sábado, 5 de abril de 2008
Pasajera Secundaria
“Secundary!”, gritó la enorme funcionaria del aeropuerto La Guardia en Nueva York cuando se dio cuenta de que entre los pasajeros del vuelo a Chicago había una con pasaporte extranjero. Quienes hacían la cola para que les revisaran el equipaje de mano, voltearon a verme con recelo como si estuvieran frente a un enemigo en potencia.
En cuestión de segundos apareció otra funcionaria más grande todavía, de guantes blancos y con cara de pocos amigos. Me pidió que la acompañara. Después de requisarme hasta los huecos de la nariz, se tomó su tiempo para revisar mi cartera abriendo pinturas de labios, oliendo remedios. Como cualquier ironía en voz alta me llevaría a un calabozo, pensé con una sonrisa que debió parecer sospechosa: “¡Qué suerte que no traje como lectura de vuelo la novela Terrorista de John Updike!”.
La lectura de vuelo la compré al lado de la puerta de embarque: la revista People y el New York Times. Como los despegues me ponen nerviosa, comencé por la publicación de farándula, y aparte de los secretos de los mejores cuerpos de Hollywood, leí la reseña de la película Stop Loss de Kimberly Peirce. Dicen que es buena, trata sobre la dificultad de un excombatiente en la guerra de Irak (Ryan Phillippe) para adaptarse a la vida cotidiana de su pueblo. Sin embargo, no promete ser un éxito en taquilla: al público norteamericano actual no le gusta ver películas sobre guerras en curso.
Una vez alcanzada la altura deseada, el piloto desactivó el aviso de los cinturones de seguridad y saludó a los pasajeros, en especial, a un grupo de militares de vacaciones: “Gracias por defendernos”. Todos los pasajeros aplaudieron. Me pregunto cómo sería esta escena en un vuelo venezolano.
Es hora de abrir el NYT. La guerra de Irak tampoco favorece a los periódicos, la censura oficial es más que susceptible con la información que da la prensa. Pero se cumplieron 5 años de comenzado el conflicto bélico y el diario neoyorquino da una lista de las bajas norteamericanas, que hasta el momento, llegan a cuatro mil (no encuentro por ningún lado cuántos iraquíes muertos van). Varias páginas con minúsculas fotos tipo carnet son el homenaje póstumo a estos soldados, que a diferencia del personaje de Ryan Phillippe, no tuvieron la oportunidad de regresar a su pasada cotidianidad. Casi todos eran jóvenes, en esa sabrosa edad en la que se debería estar en la universidad, tomando cervezas, enamorándose. Los había de todas las razas, de diferentes orígenes. Me llama especialmente la atención el rostro de una muchacha de 19 años, se llamaba algo así como Shajeeza, de flequillo castaño que le cubría media cara como a una Verónica Lake negra. Parecía la hija feliz de la amargada funcionaria que me requiso en el aeropuerto, tenía un brillo en la mirada y una sonrisa tan amplia que inspiraba alegría de vivir.
El NYT también reseñó algunas historias de vida de soldados recién muertos en combate, entre ellos un bloguero de 22 años, quién, días antes de morir, se preguntaba en My Space qué diablos estaba pasando con la sociedad norteamericana más preocupada en comida chatarra y en las desventuras de la cantante Britney Spears, que en las desgracias en el mundo. Pero la mayoría de las historias de vida hablaban de muchachos sin tantas complicaciones existenciales, jóvenes que luchando en una guerra que no terminaban de entender, sólo tenían un sueño: regresar a casa.
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