martes, 19 de febrero de 2008

El reino de las sombras



Una mañana de mayo, Mate vio en la calle un afiche anunciando la presentación en el Teatro Teresa Carreño de “La bayadera” con la participación de la compañía del Ballet Teresa Carreño, la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho y dos bailarines invitados. Este ballet ruso del siglo XIX basado en la obra del poeta hindú Kalidasa, consagró a estrellas como Anna Pavlova y Rudolf Nureyev. Emocionada por el respirito a la danza clásica que la política roja le daría al Teresa Carreño, Mate corrió a la taquilla del teatro a buscar entradas, y a 30.000 bolívares cada una, compró para ella, su esposo Reinaldo, su mamá, su hermana y su tía.
Una semana después, estaban los cinco montados en el carro ilusionados ante una noche de ballet. Lejanos parecían los días que en la sala Ríos Reyna se presentaban artistas de la talla de Julio Bocca y Baryshnikov. Aún más lejanos cuando en el Teatro Municipal bailaban Fernando Bujones, Alexander Godunov y Margot Fonteyn. Lejanas las coreografías del venezolano Vicente Nebrada a quien Julio Bocca incluyó en el repertorio de su compañía de ballet para la temporada 2008 porque el bailarín argentino sabe que a Nebrada la revolución lo borró de su país.
Por eso “La bayadera, el reino de las sombras” de Marius Petipa era un lujo que un amante de la danza no se podía perder. Mate y su familia no cabían en sí de la emoción, aunque la noche comenzó mal cuando al agarrar la curva que lleva al Teresa Carreño se dieron cuenta de que el estacionamiento estaba bloqueado por soldados, que según mi amiga: “Llevaban gorras similares a la que usa Raúl Castro en Cuba”. Los guardias les avisaron, fal en mano, lo que tantos caraqueños hemos escuchado desde que el oficialismo se adueñó del otrora complejo cultural: que no podían estacionar el carro ahí.
Las mujeres se quedaron en la entrada del teatro mientras Reinaldo paraba el carro en el Hotel Hilton. Sospecharon que algún peso pesado de la revolución sería aficionado al ballet, y más allá del temor de cruzar de regreso la oscura pasarela al hotel, no le dieron importancia. Sin embargo, se sorprendieron de que la mayoría de los asistentes no vestían con sobriedad, como suele ir el público a este tipo de eventos, sino de rojo sangre del toro.
Mate revisó los boletos, ¿se habrían equivocado de fecha? No, decían “La bayadera” sala Rios Reyna, viernes 19 de mayo, 8 pm. Las cuatro mujeres se sentían como canarios en fiesta de gatos esperando en medio del éxtasis revolucionario que Reinaldo llegara para entrar en la sala. Revisaron el programa otra vez: además de la adaptación de “La bayadera” por un coreógrafo argentino, estaban anunciados Romeo y Julieta, el estreno de Passion de Héctor Sanzana y “Guarayra Repano” de Mariela Delgado. Mate se preguntaba si en esta función ocurriría algo simbólico como una quema de tutús por eurocentristas.
Cuando por fin Reinaldo llegó, intentaron subir a la sala Rios Reyna, pero al mostrar sus entradas no los dejaron pasar, los guías les informaron que el presidente Chávez pidió a última hora la sala para un acto de Telesur y el ballet fue suspendido. La función sería al día siguiente a las 11 de la mañana, debían estar en el teatro antes de las 9 para cambiar sus entradas. O podían pasar por taquilla donde el dinero les sería devuelto en efectivo.
Más allá del abuso con el público, se indignaba Mate, cómo se sentirían los artistas involucrados al ver suspendida una función por semejante arbitrariedad política.
Mientras tanto, el papá de Mate se había quedado de lo más contento en su casa, no compartía la afición por el ballet de su familia, tendría la televisión para él solito para ver en Meridiano TV un verdadero acontecimiento: el partido entre los Yanquis y los Mets de Nueva York. Lástima que la perfecta velada deportiva se vio interrumpida por una cadena nacional que duró 3 horas del presidente de la República Bolivariana de Venezuela desde la sala Ríos Reyna, demostrando una vez más que en este país el único espectáculo seguro es el monólogo presidencial.

Publicado en la Revista Contrabando cuando el Hotel Alba todavía era el Hotel Hilton.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este rtículo es ilustrativo de que nadie se salva del hambre de cámara y microfono que este señor tiene. Por otra parte, está claro el deterioro acelerado de todo lo que tenga olor a cultura en este país. De verdad que uno se ríe para no llorar.