La tarde se pintaba sensacional, había hecho de todo para que así fuera: terminé el artículo que debía entregar y conseguí quien me trajera a mi chamo de una fiesta. Tenía la tarde libre para ver una película del Festival de Cine Francés. Escogí Mi mejor amigo con Daniel Auteuil a las 4:45 en el cine Trasnocho, no era la que más me entusiasmara pero era la que tenía el horario perfecto para aprovechar que esa noche bautizaban en el lounge del Trasnocho el libro de Roberto Echeto: “Barry White no es el único que sabe de amor”.
Salí de mi casa a las 3:30, quizás algo temprano pero nunca se sabe cuánto se puede tardar para llegar al Paseo Las Mercedes. Puse el CD de homenaje a Andrés Calamaro y cantando con los Fabulosos Cadillacs: “Soy vulnerable a tu lado más amable, soy carcelero de tu lado más grosero…”, al ver que la cola de la principal del Country no era tan larga, sentí que sin duda estaba rumbo a la perfecta velada cinema-literato-social.
Media hora después, cuando Los Pericos le rogaban a La Flaca que no le clavara sus puñales por la espalda, me comenzaba a impacientar: apenas había avanzado unos metros, ni siquiera había llegado al semáforo de la avenida Francisco de Miranda, seguro la culpa la tenía un fiscal inepto dirigiendo una esquina. Pero no había un fiscal, sino decenas de ellos, y el tráfico cada vez más lento. Quizás estarían pavimentando una calle, o hubo un choque. Algunos conductores comenzaban a hacer maromas para devolverse, pensé que apenas pasara la causa del embotellamiento el tráfico fluiría, pero menos de una cuadra después, a la altura de Mc Donald en El Rosal, cuando ya eran las 4:30 y a Calamaro lo homenajearon quienes lo tenían que homenajear, me di cuenta que a mi esa tarde no me tocaba ni Daniel Auteuil ni Barry White; y haciendo una maniobra en el estacionamiento de un banco, dí la vuelta en U.
Llamé por el celular a mi amiga Beatriz para decirle que se me cayó el programa del Cine Francés, que yo misma iría a buscar a mi niño a la fiesta. Ella fue quien me contó que había un apagón desde las 4 de la tarde y Caracas colapsó. Ya estaba en la fiesta, mejor se traía al niño cuando pasara el tráfico. Entonces fue cuando me fijé que los semáforos no servían, que los locales comerciales estaban a oscuras y decenas de personas se aglomeraban a las puertas de los edificios de oficinas en la avenida Tamanaco.
Prendí la radio en 99.9 a ver qué decía Pedro Penzini Fleury, pero no estaba el padre sino el hijo, Pedro Penzini López, contando que la electricidad se había ido en casi todo el país, que aunque no se tenía información oficial, se decía que fue un problema en la Represa del Guri, que no tardarían en solucionar.
Pedro Enrique, como lo llamo yo, es amigo mío desde la época en la que bailábamos All night Long de Lionel Ritchie en La New York, y no me ponía tan brava con él desde aquel día en el que me convenció de que me cortara el pelo a lo Rudy Rodríguez en Niña Bonita, como oyéndolo aconsejar a quienes estábamos atorados en el tráfico que nos “orilláramos”, paráramos el carro en donde pudiéramos, y esperáramos que el caos pasara tomándonos un café.
¡Qué más habría querido yo que salirme del carro! Dejarlo estacionado en cualquier lado e irme caminando a dónde fuera a tomarme un marroncito sabrá Dios con que electricidad. Pero la avenida Tamanaco era un enorme estacionamiento donde los carros no se movían. Ni siquiera las motos tenían espacio para pasar.
Traté de llamar a mi hija, a mi casa, a mi esposo, pero ninguna llamada caía. Apagué el carro, y sólo lo prendí de tanto en tanto cuando la cola avanzaba apenas unos centímetros. Comencé a sentir que me estaban saliendo telarañas, me consolé pensando que nadie se hacía viejo metido en el tráfico, algún día llegaría a mi casa y estaría un vodka esperando por mí, ¿cómo no recordar la Autopista del Sur de Julio Cortázar en la que el tiempo parece paralizarse en una monumental cola entrando a París ? Menos mal que siempre llevo un libro conmigo, leí el capítulo de la biografía de Robert Capa sobre las andanzas del célebre fotógrafo en la Guerra Civil Española, lamenté no haber traído mi cámara en la cartera, tremendas fotos habría tomado: la del hombre desolado asomado a la ventanilla del autobús, la de la muchacha quitándose los tacones para seguir caminando, la del motorizado llevando como parrillero a un joven cubriéndose con una camisa blanca su cabeza ensangrentada, la de la multitud de personas bajando por las escaleras de emergencia de la Torre Europa. Con mi celular tomé algunas fotos para esta crónica. A las siete y media por fin llegué a mi casa, la luz en La Florida sólo se fue por media hora (en muchas partes de Caracas llegó casi a las 7, en el resto del país tardó más). Mi hija, pensándome en el cine, me preguntó qué había visto. Sirviéndome el vodka cuya ilusión sirvió para mantenerme cuerda, le contesté: “El apagón… espero que no sea la primera película de muchas por venir”.
3 comentarios:
Ay amiga.
A mí me agarró con un pie en el pasillo y otro en un ascensor al que afortunadamente no me subí. Yo si cargaba una cámara, por suerte. Dejé cuenta de ello -como no hacerlo- en mi blog.
Cuando llegué a mi casa 2 horas después de salir de Chacao, mi hija me dijo: yo sabía que te ibas a sentar a escribir.
A mí de casualidad no me agarró en el ascensor, habría sido preferible porque en menos de media hora el conserje me habría rescatado, pero en la Avenida Tamanaco me tomó casi 4 horas de tranca.
A mi me agarro en mi clínica, los pasillos quedaron a oscuras y solo quedaron prendidas las planta de emergencia para areas criticas tales como emergencia, terapias intensivas de adultos, pediatricas y neonatal , en los quirofanos y en los asecensores de la clínica. Afortunadamente y gracias a estas maravillosas plantas electricas de emergencia ningun paciente corrió peligro.Pero ustedes creen que todos los hospitales y clínicas de Venezuela tienen dichos recursos? Se imaginan cuantos bebés y adultos debieron ser ventilados con ambú por varias horas ya que los ventiladores para mantenerlos vivos , quizás fallaron en lugares remotos?
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