Los vaqueros gays no fueron los únicos en romper parámetros cinematográficos el singular año 2005, otro de los grandes mitos que se vino abajo fue creer que no hay nada más fastidioso que un documental sobre los hábitos de los animales. Gracias a dos excelentes filmes, La Marcha de los Pinguinos y Grizzly Man, millones de espectadores vieron en pantalla grande lo que a pocos se les habría ocurrido sintonizar en pantalla chica: la odisea de una tribu de pinguinos en la Antártida para procrearse, y la vida de los osos salvajes en una reserva natural en Alaska.
Pero más allá de la devoción que reflejan los directores de ambos filmes por sus protagonistas, La Marcha de los Pinguinos y Grizzly Man son muy diferentes entre sí: mientras la primera es una dulce historia de amor sobre las vicisitudes que pasan año tras año los pinguinos emperadores para no extinguirse; la segunda es el dramático destino de un hombre que se atrevió a desafiar las leyes de la vida salvaje.
En La Marcha de los pinguinos la cámara es un testigo discreto, incapaz de intervenir o cuestionar los designios de la naturaleza. Luc Jacquet, director francés que siguió el recorrido de los pinguinos durante un año en la Antártida, es biólogo de profesión y cineasta por azar(comenzó a los 24 años contestando un aviso clasificado que buscaba a un biólogo que supiera manejar a una cámara). Como biólogo Jacquet sabía los límites a los que podia llegar en su relación con los animales, sabía que la proximidad del humano podia costarle la vida a cientos de polluelos. Su lema era: “si quieres dominar a la naturaleza, debes obedecerla”. Gracias a este sometimiento logró llevar al espectador através de las heladas tierras del fin del mundo, siguiendo los pasos de sus únicos habitantes que caminan durante semanas hasta encontrar el lugar adecuado para aparearse y garantizar la subsistencia de su especie. Y ése es sólo el principio. El final lo vimos en la entrega del Oscar del año 2006 cuando los productores recibieron el galardón al mejor Documental del Año engalanados de pinguinos.
No corrió la misma suerte Timothy Treadwell, el conservacionista amateur que pasó trece veranos conviviendo con los osos salvajes del parque Katmai en Alaska: quiso ser parte de sus vidas haciéndose amigo de las feroces bestias y terminó siendo devorado por una de ellas. Sin embargo, Treadwell dejó como legado más de cien horas de filmación que le fueron entregadas al cineasta alemán Werner Herzog, el mismo de Fitzcarraldo, y de ahí nació Grizzly Man, un testimonio único sobre las terribles consecuencias del hombre que se trata de igualar a la naturaleza.
Treadwell era el eterno Peter Pan, el niño que se negó a crecer, el que su devoción a los osos hacía que a los cuarenta años durmiera abrazado a su osito de peluche . Se sentía prededestinado a ser su protector. Nadie como Herzog para narrar en la gran pantalla sueños de grandeza que terminan destruyendo al soñador, porque Grizzly Man más que una historia de osos es la de un hombre que quiso a como diera lugar ser su mejor amigo. Pero a diferencia del pana de los pinguinos, Treadwell no acató a la naturaleza, la cuestionó, la desafió, la retó, y terminó pagando las consecuencias.
Publicado en el año 2006 en el suplemento de la Fundación Tierra Viva.
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