La señora Marisol de Aguilera, ama de casa con quince años en el oficio, salió una mañana de su casa después de prenderle una vela a san Judas Tadeo, patrón de lo imposible, rogándole: “Por favor santito, que hoy consiga todo lo que me hace falta para la torta de arequipe de la señora Contreras”. Sabía que para un tres leches sería demasiado pedir.
Marisol, que además de abnegada madre y esposa, prepara dulces por encargo, de unos meses para acá se acostumbró a que buena parte de su rutina diaria sea peregrinar por los mercados de Caracas buscando azúcar, leche, harina, aceite, huevos y demás productos desaparecidos. Por eso unió fuerzas con otros compañeros de infortunio en una red de mensajería celular. Esa mañana recibió un mensaje de texto avisando: “En el Cada de Las Mercedes hay harina”.
Cuando Marisol llegó al Cada, contempló descorazonada como tres mujeres con la misma mirada de hiena que ella tiene desde que comenzó a cazar productos en escasez, se llevaban los últimos paquetes de la harina Robin Hood todo uso. Al borde de las lágrimas, Marisol trató de conmover a un gordito vestido de chef y mirada libidinosa que guardaba en una camioneta pick up 20 paquetes del preciado polvo blanco: “¡Por favor, véndeme un kilo que tengo un encargo!”. Pero el gordito fue inclemente, él tenía un restaurante y sin harina no había ni quiches ni postres ni bechamel. Marisol, desesperada, trató de recordar cómo era eso de seducir a un hombre, estaba dispuesta a entregar su cuerpo cansado aunque fuera por los 600 gramos necesarios. Su honra se salvó gracias a un oportuno mensaje de texto: “En el Lubevras de El Marqués llegó azúcar”.
Ante el brillo en la mirada de la sensual señora, el chef le extendió el paquete de harina como gesto de buena voluntad: “Se lo cambio por el dato”.
Qué Dios la perdone, Marisol se enjugó las lágrimas, tomó el paquete de harina con una sonrisa angelical y mandó al gordito al otro lado de la ciudad: “Acaban de recibir un cargamento de azúcar en el Mercal de El Paraíso”.
No había tiempo que perder, Marisol, escondiendo el paquete de harina en su cartera - peligroso ostentar semejante tesoro-, corrió a la avenida Río de Janeiro y se montó en una mototaxi. Sintiendo la muerte cerca cada vez que el motorizado se colaba entre autobuses, intentaba pasar camiones, o se comía una luz, lejos de asustarse, a Marisol se le subía más la adrenalina, y evocando a la chica ochentosa que alguna vez fue, gritaba: “¡Dale chola que pa’ luego es tarde!”.
Llegó justo a tiempo, todavía quedaba azúcar, y entre una avalancha humana, Marisol se hizo del último saco de cinco kilos del escaso cristal. No encontró huevos, los compraría a los buhoneros, pero aprovechó para hacer otras compras a pesar de codiciosas miradas a su carga. En la cola para pagar, Marisol se dio cuenta de que se le había olvidado el arequipe, corrió a buscarlo dejando el carrito abandonado por unos segundos, cuando regresó, sintió que el mundo se le desmoronaba: el guacal de azúcar había desaparecido.
Habló con seguridad, expuso su caso, pero todo fue inútil, que a uno le saquen la comida del carrito del mercado no es un delito tipificado en el código penal. No hubo búsqueda, ni cateo, ni requisas. Y mientras Marisol esperaba derrotada un taxi, pasó una pick up tocándole dos cornetazos. Marisol juró oir la voz del chef gordito exclamando: “¡Azúcar!”.
Ilustración Rogelio Chovet.
3 comentarios:
marido: sabes tengo hambre
mujer: ahhhhh friete un huevo...
marido: ..y por que no te freí una teta!! vieja con.....!!
¿Ese no era un chiste de Alvarez Guédez?
Me hizo reir mucho el articulo de azucar, le lei hace unas dos semanas . muy bueno
Gaby
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