jueves, 1 de noviembre de 2007

Prejuicios en el equipaje






Antes, cuando los venezolanos nos encontrábamos en el extranjero, aunque fuéramos unos perfectos desconocidos, siempre nos identificábamos con agrado, saludándonos y recordando con nostalgia el terruño al que esperábamos con ansia volver.
Ya no. Ahora, si unos venezolanos nos topamos en el exterior, al oír el acento inconfundible, preferimos esquivarnos la mirada, antes de vernos de reojo preguntándonos con recelo: " ¿Chavista?", " ¿escuálido?", " ¿oligarca?", " ¿boliburgués?".
Pensé que eran cosas mías, prejuicios políticos que llevo en el equipaje, hasta que, visitando a una amiga que tiene años viviendo en Madrid, me sorprendió cómo la muy camaleona transformó su acento de caraqueña rajada a madrileña de pura cepa cuando en una tienda en la Puerta del Sol donde ofrecían abanicos, peinetas y mantillas, entró un venezolano preguntando si también vendían maletas.
Quizás sea en extremo prejuicioso asociar la palabra maleta con oficialismo, pero el vendedor madrileño algo debió haber sentido en el ambiente porque mientras empaquetaba un abanico de regalo, después de haber mandado al "tío" de la maleta al Corte Inglés, comentó: "Que la habéis puesto en Venezuela con ese Presidente que se piensa quedar mandando para siempre ¿Y ahora cómo vais a hacer?".
La pregunta de las 64.000 pesetas.
Al día siguiente, en un hotel pijo en la calle Velásquez, en el desayuno me sentaron al lado de una mesa de venezolanos. Eran dos parejas.
Apenas alcancé a detallar a una de mis compatriotas que iba trajeada de azul turquesa, con zapatos de goma y cachucha del mismo color.
Tenía más pinta de turista en Orlando que de la Madrid otoñal. De visitante del Magic Kingdom que del Reina Sofía.
Debía esperarles un día largo, porque la mujer, bastante pasadita de kilos, no perdonaba ni una de las delicias ibéricas del buffet, ni el jamón de bellota, ni el queso manchego, ni esos manjares que en nuestro país se han vuelto exquisiteces: leche, huevos y azúcar.
Decidí dejar mis prejuicios, ignorar a mis vecinos de mesa y seguir leyendo la prensa española con referencias diarias a Venezuela. Las noticias de la semana habían sido la revolución de las Hummer y el whisky, los peligros de la reforma constitucional, y de cómo a Alejandro Sanz lo dejaron sin cantar en Caracas por sus comentarios críticos al gobierno de Chávez. Comentarios hechos hace más de tres años y que hoy le vetaban el uso del Poliedro.
En esas estaba, leyendo en el diario El País cómo al cantante español lo dejaron con el corazón part ío cuando me di cuenta en carne propia de que los prejuicios no sólo son de la oposición contra el boliburgués, ni del chavismo contra los cantantes a los que les gusta opinar de política, sino también contra los lectores de prensa que ni hemos abierto la boca, porque cuando estaba enfrascada en la noticia de Sanz, mis hasta entonces discretos vecinos de mesa, empezaron a hablar en voz alta como para que los oyera: "Bien hecho que a Alejandro Sanz no le presten el Poliedro, para que aprenda a respetar. ¿En qué país del mundo dejan cantar a un artista que critica el gobierno donde va a cantar?".
Cerré el periódico y apuré el cortado, lo último que buscaba en Madrid era una discusión política. Pero no quise irme sin darle a mis paisanos una sincera recomendación.
"Si van por la Puerta del Sol, no dejen de ir a comprar abanicos".

2 comentarios:

Unknown dijo...

Adriana,como siempreme haces muy FELIZ!!!! Me rioy disfruto profundamente de tus escritos.
No dejes nunca de enviarmelos...

Miguel dijo...

Excelente, mas de una vez he evitado contacto con venezolanos afuera por miedo a eso, seran por-Chavez? Que triste, no? Antes era una bella afinidad...fan siempre de tus escritos