jueves, 18 de noviembre de 2010

La magia de Cape Cod


¿Terminamos convirtiéndonos en nuestros padres? es el tema de El Verano Mágico en Cape Cod (Alfaguara-2010) del escritor norteamericano Richard Russo -Premio Pulitzer 2002 por Empire Falls- novela deliciosa de leer gracias a su fino sentido de la ironía que a veces deja riendo a carcajadas y a veces es como una espinita que duele en algún lado.
La magia de Cape Cod comienza con el escritor Jack Griffin rumbo al matrimonio de una amiga de su hija en Maine, en la maleta del carro lleva las cenizas de su padre quien tiene un año de haber muerto inesperadamente. A los 56 años a Jack le cuesta desprenderse de su pasado en más de una manera. Su esposa Joy se lo dice, pero él piensa que exagera, por eso no llegan juntos al matrimonio, Jack pretende esparcir las cenizas de su padre en algún lado de los Cod, el único lugar donde se podría decir que vivieron en familia algo parecido a la felicidad.
No es que Jack tuviera una infancia trágica como la de los sufridos niños de las novelas de Charles Dickens, nada material le faltó, sólo el afecto de sus papás, una pareja de académicos egresada de una gran universidad, quien al casarse les fue imposible conseguir como profesores los puestos para los que se sentían preparados. Quizás cada uno por su lado habría conseguido una buena cátedra en una institución Ivy League, pero juntos solo consiguieron trabajo en una mediocre universidad en el "mid-fucking-west".
Y en el "Mid-fucking-west" nació y se crió Jack, aunque a sus padres definitivamente no les interesaban los niños, tuvieron un hijo casi que como una obligación, un trámite, porque era de esperarse en los años 50 que todo matrimonio tuviera aunque fuera un hijo, y los Griffin, en el fondo, eran tan clase media como cualquiera. Por eso disfrutaban sus vacaciones de verano, escogiendo todos los años algún lugar distinto en las playas de Cape Cod, las casas vacacionales para los padres de Jack se dividían en dos: aquellas que no podían costear, y aquellas que ni que se las regalaran.
Si bien solían alquilar el tipo de casa de "ni que se las regalen", haciendo retrospectiva de su infancia Jack siente que a sus padres solo los vio dichosos en los Cod. Jack también vivió el momento más feliz de su infancia cuando un verano la familia vecina lo adopta como uno de los suyos, una de esas familias tradicionales en la que el papá juega pelota con los muchachos mientras la mamá prepara picnic para un batallón.
Al principio los padres de Jack se sienten incómodos ante la amabilidad de los vecinos, pensaban que estarían esperando retribución: "Con tal de que no nos pidan una noche que les cuidemos a sus hijos", pero al darse cuenta de que era un afecto desinteresado, simplemente dejaron que el niño hiciera lo que quisiera así no lo tendrían molestando: "¿Cuándo nos vamos para la playa?".
Pero como escribió Tolstoi: cada familia es infeliz en su manera particular, y los vecinos de Cape Cod tenían su cruz con una niñita enferma. Muchos años después pensando que había logrado lo que a la mayoría se le escabulle: una feliz vida familiar, Jack se arriesga a perderla ante el legado de esnobismo de sus padres, un esnobismo que le es cada vez más difícil disimular.
Solo asumiendo que sí, tarde o temprano terminamos convirtiéndonos en nuestros padres, encontrará Jack el camino a la redención.

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