lunes, 1 de junio de 2015

Cinco estrellas



En Semana Santa del año 1989, meses antes de casarme, realicé el que habría de ser el último viaje de soltera con mis padres. Este viaje se decidió a última hora, como todo venezolano con memoria recordará, 1989 fue un año difícil en nuestra historia contemporánea: apenas comenzaba el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez cuando a finales de febrero se dio la revuelta popular conocida como el "Caracazo", el principio del fin de lo que hoy se conoce como la IV República. 
 Los caraqueños durante esos días vivimos en zona de guerra. Mi generación, aquella que nació tras la caída de la Dictadura de Marcos Pérez Jiménez, supo por primera vez lo que era vivir en tiempos de angustia social y política. Tan orgullosos que nos sentíamos de que a pesar de ser imperfecta con tanta corrupción, Venezuela era supuestamente la democracia más estable de América Latina en un momento en el que el continente parecía comenzar a desentenderse de las Dictaduras.  
La zona donde hasta el año pasado vivieron mis padres, El Pedregal de Chapellín, estuvo rocanrol, tiros y gritos se oían no tan a lo lejos mientras veíamos por la televisión en cadena nacional cómo al ministro de Relaciones Interiores, Alejandro Izaguirre, le daba un colapso nervioso tratando de explicar que la situación estaba bajo control.
A pesar de que a los pocos días del Caracazo la ciudad regresó a una tensa calma, mis padres decidieron que al viaje a Europa que tenían planeado desde hacía tiempo, sería incluida la princesa devaluada que hoy les narra esta crónica. Aunque la inseguridad no era ni la sombra de lo que ahora vivimos, les daba miedo dejarme sola en casa en un momento así, puesto que mis tres hermanos ya no vivían en casa. 
No me hice de rogar, apenas mis padres me preguntaron si quería acompañarlos a Europa, a los dos minutos ya estaba pensando qué iba a meter en la maleta. Además del placer de viajar, y el doble placer de hacerlo con mis papás, hace 27 años, al igual que hoy, la atmósfera en Caracas enfermaba de angustia ante la incertidumbre de qué iría a pasar en Venezuela, aunque entonces las nubes se veían grises, y hoy nos sentimos bajo una tempestad.   
La primera parada de este viaje, la única que en esta crónica concierne, fue Zurich, ciudad de la Suiza alemana. Recuerdo que nos alojamos en un hotel en la calle principal, bueno pero sin mayores pretensiones, como a los que siempre llegaba cuando viajaba con mis papás. Para pasar el jet lag, tras acomodarnos en nuestros cuartos, fuimos a recorrer la avenida, no recuerdo el nombre, era como los Campos Elíseos de Zurich, de edificios bajos bordeada de árboles floreados y tiendas. La única compra que hice fue un mantel de encaje suizo, primera compra de mujer grande, que todavía conservo.
La calle finalizaba con un hermoso edificio blanco frente al lago: 
"Baur au Lac"- me dijo papá, "Es el hotel más lujoso de Zurich y uno de los más lujosos del mundo".
"¿Y por qué no nos alojamos ahí?"- como buena princesa, era mi deber preguntar.
Papá jamás contestaría algo tan vulgar como "porque la masa no está para bollos", pero respondió con una frase típica de los años 80: "Ni que yo fuera Kashogghi", recordando al hombre más rico de aquellos tiempos, Adnan Kashoggi, billonario saudita cuya fortuna en los años 80 era ejemplo de lo que no tienen el resto de los papás del mundo. 
Mi mamá, que sí llegó a alojarse en hoteles cinco estrellas, me cuenta que además de los precios la diferencia entre un buen hotel y uno de lujo se basa en los detalles: las almohadas de plumas, la calidad del colchón, la suavidad de los paños y de las sábanas. Detalles como los que recientemente vi en una película italiana llamada: "Viaggio sola" (María Sole Tognazzi-2013) donde Irene (Margherita Buy) llega de incógnita a los hoteles cinco estrellas para constatar que la lencería sea de primera calidad, que no se encuentre ni una partícula de polvo en los cuartos, cronometrar el tiempo exacto que tarda el roomservice en llegar. Irene viaja con un termómetro para asegurarse que tanto el vino blanco, como el consomé que pidió, lleguen a la temperatura ideal. 
Ni un grado más, ni un grado menos.
Más que esos detalles lo que Irene evalúa es el servicio, la atención del concierge, que el botón lleve el uniforme sin una arruga, si te ofrecen hacer o deshacer las maletas. La exigente Irene resta puntos a los hoteles donde un empleado pueda descuidar el servicio a cualquiera de sus huéspedes, bien sea para atender a alguien más poderoso, o por snobismo de sentir que un huésped puede no estar a la altura social de un hotel de semejante calibre.
27 años después de este mi primer y último viaje a Zurich, ni que me hipnoticen recordaría el nombre del buen hotel en el que me alojé con mis padres, pero recuerdo perfectamente el nombre del lujoso hotel frente al lago, el Baur au Lac, quizás con la humana aspiración que aunque esta princesa devaluada cada vez parece estar más lejos de la fortuna de Kashogghi (quien ya ni siquiera figura en las listas de los hombres más ricos del mundo), algún día pudiera la masa estar como para bollos y alojarme en un hotel de ensueño similar.
En 2015, con el dólar libre a casi 400 bolívares, en Venezuela no solo la masa no está para bollos, ni siquiera hay masa porque no se encuentra harina de ningún tipo. Y la crisis, por lo menos económica, parece ser mundial. Pero me alegró saber del Hotel Baur au Lac la mañana de la semana pasada cuando me topé con la noticia en la pagina web del New York Times que se acababa de llevar a cabo una redada en el fastuoso hotel suizo: siete dirigentes de la FIFA, entre ellos Rafael Esquivel presidente de la Federación Venezolana de Fútbol, fueron detenidos por la policía suiza acusados de admitir sobornos durante años. Los dirigentes del Fútbol Mundial acusados de corrupción estaban alojados en el lujoso hotel frente al lago esperando que se realizaran las elecciones de la FIFA que, eventualmente, ratificaron al suizo Joseph Blatter en la presidencia, a pesar del reciente escándalo.
Hoy los detenidos esperan para ver si el gobierno Suizo aprueba la extradición a los Estados Unidos donde se originó la investigación, y aspira ser llevado a cabo el juicio.
El fresquito que entró al leer la noticia es apenas un consuelo, cuántas mafias poderosas seguirán haciendo de las suyas, mundialmente, sintiéndose impunes a la justicia. Pero saber que  por lo menos siete de quienes dormían plácidamente en el hotel Baur au Lac esperando despertar en las mullidas camas para ser servidos con te o café a temperatura perfecta en cuartos de más de 700 dólares la noche, el buen servicio que recibieron esa mañana en este lujo de hotel, fue haber logrado salir sin ser capturados por las cámaras gracias al servicio cinco estrellas que facilitó a sus no tan distinguidos huéspedes una sábana extendida para evitar ser fotografiados escoltados por la policía suiza.
  
  

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