A Joaquín lo conocía de toda la vida, era compañero de colegio de mi primo, 5 años mayor que yo. Entre los 10 y los 15 años es una diferencia abismal, otra categoría.
Mi primo y su pandilla eran como dioses menores, me ponía roja y balbuceaba si a las divinidades se les ocurría dirigirme la palabra. Habría podido jurar que Joaquín jamás se fijó en la primita de su amigo que junto con un enjambre de muchachitas, los espiaban mientras fumaban escondidos oyendo Ofrenda de Vitas Brenner.
Joaquín era tan inalcanzable como David Cassidy, el actor de La Familia Patridge, a quien se le parecía.
Mi primo y su pandilla eran como dioses menores, me ponía roja y balbuceaba si a las divinidades se les ocurría dirigirme la palabra. Habría podido jurar que Joaquín jamás se fijó en la primita de su amigo que junto con un enjambre de muchachitas, los espiaban mientras fumaban escondidos oyendo Ofrenda de Vitas Brenner.
Joaquín era tan inalcanzable como David Cassidy, el actor de La Familia Patridge, a quien se le parecía.
"Deja que crezca", me prometí, "Joaquín se va a fijar en mi".
Pero crecí y Joaquín no se fijó en mí, como Caracas es un pueblo seguimos coincidiendo de manera casual, imagino que reconocía a la muchachita que se ponía roja cuando lo veía porque me saludaba cariñoso, pero jamás tuvimos siquiera una conversación, no sé si sabía cómo me llamaba.
Esa amable distancia en la que nos cruzamos en la vida no fue por lo que me sorprendió cuando una mañana en Facebook me fue sugerido como amigo, ya que con algo más de la mitad de mis contactos nunca he tenido una conversación que pase de un saludo y de un "qué jodida está la vaina"; y aunque no me gusta aceptar a desconocidos, tengo contactos en Facebook a quienes no conozco sino de referencia, nunca les he visto la cara.
Entonces, ¿por qué dudar en invitar en Facebook a este amor platónico, con quien tengo 70 amigos en común? Por la sencilla razón que el guapo Joaquín murió en un accidente de tránsito hace casi dos años.
Joaquín no tenía control de seguridad en Facebook, entro en su perfil y veo fotos de toda una vida que me perdí: paseos, vacaciones, amigos, hijos; los momentos felices con los que se va llenando la red social. Sus panas no lo olvidan, le escriben mensajes, le dedican canciones, lo recuerdan en su cumpleaños, lo siguen taggeando, le repiten una y otra vez cuánta falta les hace.
Este flechazo de infancia no es el único caso, tengo entre mis contactos unos cuantos difuntos para quienes la vida sigue en Facebook. Los portales de quienes han muerto se convierten en especie de altares como cruces en las carreteras, ya no se lleva flores a las tumbas, ahora se escribe en el Wall.
Recientemente salió un artículo en El País sobre el tema, no es fácil borrar a un difunto en Facebook gracias a que algunos bromistas reportaban a usuarios como fallecidos, se eliminaba la cuenta, y después no había quien los reviviera. Ahora para eliminar el perfil de un muerto se debe presentar un certificado de defunción o un obituario en la prensa.
Para serles franca no sé qué pensar de estos perfiles que sobreviven a quienes ya no están en este valle de lágrimas, la cínica que hay en mí no puede evitar ver la carga de morbo, pero también es fácil comprender que el dolor de la muerte de un ser querido es incuestionable y una pizca de consuelo a veces se encuentra en los lugares más inesperados.
Dicen que Facebook da una alternativa, nunca la he visto: In Memorian, donde se montan fotos y se escriben mensajes a los difuntos y a sus familiares. Esta solución es más lógica que el perfil de Facebook sobreviva, demasiado triste que la red social sugiera la posibilidad de por fin ser amiga de Joaquín, más allá de su muerte.
*Así como la foto no es de Joaquín sino de David Cassidy, Joaquín tampoco es Joaquín, cambié el nombre por respeto a su familia.
*Así como la foto no es de Joaquín sino de David Cassidy, Joaquín tampoco es Joaquín, cambié el nombre por respeto a su familia.
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