismo o frigidez. Si el actual presidente de la Asamblea Nacional (Diosdado Cabello), el mismo que defiende su cuestionado honor con demandas por doquier, no encuentra mejor manera de desprestigiar la lucha de los presos políticos que insinuando públicamente que sus esposas les son infieles.
Y una diría que semejante machismo es producto de la sociedad que vivimos, pero el monstruo del desprecio por las mujeres vive hasta en el alma de un premio Nobel de Medicina, el bioquímico británico Tim Hunt, de 72 años, que hace unos días en una conferencia en Corea del Sur, queriendo pasar por simpático, soltó la perla que las mujeres no deberían trabajar en los laboratorios porque distraen a los hombres, uno se enamora de ellas, ellas se enamoran de uno, y cuando algo les sale mal, rompen a llorar.
Comentario tan bolciclón le costó al muy premio Nobel su cátedra en la University College of London, tal fue la presión que se vio obligado a renunciar, quedando demostrado que en otras sociedades se toman tan en serio este tipo de deslices verbales que ni toda una vida de brillante investigación científica pueden borrar la mancha causada por un destello de idiotez machista.
Mientras tanto en Venezuela, por el camino de la vergüenza, seguiremos con los putas y maricos como métodos de lucha política por excelencia. 

No hay comentarios: