Cuando lo vi llegar supe que no debí dejarlo solo con sus hermanas. El
pequeño Ozzie apenas tiene cinco años, una esponja para absorber todo tipo de influencias perniciosas.
No velar por él en una de las piñatas anuales que realiza la tía
Paulina para celebrar la visita de sus nietos franceses, más que una
imprudencia, era una temeridad. Pero después de un mes de vacaciones
escolares, una tarde libre de niños me caía de perlas. Y aunque a mi
instinto maternal le sonaba una inquietante alarma, vestí a mis tres
muchachitos para que no deslucieran, los monté en el carro y a las cuatro de la
tarde los dejé bajo un arco de globos negros y blancos, rogándoles:
- Pórtense bien, saluden,
cuando se despidan den las gracias, y no le quiten el ojo de encima a su hermano.
Evocando aquella tarde en perspectiva,
nunca imaginé que las ocurrencias de la tía Paulina tuvieran un brazo de tan largo alcance. ¿Por qué mi tía no
puede ser como el resto de las abuelas modernas que le celebran a sus nietos
piñatas con colchones, payasitas y carritos de perros calientes? ¿De dónde
habrá sacado teorías subversivas como regresar a la sencillez de las piñatas
tradicionales con merienda y cotillón hechos en casa? Sobre todo, ¡oh Zeus!,
¿quién le habrá metido en la
cabeza eso de dejar volar la
imaginación infantil?
Y si suspiran nostálgicos dándole a mi excéntrica tía la
razón, es porque no mandaron a un tierno niño a una piñata, recibiendo tres
horas después a un enano sucio con voz ronca, respiración entrecortada y una bolsa negra de basura fungiendo de capa,
clamando con una vara agarrada
firmemente con las dos manos:
- No soy Ozzie, soy Darth Vader.
¡Nooo! Mi dulce criatura se contagió esa tarde azul de agosto de la
fiebre de La Guerra de la
Galaxias y optó por
el lado oscuro de la fuerza.
Llamadme ingenua, ignorante, optimista,
pero hasta entonces pensé que mi familia era inmune a semejante mal. Confiaba que tal
aberración intergaláctica debía ser genética o hereditaria, hasta ahora mis
hijas mayores habían sido indiferentes
a las aventuras de la familia
Skywalker. No tenían de dónde heredarlo, su padre tiró la toalla hace 28 años
con la primera película:
- Demasiado enredada.
Y
aunque yo traté de ser consecuente con la saga de ciencia ficción, me perdí la última entrega: La venganza del Sith, porque duró poco en cartelera nacional. Por eso pensé que esta
fiebre galáctica era un fenómeno
geopolítico: en Venezuela la serie de George Lucas nunca tuvo el
éxito de los Estados Unidos donde sus fans hacían días de cola vestidos de
personajes de cualquiera de las
dos trilogías para asistir al estreno.
Así
que cada vez que el pequeño Darth le daba con la vara a una de sus hermanas
como si fuera un potente halo de luz roja, les pedía paciencia, esta extraña afección pronto se le pasaría.
Pero cuando pasaron los días y el pequeño Darth no se quitaba su capa negra ni para dormir, decidí tomar
cartas en el asunto, cortar el problema de raíz, y fui a video Color Yamín a alquilar la primera de
las trilogías.
Compréndame, estaba desesperada, pensé que una sobre dosis de batallas galácticas en
pantalla chica harían que el niño se fastidiara de defender el Imperio. Recordé que mi primer acercamiento con la trilogía de Lucas, aunque memorable, no fue afortunado, y si lo recuerdo
como si hubiera sido ayer no es
por los efectos especiales, ni por el debut como galán de Harrison Ford, sino
porque con La Guerra de las Galaxias entró la tecnología en mi vida.
II
Debió ser el año 1977, todavía no había cumplido catorce años aquel atardecer en el que papá apareció en casa acompañado de un joven flacuchento llamado Jorge cargando entre los dos una gran caja. Papá esperó a que estuviera toda la familia reunida para anunciar:
- Esto es un Betamax. De ahora en
adelante se acabaron las novelas y las comiquitas en esta casa. Aquí sólo se
verán estrenos.
Celebramos
entusiastas como se celebran las sorpresas, aunque mamá, mis tres hermanos y yo no comprendíamos muy bien las virtudes del aparato ese. Y mientras Jorge se sumergía en un nudo de cables para conectar el Betamax
al televisor, en nuestro estudio
iban apareciendo familiares,
amigos y vecinos avisados que en
casa de los Villanueva llegó el progreso.
Quizás
tanta alharaca por un video reproductor hoy suene exagerado, pero aquellos que
nacieron viendo televisión en colores y con el mundo al alcance del control remoto no pueden imaginar
lo que representó para la generación que crecimos viendo Perdidos en el Espacio
en blanco y negro, aquel extraño artefacto, parecido a un gigantesco
grabador, donde cabía el pasado,
el presente y el futuro del cine.
A las siete y media en punto, Jorge anunció la segunda sorpresa de la
noche: estrenaríamos nuestro
Betamax con la película más taquillera del momento en los Estados Unidos. Uno
de esos filmes que dentro de treinta
años todavía daría de que hablar: Star Wars, o como se le empezaba a llamar en español: La guerra de las
galaxias.
Preparadas las cotufas, servidas las
coca colas, apagadas las luces, aproximadamente veinte corazones palpitaban acelerados cuando el joven técnico, cual prestidigitador, le
dio a un botoncito que decía Play, y a los pocos segundos en nuestra Sony de 25
pulgadas se oyó la banda sonora más espectacular de la historia del cine presentando el capítulo IV, en el que las fuerzas rebeldes dan un rudo golpe al Imperio.
A
pesar de que la película estaba en inglés, y ninguno de los niños presentes lo
hablábamos, se oyeron vítores y
aplausos. ¿Cuánto inglés se necesita
para entender que la princesa Leia estaba en problemas y sólo contaba con los
androides C-3PO y R2-D2 para ayudarla? Pero al poco rato comenzaron los cuchicheos, risitas, bostezos y
hasta algún ronquido. Antes de las nueve de la noche, agotada la novedad,
nuestros invitados se fueron
despidiendo: mañana hay colegio, tenían trabajo, no se podían perder “La señora
de Cárdenas”. Cualquier excusa era buena: Star Wars era un
fastidio.
Meses
después, viéndola en el cine
Florida, La Guerra de las Galaxias se reivindicó
en mi corazón adolescente. Con subtítulos y en pantalla grande, la película de
Lucas fue una de las experiencias
cinematográficas más emocionantes de mi vida. Hoy, en el año 2005, recordando la diferencia entre verla en
cine y verla en televisión, pensé que
el pequeño Darth si se enfrentaba a La Guerra de las Galaxias
en pantalla chica, guindaría
su capa antes del tercer “la fuerza esté contigo”.
¡Qué equivocada estaba! No sólo el pequeño Darth, sino también el resto de la familia nos enganchamos con la trilogía de Lucas con la misma emoción de si la estuviéramos viendo en pantalla gigante por primera vez. ¿Qué diablos pasó? Mi televisor no es pantalla plana ni mucho más grande que el que tenían mis padres. ¿Cómo La Guerra de las Galaxias lejos de verse obsoleta se ve mejor que hace 28 años?
¡Qué equivocada estaba! No sólo el pequeño Darth, sino también el resto de la familia nos enganchamos con la trilogía de Lucas con la misma emoción de si la estuviéramos viendo en pantalla gigante por primera vez. ¿Qué diablos pasó? Mi televisor no es pantalla plana ni mucho más grande que el que tenían mis padres. ¿Cómo La Guerra de las Galaxias lejos de verse obsoleta se ve mejor que hace 28 años?
La respuesta me llegó violenta
como una visión en la escena final del Retorno del Jedi, el capítulo VI, cuando los fantasmas de Yoda, Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker
celebran el triunfo del bien. ¿Cómo explicar la presencia del joven actor Hayden Christensen (Anakin), protagonista de los capítulos I, II y
III, nacido en 1981, en una
película estrenada en 1983? A menos que realmente creamos en el poder de la fuerza, sólo una respuesta
era posible: ¡El viejo zorro
George Lucas le metió la mano a la
versión para DVD!
Lucas no sólo usó los avances en la tecnología digital modernizando los efectos especiales de la versión para DVD,
sino que además modificó el
guión original para que hubiera concordancia dramática entre las dos trilogías. Semejante sacrilegio no
se lo perdonan los puristas de La Guerra de las Galaxias, ¿cómo se le ocurre a
Lucas retocar una obra maestra? Pero ese no es el caso de nuestra familia, como
hace 28 años, bienvenido sea el progreso.
Así que queda pequeño Darth para rato. Y dos princesas Leias...
por lo menos hasta la próxima piñata de
la tía Paulina.
Esta crónica la escribí en el 2005, publicada en Nojile con ilustración de Rogelio Chovet, desde entonces, el Pequeño Darth colgó la capa negra.
Esta crónica la escribí en el 2005, publicada en Nojile con ilustración de Rogelio Chovet, desde entonces, el Pequeño Darth colgó la capa negra.
1 comentario:
Excelente! me pareció muy bueno...
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