Tengo un amigo que suele probar mis principios éticos preguntándome si estoy de acuerdo con la pena de muerte. Le contesto que por supuesto que no, pero él no se da por vencido e insiste con ejemplos: “Violadores y asesinos de niños, terroristas que vuelan escuelas, generales que ordenan masacrar pueblos; me vas a decir que aunque sea para tus adentros no piensas: estos desgraciados merecen morir”.
Mi amigo, quién no está de acuerdo con la pena de muerte, le gusta demostrar cuán difícil puede ser mantener nuestros principios hasta las últimas consecuencias, sobre todo en temas tan complejos como la violencia, la libertad de expresión, la censura, la verdad.
Por ejemplo, corre en Internet una petición para boicotear al artista Guillermo Vargas alias “Habacuc” de la Bienal de Honduras 2008. A sus 50 años el no tan enfant terrible costarricense le pagó a unos niños para que atraparan a un perro callejero hambriento y herido, y tras bautizarlo Natividad, lo dejó morir encadenado en una galería de arte en Nicaragua. Su supuesto objetivo: sensibilizar al público sobre la hipocresía del ser humano que se escandalizaría por la agonía de Natividad, sin detenerse a pensar en los millones de canes indigentes que sufren en esta perra vida.
¿Algún empleado de la galería o algún sensible amante del arte se acercaría a hacerle una caricia al perro moribundo, a ofrecerle un poco de agua, un mendrugo de pan, ya que nadie fue capaz de llamar a la sociedad protectora de animales en las 24 horas que agonizó Natividad encadenado como “obra de arte”? ¿Estaremos ante un resurgimiento del teatro de la crueldad que abogaba Antonin Artaud en los años 30 cuyo fin era sacudir las entrañas del espectador?
A pesar de la indiferencia inicial, pocas muertes más lloradas que la de Natividad: 400 mil firmas se han recopilado hasta el momento en Internet para boicotear a Habacuc de la Bienal de Honduras. Sin embargo, los directivos insisten en tenerlo como artista invitado, según ellos, es consecuente con sus principios creativos.
Pero en las Escuelas de Samba en los Carnavales Cariocas la libertad de creación (o de expresión) sí tuvo un límite este año y fue el Holocausto judío, cuando a instancia de la Federación Israelita, se le prohibió a la Escuela Unidos do Viradouro bailarlo como tema en su carroza. Como señal de protesta, los integrantes de Viradouro desfilaron amordazados, con un gran Tiradentes -precursor de la independencia brasileña- descuartizado, y un enorme mensaje: “No se construye un futuro enterrando la historia”. Aunque debieron ser más honestos consigo mismos y escribir: “no existe tema tan delicado como para no ser bailado”.
Precisamente hasta dónde seríamos capaces de llegar por seguir nuestros principios trata la excelente película de Ben Affleck (sí, Ben Affleck): “Desapareció una noche”. Basada en una novela de Dennis Lehane, y ambientada en las barriadas del sur de Boston de donde la musa de Affleck no debería salir, casi toda la película es una historia de suspenso sobre una pareja de investigadores privados que busca a una niña desaparecida, pero son los últimos minutos del film los que nos mueven a preguntarnos de qué estarán hechos nuestros principios, ¿de acero o de cristal?, qué estaríamos dispuestos a arriesgar por ellos, y si al igual que el protagonista, asumiríamos las consecuencias de haber sido fieles a lo que creemos.
1 comentario:
La bienal de arte donde hababuc expone es una bofetada y burla. Que tipo de artista es ese? quienes soin esas personas q acudieron a ver la "obra de arte " de este "artista sin sentir misericordia del perro muriendo. Esto se traduece en una sociedad enferma, donde el sufrimiento del anciano, del nin#o, del pobre, del perro, del desposeido, todo es secundario auna buena velada de moda.
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