domingo, 29 de enero de 2012

Las vicisitudes de la ciudadana Isabel


Sorprende la cifra de jóvenes venezolanos que no se han inscrito en el Registro Electoral, se habla de millones, quizás porque esta generación creció en el maní revolucionario y aunque hoy cientos de muchachos participan en movimientos estudiantiles, también hay los que sienten que el status quo del país es asunto de viejos, que qué fastidio, que un voto más o un voto menos no gana elecciones.
Por eso mientras tienen 17 años, cuando todavía los padres tenemos cierta potestad, no está de más darles un empujoncito, por ejemplo, llevándolos a que se registren en el Consejo Nacional Electoral como quien los lleva a comprarse zapatos nuevos. Lo hice hace tres años con mi hija mayor, Camila, entonces había un operativo en la estación de Metro en Chacaíto, una mañana la monté en el carro, nos estacionamos en Beco, bajamos a la estación de Metro, y en menos de cinco minutos Camila estaba registrada para votar en una escuela a una cuadra de donde vivimos.
Meses después, votó en sus primeras elecciones para escoger a los miembros de la Asamblea Nacional, y hasta fue secretaria de mesa.
Este año le tocaba inscribirse a su hermana Isabel, pan comido, quería ir con unas amigas pero su papá prefirió llevarla para cerciorarse de que se inscribiera donde es: "Los ven inocentones y los ponen a votar bien lejos". De nuevo el CNE habilitó registros electorales en las estaciones del Metro de Caracas, pero cuando Isabel y su papá llegaron confiados a Chacaíto, les informaron que en esa estación este año no había operativo, que trataran Sabana Grande o Plaza Venezuela.  
 "Tengo demasiado trabajo para estar perdiendo el tiempo" renunció su padre a dar el empujoncito, a la Ciudadana Isabel esto de los trámites nunca le ha sido fácil, fue un parto sacarle la cédula cuando tenía nueve años, le correspondía a la madre esta vez.
¡Tan fácil que fue inscribirme en el Registro Electoral a principios de los años 80! Mis papás ni se enteraron cuando lo hice, cumpliendo 18 años me fui caminando al centro electoral que quedaba a pocos metros de mi casa, me anotaron en un cuaderno, y a partir de entonces siempre he votado en el mismo  liceo de Chapellín. Y como Camila tampoco tuvo complicación para registrarse, nos la tomamos con soda Isabel y yo, dándole largas, hasta que el padre de familia nos recordó que esa semana de diciembre terminaba el plazo para el operativo de registro electoral, si seguíamos así, Isabel se iba quedar sin votar en las próximas elecciones presidenciales.
 Sin mucho apuro, la mañana del lunes salimos Isabel y yo a que se registrara en la estación de Metro Plaza Venezuela, estaba en examenes trimestrales pero las materias de esa día las había eximido. Una vez en el carro se me ocurrió preguntarle:
"¿Trajiste la cédula?" sabiendo lo despistada que puede ser mi hija del medio.
"Dahhhh, ¿tú crees que soy boba?", me contestó al mejor estilo adolescente.
El carro no se movía, debimos salir más temprano, no tomé en cuenta el tráfico pre-navideño. Y como en la página web del CNE aparecían los centros de registro electoral pero no los horarios, temiendo que cerraran a la hora de almuerzo, preferí regresar a casa y esperar a primera hora de la tarde, lo suficientemente temprano por si trabajan en horario corrido.
Esta vez trataríamos llegar a la Estación Sabana Grande. Dejé el carro a un lado de la iglesia El Recreo, si no había operativo, caminaríamos hasta la de Plaza Venezuela.
A las dos de la tarde el estand del CNE en Sabana Grande vacío, un empleado del Metro me dijo que de repente las muchachas venían en la mañana, pero que mejor tratáramos en Plaza Venezuela que siempre estaban ahí. Tampoco tuvimos suerte, encontramos el estand de Plaza Venezuela tan vacío como el de Sabana Grande. Esa tarde solo nos rindió para pasear por el boulevard.
Al día siguiente fui a buscar a mi hija al colegio al finalizar el examen de Literatura, la llevaría a la Estación Bellas Artes estacionando el carro en el aledaño Teatro Teresa Carreño, pero oh casualidad, el Comandante Chávez estaba en el teatro con no sé que acto, y los soldados de su guardia tenían bloqueado el estacionamiento.
Intenté Colegio de Ingenieros, la cola para estacionar le daba la vuelta a la cuadra. Regresábamos derrotadas, habría que llegar en Metrobús, cuando me fijé que en la Avenida La Salle había un estacionamiento mecánico con el carteloncito: "Hay puesto".
Tras caminar tres cuadras largas, poco antes del mediodía, llegamos a la estación del Metro Plaza Venezuela, los empadronadores del Registro Electoral estaban ahí, había unos cuantos muchachos  inscribiéndose, hoy era nuestro día, o así pensaba cuando con horror me fijé que Isabel venía con las manos vacías. La voz me tembló al preguntarle:
"Isabel, mi vida, supongo que habrás traído la cédula".
"Uuups, la dejé en el morral en el carro", me contestó al borde de las lágrimas.
No había tiempo de hacer una escena, salí corriendo, tres cuadras largas de regreso al estacionamiento mientras la Ciudadana Isabel se quedaba haciendo la cola. A pesar del vértigo, subí con el parquero por el ascensor del palomar hasta llegar al carro y al buscar en el morral, la cédula nada que aparecía.
Tres cuadras largas de regreso iba pensando: "ojalá que se la hayan robado porque si la dejó en la casa, la mato".
Por supuesto que la había dejado en la casa.
El castigo fue que al día siguiente se perdería el desayuno de fin de año con sus compañeros de escuela, nos quedaba un día para volverlo a intentar, a la tercera va la vencida, ese miércoles salimos más temprano, cuando llegamos a la Estación Plaza Venezuela a las 10 y media, el estand del CNE estaba vacío.
A punto de un ataque de histeria, de lanzarme al piso a patalear, nos informaron que del otro lado de la estación era que estaban registrando a los muchachos, el mismo estand al que habíamos llegado el día anterior, del lado oeste, solo que esa mañana la cola de chamos por inscribirse en el Registro Electoral salía de la estación.
A pesar de que solo había un empadronador, no tardamos más de una hora en salir con el papelito que acreditaba a la Ciudadana Isabel en el Registro Electoral en el mismo centro de votación de su hermana. Además de los muchachos que fueron a inscribirse, también había adultos que deseaban cambiar de centro de votación. Detrás de nosotras: una señora con su hija, como suele suceder en las colas largas, a los pocos minutos ya éramos mejores amigas, nos contaron que venían del sureste de la ciudad: "Por ese lado no hay donde registrarse, nos ha costado hacerlo, ayer en la estación de Los Dos Caminos no había nadie, pero si no lo logramos hoy, la llevo hasta el mismo CNE del centro pero esta muchacha no se queda sin votar".
Isabel cumple 18 años a mediados de 2012, en octubre podrá ejercer por primera vez su derecho al voto en las elecciones presidenciales, esperemos que esta vez no deje la cédula.
El operativo de registro electoral se reinició en enero, para las elecciones presidenciales el 7 de octubre podrán votar aquellos jóvenes que hayan cumplido 18 años hasta el día anterior, tomen sus precauciones para que no pasen por las vicisitudes de la Ciudadana Isabel.

miércoles, 25 de enero de 2012

Entrevista imaginaria a Oscar Wilde (1984)

Coloquio sobre Salomé
Lugar: Café Deux Magots
Fecha: Enero de 1984.
Participantes por estricto orden alfabético: Adriana Villanueva y Oscar Wilde.

Entre mis pertenencias más preciadas está la Enciclopedia de la Magia y las Ciencias Ocultas, para hacer este trabajo tuve que echar mano a ella para invocar al dramaturgo inglés-irlandés de fines del siglo XIX Oscar Wilde, quería saber su opinión con respecto a la versión en ópera que hiciera el músico alemán Richard Strauss de su obra Salomé·.
¿Qué mejor lugar de invocarlo que el Cafe Deux Magots en París? París fue la ciudad adoptiva de Wilde, en ella pasó sus últimos años y escribió Salomé en francés aún sin dominar el idioma. Nuestra cita se realizó a las 5 de la tarde, hora en la cual el café está tranquilo, los clientes que llenan sus mesas observan a quienes deambulan por el agitado barrio de Saint German de Pres mientras hacen como si hojearan sus periódicos vespertinos. Wilde, como buen inglés, llegó puntual al encuentro, aunque un poco malhumorado:
OSCAR WILDE: Fuiste tú, desdichada niña, quien osó invocar por mí y sacarme de ese delicioso lugar que los pobres de espíritu llaman con terror "infierno".
ADRIANA VILLANUEVA: Disculpe mister Wilde, pero necesito su ayuda.
OW: Te disculpo solo porque me trajiste a París, el único lugar de este mundo que añoro, ahora dime: ¿Qué quieres de mí?
AV: Me llamo Adriana Villanueva, vengo de la segunda mitad del siglo XX, soy estudiante de la Escuela de Arte en Venezuela...
OW: Mi querida Adriana el arte no se estudia, el arte se practica. Siempre lo he dicho, dos cosas fatales para la imaginación son la indolente costumbre de la exactitud y el trato con las personas de edad o bien informadas, por lo tanto temo que este encuentro sea un terrible error para los dos: para tí, por estar tratando con una persona un siglo mayor que tú, y para mí por estar tratando con una persona que pretende ser bien informada.
AV: Señor Wilde ¿no fue usted quien dijo que a la gente no se le debía clasificar sino en aburrida y en encantadora? Los dos somos terriblemente encantadores por lo tanto considero que nuestro encuentro no es ningún error, me gustaría su opinión sobre la versión de su obra Salomé que hiciera para la ópera Richard Strauss, pero antes me gustaría saber cómo nació Salomé.
OW: La juventud es el arte de no hacer nada útil, pero te complaceré respondiéndote porque eres atrevida y porque los jóvenes tienen derecho a coronar a un artista. Así que te daré un rato de mi eternidad para contarte cómo nació Salomé. Estaba almorzando con un grupo de escritores franceses, les contaba la historia de una obra que tenía en la cabeza desde hacía varias semanas, inventaba y completaba a medida que iba narrando. Al regresar a casa en el boulevard de los Capucinos, me fijé en un pequeño cuaderno blanco que tenía arriba del escritorio y decidí escribir Salomé. De no haber sido por eso no la habría escrito ya que no habría salido a comprar un cuaderno, haría cualquier cosa por mantenerme joven menos ser un buen ciudadano, levantarme temprano y hacer ejercicios. Así que escribí hasta las 11 de la noche cuando me dio hambre, salí a comer al Gran Café donde tocaba una pequeña orquesta, le conté al director que estaba escribiendo una obra donde una mujer bailaba descalza sobre la sangre de un hombre a quien ella había mandado a decapitar, y le pedí que tocara algo en armonía con mis pensamientos. Vaya si lo logró, tocó una música tan salvaje que quienes estaban en el local, dejaron de conversar mirándose los unos a los otros horrorizados. Después de esto, regresé a mi pieza y la terminé de escribir.
AV: Entonces se puede decir que el desenlace de Salomé fue inspirado por la música.
OW: La música nos crea un pasado que desconocíamos, nos llena de sentimientos penosos que fueron hurtados de nuestras lágrimas. Sí, debo decir que mucho de Salomé se lo debo a la música.
AV: Debe estar contento porque su Salomé no solo fue inspirada por la música sino que ella a su vez inspiró música, naciendo una de las óperas fundamentales de la era contemporánea. ¿Qué más puede pedir un artista?
OW: Tuve la oportunidad de ver el Salomé de Strauss en el Coliseo del Infierno, apreciar las mejores obras y los mejores libros es un privilegio que tenemos en el infierno que no tienen en el cielo. Me gustó lo que hizo Strauss porque respetó el texto, y al igual que el director del Gran Café, su música inspira tormento, por eso los críticos de su época la llamaron perversa. Casi el mismo efecto que produjo la música de la pequeña orquesta el día que la escribí. Aunque no puedo decir que esa sea la música que me guste, desde Wagner me parece que la música es puro ruido, hay algunos músicos que son tan poco razonables que pretenden que uno sea mudo cuando lo que provocaría es ser sordo. Pero supongo que para Salomé ese era el tipo de música adecuada, ya que yo buscaba con ella una reacción de la sociedad inglesa de mis tiempos, de principios tan anticuados y prejuicios tan elogiables, que se había arrancado los ojos y tapado los oídos. Yacía como un leproso vestido de púrpura. Permanecía inmóvil como un muerto embadurnado de oro. Quería perturbarlos y lo logré de tal modo, que un abominable ser llamado Lord Chamberlain, censor de la época, censuró Salomé gracias a una vieja ley de reformación protestante en Inglaterra, ese maldito casi logra que abandonara la nacionalidad inglesa por la francesa. Me negaba a ser ciudadano de un país que demostrara semejante estrechez de mente en su juicio artístico. A Strauss también le gustaba escandalizar a la sociedad y uno de sus métodos fue escoger mi obra más controversial y hacerla ópera 14 años después de escrita. Yo escribí Salomé en 1891 y Strauss la convirtió en ópera en 1903. Pero tuve más éxito que él ya que mi Salomé fue censurada y la de él no.
AV: ¿Qué le pareció en la ópera de Strauss la decapitación de Jokanaan y y la parte final cuando Salomé tiene la cabeza del profeta?
OW: En la parte dramática el mérito me pertenece, la música continua la belleza de la poesía.
AV: ¿Le molesta que su Salomé hubiese sido tan mal acogida en su época mientras que la obra de Strauss fue un éxito?
OW: Ser grande es ser incomprendido, cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre pienso que debo estar equivocado. Si a todos les hubiera gustado mi Salomé y el público hubiese aplaudido a rabiar, de alguna forma me hubiera sentido que no cumplí con el cometido de artista, porque cuando los críticos difieren, el artista está de acuerdo consigo mismo. Siempre lo he dicho, la popularidad es la corona de laurel que el mundo teje para el arte malo. Todo lo popular es falso. Por eso te aconsejo, estudiante de Arte, que si le eres fiel a tu arte no serás el portavoz de un siglo sino el dueño de la eternidad.

Y con estas palabras Oscar Wilde se esfumó a la tranquilidad del infierno.

Saqué 19 en este trabajo para la materia Teatro Musical que dictaba el profesor Gustavo Tambascio en la Escuela de Arte. Tenía 20 añitos cuando lo escribí, desde entonces, Oscar Wilde no me ha vuelto a visitar.  

lunes, 23 de enero de 2012

A pesar de Meridiano, DirectTV y Venevisión


Por supuesto que estoy dichosa por el pase a la final de Tiburones de la Guaira, más que dichosa, radiante, feliz, contenta -el sinónimo que se les ocurra- que tras 25 años de sufrimientos ininterrumpidos, de ser víctimas del destino más implacable, de las burlitas de los aficionados de otros equipos, de ser vistos como el equipo antihéroe por excelencia, los inspector Clouseau de la liga nacional; por fin hayamos visto luz al final del túnel y que los aguerridos Tiburones estemos luchando por el título de campeones de la liga ante Tigres de Aragua, un equipo que en los últimos años se ha hecho respetar.
Lo que no se me quita es la arrechera (y me perdonan los espíritus delicados pero esa es la única palabra para describir mi indignación) con los canales de televisión comprometidos con transmitir los juegos del round robin porque este fin de semana al equipo que tenía 25 años sin llegar a la final, que clasificó de primero para participar en el Round Robin, el equipo de una fanaticada no tan numerosa como la de Leones del Caracas o Navegantes del Magallanes, pero sí la más alegre y optimista a pesar de los pesares, el equipo que se había convertido en el favorito sentimental de toda Venezuela por eso mismo de tantos reveses del destino, a ese equipo de mis tormentos, Tiburones pa'encima, jugándose su primer pase a la final en 25 años, ni el viernes ni el sábado la televisión nacional se dignó en transmitir sus juegos.
El viernes tanto DirectTv como Meridiano transmitieron el mismo juego, el de Caribes-Tigres, ignorando Tiburones, pero el colmo fue el día sábado cuando lo que estaba en el tapete era un triple empate para enfrentarse contra Tigres de Aragua, el primer equipo clasificado a la final. Si Magallanes le ganaba a Tigres se enfrentaría el domingo a un desempate con Caribes, y si los Tiburones le ganaban a las Águilas del Zulia, el empate sería triple.
Y mientras los Magallaneros tuvieron tres canales donde escoger para ver el juego el sábado - por Direct Tv, Meridiano y Venevisión- los Tiburoneros tuvimos que seguirlo o por radio, o por twitter o por facebook o tener que conformarnos a que los narradores del juego Magallanes-Tigres se dignaran en dar un adelanto de cómo iba el juego en Maracaibo.
Tres canales transmitieron el juego de Magallanes, cero el de Tiburones.
Tremenda falta de respeto para los aficionados de La Guaira, y para el equipo de Tiburones ni una disculpita, más allá del comentario del presidente de la liga de que todavía hay detalles por afinar. Negocios son negocios, Magallanes tiene más aficionados y eso es todo. Pero ¿tres canales? Es como la fábula salomónica de preferir ver al niño picado antes de cederlo, prefirieron partir la torta magallenera en tres, aunque habría parecido más lógico que dos canales compartieran el rating de los navegantes y el tercero acaparara el interés de los ilusionados guairistas y despechados zulianos.
El triple empate se dio, y siendo Tiburones de La Guaira los primeros en clasificar en el round robin, tendrían la suerte de enfrentarse el domingo al ganador del primer juego entre Magallanes-Caribes. Desde la cuatro de la tarde, cuando comenzó el desenlace del triple empate, se oía la samba encendida: "Ehhehhehh, Los Tiburones",  a pesar de que quienes estaban en el campo eran Caribes y Navegantes. El estadio Universitario fue colmado por los fanáticos de Tiburones desde temprano, pasada la 1 de la madrugada, La Guaira terminó derrotando a unos agotados magallaneros 16 carreras por 1.
Tras 25 años de ilusiones frustadas, los tiburoneros desbordados se lanzaron al campo y el equipo no pudo ser ovacionado in situ, como lo merecía, y tuvo que comenzar la celebración en el dogout.
A los aficionados de La Guaira además de la inmensa alegría de llegar a nuestra primera final en más de dos décadas, nos queda la satisfacción de que a muy pesar de Meridiano, DirecTv y Venevisión, en la gran final solo se oirán a los Tigres rugiéndole a la samba.

domingo, 22 de enero de 2012

La guerra de las polvorosas



En toda familia hay un secreto culinario muy bien guardado. En la mía son las polvorosas. Quedan divinas. Para cuanto festejo hay, las pongo a la orden porque nada más fácil que prepararlas. Las maestras de mis hijas lo saben y como me consideran una madre solidaria, me pidieron a última hora cien polvorosas para la fiesta de Navidad. No hay problema, con una llamada todo estará arreglado: “Alo, Suegrita, necesito cien polvorosas para mañana”. 
 Pero hasta la más incondicional de las suegras algún día nos puede fallar: “Hoy juego cartas con mis amiguitas. Es mi tarde libre, cero obligaciones. Te doy la receta porque no tiene ciencia hacerlas. ¡Hasta tú las puedes preparar!”
¡Esto es lo último¡ ¡Una suegra alzada! ¡Hasta tú las puedes preparar! ¡Qué humillación! A pesar de mi orgullo herido, corrí a buscar papel y lápiz para demostrarle a la abuela de mis hijos que no sólo soy capaz de preparar polvorosas, sino también de superar con creces al maestro.
“Precalienta el horno a 250. Usa más o menos la mitad del pote de manteca, tres tazas de harina, dos tazas de azúcar, una cucharada rasa de margarina y una cucharada rasa de polvo royal. Amasa los ingredientes. Prepara unas arepitas del tamaño de un realito, porque ellas crecen. Les haces rayitas con un cuchillo y las cocinas durante veinte minutos. Al sacarlas las espolvoreas con azúcar. ¡Cuidado se te queman!”.
A pesar de sentirme como un pajarillo que vuela solo por primera vez, no ví complicación en la receta, y me fui al abasto a comprar los ingredientes. Esperé hasta la noche a que los niños estuvieran dormidos para poder enfrentarme al reto de preparar mis primeras polvorosas. Mi esposo suspiró: “Tengo el presentimiento de que esta va a ser una noche larga”.
 Dejé a Edipo viendo televisión, asegurándole que en menos de una hora estaría de vuelta.
¡Tan inofensiva que se ve la manteca! Blanca y reluciente. Traté de calcular el más o menos la mitad del pote que aconsejaba mi suegra, le añadí las primeras dos tazas de harina y empecé a amasar. Apenas sumergí los dedos, me di cuenta de mi primer error de la noche, cuando la hasta entonces amigable manteca se transformó en una sustancia invasora que inclemente se apoderó de mis manos, convirtiéndolas en unos entes pastosos, grasosos y resbaladizos. 
Imposible medir y añadir el resto de los ingredientes. Me tuve que lavar las manos y comenzar de nuevo. Dos tazas de azúcar, una cucharada rasa de margarina, polvo royal. Listo para amasar.
Mi marido apareció con mirada burlona en media faena, justo cuando la masa parecía haber adquirido vida propia y estaba tratando de tomar la cocina por asalto. Probó uno de los cientos de grumitos que se habían logrado escapar, y con seguridad de conocedor dictaminó: “ Le falta harina”.
 ¡Harina auxilio¡ ¿Le habré puesto la taza que faltaba? Ante la duda decidí añadir media taza más. Preparé las arepitas y al meterlas en el horno me di cuenta con horror que se me había olvidado precalentarlo.
Sí, fue una larga noche, y al día siguiente cuando las maestras probaron mis primeras polvorosas, ignorantes del proceso, comentaron extrañadas: “Te quedaron como raras”.
 Que el cielo me juzgue, pero tengo una reputación que conservar: “Es que mi suegra se antojó en hacerlas, y la buena señora, no sabe seguir una receta”.

Artículo publicado en El Nacional como en el año 2001, la ilustración es de Rogelio Chovet.

lunes, 16 de enero de 2012

El despecho de Harry Belafonte



Hojeando el libro: “My song: a memoir” de Harry Belafonte, hice lo que cualquier venezolano masoquista que no cree en esto de revoluciones habría hecho en mi lugar: ir directo al índice alfabético y buscar la ch de Chávez para leer las impresiones del respetado actor, músico y activista político sobre su viaje a la República Bolivariana de Venezuela.
Nacido en Harlem, Nueva York, en el año 1927, Belafonte en la década del 50, gracias a películas como Carmen Jones dirigida por Otto Preminger, fue el primer galán negro de Hollywood en una era en la que la segregación racial en los Estados Unidos era la norma. Pero el guapo Harry, relacionado con movimientos sociales desde la adolescencia, no se conformó con ser el muchacho de la película bajo los cánones del hombre blanco, por eso una vez alcanzada la fama y la independencia económica, creó su productora para hacer películas donde la experiencia afroamericana no fuera un estereotipo.
Su pasión por la política pudo más que el cine y la música, conocido también como "El rey del Calipso", en los años 60 Belafonte prácticamente se retiró del mundo del espectáculo para dedicarse al activismo social siendo estrecho colaborador del reverendo Martin Luther King Jr. y, años después, el más fiero crítico del presidente George W. Bush.
En la Ch de Chávez en las memorias de Belafonte encuentro a la idealista estrella, a los 78 años, sumergida en una crisis tras su segundo divorcio que lo había dejado en una precaria situación económica, tanto, que el Metro volvía a ser su principal medio de transporte. Qué mejor manera de sacudirse la depresión post-divorcio que uniéndose en enero de 2006 a la visita de seis activistas sociales a Venezuela para conocer “la verdad” del proceso revolucionario tan vilipendiado por los medios de comunicación en “America”.
Cada activista norteamericano invitado a Miraflores llevaba un proyecto bajo el brazo esperando que las arcas revolucionarias financiaran su sueño. La más famosa de estas propuestas fue la del actor Danny Glover de filmar una película sobre el prócer haitiano Toussaint, que recibió un crédito de 18 millones dólares del Gobierno Venezolano. 
Belafonte, como la cucarachita Martínez, tras estudiar varios proyectos decidió llevar a Miraflores la propuesta de un plan de cultivos endógenos de café que favorecería a pequeños agricultores. Cuenta Belafonte en sus memorias que el presidente Chávez oyó a los activistas con suma atención, participando en sus ideas y proyectos de manera interesada gracias a un traductor. Terminada la reunión que duró varias horas, a Belafonte se le pidió hablar para las cámaras de televisión venezolana, dio su apoyo a la revolución bolivariana en nombre del pueblo norteamericano, despotricó contra el gobierno de su país, y terminó con un "¡Viva la revolución!".
De regreso en los Estados Unidos, Belafonte estaba entusiasmado con los futuros desarrollos de café. Pocas semanas después, lo visitó una delegación venezolana para finiquitar detalles, visita que se repitió un par de veces, todo parecía ir viento en popa, hasta que de repente, se cortó la comunicación, ni siquiera un “no eres tú soy yo”,  en Miraflores dejaron de atender las llamadas de ese fastidioso señor Belafonte que juraba haber inventado el conuco.
No hay peor despecho que el ideológico, el buen Harry debió tener el corazoncito arrugado al escribir en sus memorias: “creo que me utilizaron”. Alguien le explicó al muy soñador la importancia del poder de la televisión en “países como Venezuela”. Admite que le cayó la locha que lo que buscaba Mr Chávez era que una estrella de cine, sobre todo con prestigio político, le diera un espaldarazo público a su revolución.  Como todo despechado, Belafonte prefiere pensar que la culpa del desamor fue de terceros: “Seguro la administración de Bush interfirió”.
Bájate de esa nube, Harry, and welcome to the club.

Publicado en El Nacional el sábado 14 de enero 2012

viernes, 13 de enero de 2012

La otra isla


Si hay un escritor venezolano que despierta la envidia más verde en los demás escritores nacionales es Francisco Suniaga, quizás el único de nuestros narradores contemporáneos que, hasta ahora, haya logrado ver ocho ediciones de uno de sus libros. "La otra isla" (Oscar Todtmann, 2005), la primera novela de Suniaga, casi siete años después de publicada, no ha dejado de estar presente en las librerías de todo el país.
Situémonos en el contexto editorial venezolano: la primera edición de un libro de narrativa suele tener 1.500 ejemplares, si va a una segunda edición difícilmente tendrá el empuje editorial y respaldo de las librerías que tuvo en su lanzamiento, más allá de una cinta que lo identifique como "segunda edición". Las terceras ediciones en la narrativa contemporánea en Venezuela son más raras que un perro azul. 
El caso de "La otra isla" es excepcional, si lo sabremos el resto de los escritores nacionales que cuando un lector rezagado nos pregunta, cinco años después de publicado uno de nuestros libros, dónde puede encontrarlo, no sabríamos a donde remitirlo, porque aunque ocasionalmente sigamos viendo nuestras libros en ferias y en algunas librerías, las secciones de narrativa venezolana en las librerías locales, con  honorables excepciones, están vergonzosamente desabastecidas. 
En otra Venezuela, para asegurar que nuestra narrativa no dependiera del efímero mundo de las novedades, existía la editorial Monte Ávila con su enorme librería en el Complejo Cultural Teresa Carreño, además de la red de librerías Kuai Mare por todo el país que rescataban aquellas novelas, colecciones de relatos y ensayos nacionales que habían dejado de ser novedades. Pero desde hace unos años ya sabemos para lo que quedaron la editorial y la red de librerías estatales, hoy re-bautizadas Librerías del Sur y editorial El Sapo y la Rana, pasaron de herramienta de promoción y salvaguarda de la literatura venezolana a herramienta de promoción y salvaguarda de la ideología revolucionaria.  
Pero volviendo al objetivo de nuestras mezquinas envidias, para quienes no viven en Venezuela -porque aquí quien no se ha leído la primera novela de Suniaga no está en nada- "La otra isla" trata sobre un joven alemán radicado en Margarita que se ahoga en Playa El Agua. La madre del muchacho, sabiendo que era un excelente nadador, viaja de Alemania a Margarita a investigar la muerte de su único hijo. Duda que haya sido accidental. 
Suniaga, quien nació en La Asunción en el año 1954, narra una historia universal: una madre dispuesta a todo para llegar a conocer la verdadera causa de la muerte de su hijo, pero en una Margarita íntima, no la que conocemos los turistas, sino la de quienes viven allá. 
Regresando al tema editorial, en una Margarita no tan íntima, en el centro comercial La Vela queda una librería que se llama Discovery Books en cuyo pasillo de entrada hay tablones de libros en remate donde se encuentran obras de Philip Roth, Salman Rushdie, Susan Sontag, Henning Mankell, Haruki Murakami y varios premios Alfaguara a 20 y 40 bolívares; a esos mismos precios he visto libros de Eduardo Liendo, Israel Centeno, Federico Vegas, Victoria De Stefano, Salvador Fleján, Rodrigo Blanco Calderón, Fedosy Santaella, Karl Krispin; títulos de la literatura nacional que si un estudiante de Letras los buscara en Caracas, no sabría dónde encontrarlos más que en una biblioteca pública. 
Este diciembre me tocó ver mi novela "El móvil del delito" (Ediciones B, 2006) en remate a 20 bolívares. Estaría dolida de no estar en tan buena compañía. En esta ocasión me llevé varios ejemplares del Móvil y aproveché para comprar "El insomnio de Bolívar" de Jorge Volpi, "Por quién doblan las campanas" de Ernest Hemingway y "Margarita infanta" de la gloria de la isla, el mismo Francisco Suniaga de nuestras envidias. 
Ni soñar que "La otra isla" esté en remate. Aunque "Margarita Infanta", que sí lo estaba, también describe otra isla, esa Margarita que ya no existe sino en el recuerdo de quienes la vivieron, a la que todavía casi no llegaban turistas, de mitos y leyendas, de carreteras en lugar de autopistas, cine de barrio, donde ni siquiera se veía televisión. Esa isla en la que Suniaga creció que dejó de existir a fines de los años 60 al ser decretada Zona Franca Libre de Impuestos, y a partir de entonces, el principal destino del turismo nacional e internacional en Venezuela. 
La Margarita rural que Suniaga evoca en "Margarita Infanta" es una colección de crónicas, muchas escritas inclusive antes de "La Otra Isla", publicada en el año 2010 por la hoy desaparecida en Venezuela Editorial Mondadori, recuerdos que van desde la foto de la portada del par de niñitos de cara compungida, hasta aquel viaje a Caracas que representó el fin de una infancia idílica. 
Este libro de Suniaga se lee en una mañana en el vaivén de un chinchorro, si estás frente al mar, mejor. Hay una crónica dedicada a Lope de Aguirre, alias "El Tirano", alias "El Loco"; en la cual Suniaga evoca cómo los niños margariteños vivían con el único terror de aquella alma impenitente que deambulaba en las noches por la isla. O el recuerdo de Brígido, el viejo bodeguero que perdió la razón, algunos decían que debido a la arterioesclorosis, aunque el pequeño Francisco sabía que fue a partir de que el efectivo en su caja registradora fuera robada por un desconocido, tras un descuido causado por la excesiva confianza de Brígido de que esas cosas no pasaban en la isla. 
Quien hoy vaya a Margarita fuera de temporada vacacional, se sorprenderá ver las bodegas, licorerías, panaderías, despachando entre rejas. Le pregunté a la dueña de una bodega vía Paraguachí el motivo de tanto encierro y me contó que los malandros la tenían azotada. 
Una quiere creer que estos malandros no son nacidos en la isla, pero la señora me saca de tanta inocencia: "Muchos ladrones son de por aquí, muchachitos que vi crecer, que se metieron a malandros y te atracan como si no te conocieran".  
Cómo no suspirar por esa otra isla, la de la infancia de Suniaga, quien escribió una gran novela que nunca está en remate sobre esta nueva isla, la actual Margarita, de lujos y turistas, pero que con la llegada de la modernidad también perdió la inocencia... tan distinta a la Margarita de Brígido, confiado, que despachaba caramelos a los chicos de la zona sin más temor que al alma impenitente del Tirano Aguirre.




martes, 10 de enero de 2012

El hacedor de problemas


Hay gustos que prefiero callar, por ejemplo, que me encanta Michael Moore. No me pierdo las películas de este gordito atorrante que la derecha norteamericana detesta y buena parte de la izquierda también. Por eso cuando vi que sacó un nuevo libro con el título de "Here comes trouble- stories of my life", en la portada la fotografía del pequeño Michael en triciclo dispuesto en llevarse por delante a quien se le atraviese, fue una de las primeras compras para la biblioteca de Kindle Fire.
Entre las víctimas del nuevo libro de Moore están precisamente "quienes leerán este libro en un aparato", para el cineasta los avances de la tecnología son el diablo: "una manera de quitarle dinero a la gente sacando el mismo aparato una y otra vez pero con una modificación para obligar al público a comprarlo de nuevo".
A pesar de esta queja anti-capitalista el más reciente libro de Moore poco tiene que ver con su libro: "Estúpido hombre blanco", "Here comes trouble" es un recuento muchas veces divertido, a veces sentimental, de su vida antes de que se dedicara a hacer documentales.
El libro comienza con lo que algunos asumieron como el capítulo final de la carrera de Moore, su discurso incendiario contra la guerra de Irak en el año 2003 cuando recibió el Oscar como mejor documental por "Bowling for Columbine": "Shame on you, Mr Bush!", gritaba Moore enrojecido de cólera mientras se oía la música de fondo, los micrófonos subían y aparecía el personal de seguridad para llevárselo casi que con camisa de fuerza.
Recuerda Moore que solo Meryl Streep y Martin Scorsese lo aplaudieron (dónde están Sean Penn, Jane Fonda y Tim Robbins cuando se les necesita) el teatro se vino abajo en abucheos contra el mensaje anti-belicista de Moore.
En las celebraciones post Oscar, Moore y su esposa fueron condenados al ostracismo, Hollywood los miraba de reojo como si estuvieran infectados, solo la productora Sheryl Lansing se acercó a saludarlos. Este apenas fue el comienzo de la pesadilla, durante meses tal fue la cantidad de amenazas de muerte que recibió el cineasta por su espíritu "antiamericano", que fue necesario que le asignaran escoltas para protegerlo de quienes planeaban matarlo, o de quienes, sencillamente, se topaban con él y querían darle una paliza por bocón: "Hasta en misa me llegaron a amenazar".
Si, leyeron bien, "en misa", una de las grandes sorpresas de "Here comes trouble" es que Moore es católico y pareciera que si no practicante, tampoco reniega de la fe. En el segundo ensayo se remonta a los pocos días de nacido, en el año 1954, cuando su madre y abuela van a cumplir una promesa a la virgen subiendo arrodilladas al templo de Santa Ana para agradecer la llegada de este sano bebé varón después de que el primer Michael naciera muerto el año anterior.
La familia Moore vivía en un barrio clase media baja exclusivamente blanco, en Flint, una pequeña ciudad en Michigan al norte de los Estados Unidos. De madre republicana y padre demócrata, Michael y sus hermanas fueron criados en escuelas católicas, tal era la fe del joven Michael, que a los 14 años entró en un seminario sintiendo vocación de sacerdote pero no de los que aspiran al Vaticano, sino al estilo de los curas marxistas.
Al cabo de un año, hormonas alborotadas, el adolescente decidió que el sacerdocio no era para él, cuando fue a comunicarle al director que se iba, este se le adelantó diciéndole que después de las vacaciones, no podría regresar. Sorprendido, Michael le preguntó al director porqué lo expulsaban si nunca había tenido problemas y sus notas siempre fueron sobresalientes: "Porque haces demasiadas preguntas y eso no es bueno para el ambiente del seminario".
"Here comes trouble" tiene las mismas cualidades y defectos de las películas de Moore. Entre las cualidades: entretenido, con mucho sentido de humor despojando al moralismo de izquierda de esa capa de aburrimiento que suele tener.  El querrequerre Moore mete el dedo en la llaga de diversos problemas enquistados en la sociedad norteamericana, en el caso de "Here comes trouble": el sexismo, la homofobia y el racismo; que eran visto como "la norma" en la sociedad americana de las décadas del 50 y del 60, y cierra con los motivos que lo llevaron a hacer su primera película: "Roger & Me", después de que General Motors acabara con 20 mil puestos de trabajo en Flint, para reducir costos mudando las ensambladoras a México.
Entre los defectos de Moore está la hipérbole, la exageración, la egolatría, hasta un toque de mitomanía, como esos amigos que no pueden echarte un cuento sin ponerle picante, perdiéndose las fronteras de la credibilidad.
En enero de 2012 Michael Moore vuelve a ser noticia, esta vez del lado de la Academia, casi diez años después de su incendiario discurso, el cineasta forma parte de un comité que regula las películas candidatas al mejor documental. A partir de 2013 solo podrán ser elegibles aquellos documentales que tienen una reseña del New York Times o de Los Angeles Times. Esta regla se debe a que cadenas como HBO estrenaban sus documentales hechos para televisión en festivales de cine para ser elegibles al Oscar.
"De esta manera los documentales hechos para cine se estaban quedando por fuera", explica Moore la decisión que ha levantado roncha entre quienes no ven fácil conseguir una reseña de alguno de los dos periódicos más importantes de los Estados Unidos.
 Moore asegura que la decisión es por el bien de todos los cineastas ante una competencia desleal, siendo él una de las supuestas víctimas de HBO, su más reciente película: "Capitalistas, una historia de amor" quedó por fuera de la nominación del 2011.
 Lástima, porque se podrá decir cualquier cosa de mister Moore, menos que da discursos aburridos.

jueves, 5 de enero de 2012

Encuentro con Mr Hyde en Nueva York




El pasado noviembre en una visita de poco más de dos semanas a Nueva York, ya llevaba siete días en la ciudad y todavía pendiente la mitad de lo que quería hacer como visitar a los indignados en Wall Street, ir a la exposición de Alexander Calder en una galería en Madison, y a la tienda Target en Harlem; cuando a pesar del cálido clima que rompía records en este otoño inusual, comencé a sentir un frío por dentro que me puso a temblar cual la última hoja de árbol que se resiste a caer en Central Park, pero como yo nunca me había enfermado en Nueva York, ignoré la posibilidad de que podría estar subiéndome la temperatura, y seguí paseando por la feria navideña en Union Square atribuyendo tanto estremecimiento a la sangre Caribe poco acostumbrada hasta al más templado clima otoñal.
Esa noche, con la ventana cerrada, la calefacción prendida, arropada por dos cobijas, vestida de mono, sudadera y medias, y ese frío por dentro nada que se me quitaba, me dije: "¡Bola, lo que me está dando es un fiebrón!".  Tomé un par de advils, sudé la fiebre y a la mañana siguiente amanecí mejor, asumiendo que el episodio de la noche anterior debió ser un ataque de cansancio por pretender exprimirle hasta la última gota a una ciudad tan intensa como Nueva York.
Tampoco hay tiempo para declararse exhausta visitando dos semanas la isla de Manhattan, esa mañana fui al Museo de Arte Moderno donde están presentando la retrospectiva de Willem de Kooning, cuando de repente, ante uno de los enormes lienzos del artista neerlandés, comencé a sentir que el frío se me colaba por dentro, aún sin quitarme el abrigo a pesar de la calefacción. Entonces me dí cuenta que el malestar de la noche anterior no había sido un ataque de cansancio. Yo lo que estaba era enferma. 
Entré en una farmacia, compré un termómetro digital que diera la temperatura en grados centígrados,  y otro potecito de Advil. Desde entonces y durante los siguientes cinco días, sufrí fiebre recurrente que llegaba hasta 39 grados sin más síntomas que dolor de cuerpo y un leve ardor en la garganta que atribuí a la calefacción. Esta fiebre fue mi principal compañera la última semana de noviembre 2011: tardaba en irse la condenada y seis horas después, regresaba puntual. Cuando comenzaba a sentir los escalofríos sabía que este desgraciado mister Hyde volvería a apoderarse de mi cuerpo por lo menos un par de horas hasta que los advil hicieran efecto.
Tampoco fue que me recluí esos cinco días, salía a pasear sin aventurarme muy lejos porque temía que el señor Hyde no tardaría en llegar a mi encuentro. Ese sábado llamé a mi amiga Patricia, que vive en Nueva York, habíamos quedado en vernos pero le conté que mejor lo dejábamos para otro día porque tenía fiebre. Cuando la llamé el miércoles para decirle que seguía con fiebre, fue ella quien me convenció de que debía ver a un médico: "Con eso no se juega, cinco días con fiebre no es normal".
No crean que en estos cinco días no se me había activado la hipocondría, aupada por Internet pasé por todo tipo de posibles enfermedades: influenza, infección renal, dengue, miocarditis, cáncer, o alguno de esos misteriosos males que solo es capaz de diagnosticar doctor House.
Sin embargo decidí seguir el consejo de Patricia y el jueves en la mañana, cuando volví a amanecer con fiebre, fui a un centro de diagnóstico que me recomendó mi cuñado Xavier, que vive en Nueva York. Este centro queda en la calle 86 entre segunda y primera avenidas. Xavier me aseguró que ahí sería atendida con prontitud, mientras en una emergencia podía pasar horas esperando.
 Me fui al centro diagnóstico sin saber mucho de qué se trataba. Resultó ser la planta baja de un pequeño edificio, tenía recepción y sala de espera donde había dos pacientes aguardando turno. Después de llenar una historia médica y presentar los credenciales del seguro, no tardó una enfermera en invitarme a pasar a uno de los consultorios.
Antes de que llegara el médico la enfermera me preguntó qué síntomas tenía, me tomó la temperatura y me hizo un par de pruebas para descartar las dos amenazas más frecuentes en esa época del año en Nueva York: sore throat (faringitis) e influenza. En cuestión de segundos ambas pruebas dieron negativas. A los pocos minutos entró un doctor que no llegaría a los 30 años. Me revisó la garganta, me auscultó, me palpó el abdomén y listo: "Tiene la garganta un poco roja, le voy a mandar zitromax por cinco días". 
No entendía por qué me estaba recetando antibióticos, sentí que me estaban parapeteando, por eso lo increpé: "¿cómo podía estar seguro de que se trataba de una infección si en la garganta apenas sentía una leve resecad y la prueba de faringitis salió negativa? Yo sé lo que es una laringitis, la garganta duele como si me hubiera tragado una lija, además, ¿cómo podía saber que se trataba de una infección sin verificarlo con un examen de sangre, solo porque tenía la garganta un poco roja? ¿Y si lo que tenía era mononeuclosis? Daba con malestar en la garganta. ¿Y si tenía dengue? En Venezuela esa es una enfermedad común y los síntomas varian. Llevaba cinco días tomando ibopufren, ¿y si las plaquetas me bajaban al piso?".
Al oír la palabra dengue el joven doctor se puso pálido, lo imaginé sacando de una gaveta un teléfono rojo con acceso directo a control de epidemias. Se veía que en su corta carrera nunca le había tocado un caso de dengue. Preguntó aterrado: "¿Será también necesario descartarle fiebre amarilla y malaria?".
Con orgullo patrio le aseguré que en Venezuela no estábamos tan mal, quizás en la selva todavía era común ver casos de fiebre amarilla y malaria, pero no en la ciudad. Ahora el dengue, no hay venezolano que sobre esta enfermedad transmitida por los zancudos patas blancas no pueda dictar un master, aunque habiendo pasado por él y habiendo atendido los de mis esposo y dos de mis hijos, me constaba que de haber tenido dengue, de lo mal que me habría sentido, ni fuerza tendría para estar discutiendo diagnósticos con el doctorcito. 
Con dengue el señor Hyde no va y viene, sencillamente no te abandona hasta que la enfermedad pasa.
Mientras la enfermera buscaba el zitromax, el doctorcito me hizo un par de recomendaciones: "con respecto a las plaquetas, si ve que le sangran las encías o sangra por el recto, corra a una emergencia. Si persiste la fiebre, hágase los éxamenes de sangre de regreso en su país", de nada servía mandarme a hacer un examen de sangre que no estaría listo antes del lunes, el día que me iba. 
La mejor recomendación me la dio antes de irse a parapetear a otro paciente: "no deje que le suba la fiebre, no hay porqué sentirse mal, si es necesario alterne advil con atamel, and enjoy New York".
La consulta de no más de veinte minutos costó 170 dólares, antibiótico incluído, que pagó el seguro contra reembolso.
Al día siguiente, no sé si porque el antibiótico comenzaba a hacer efecto o si porque el virus ya había corrido su cauce natural, el señor Hyde no me volvió a visitar en Nueva York, y pude seguir la recomendación del doctor de disfrutar la ciudad estos tres últimos días de viaje, aunque no visité ni a los indignados ni a Calder ni a Target, ni tampoco vi a mi amiga Patricia. El domingo en la mañana, me llamaron del Centro de Diagnóstico para saber cómo seguía.
De regreso en Venezuela, las vacaciones navideñas las pasamos en Margarita donde tres de los cinco miembros de nuestra familia sucumbieron a uno de los típicos virus de la isla. Los niños lo vencieron en 24 horas, pero a mi marido desde hace seis días, igual que a mí en Nueva York, lo viene a visitar el señor Hyde, puntualmente, cada seis horas. 
Titiritando me dice: "Tengo un frío por dentro que no se quita".
Sé lo que se siente, acabo de pasar por ahí, y mientras voy a buscarle un brugesic me pregunto si no será conveniente llevarlo a un módulo de la Misión Barrio Adentro de la isla, después de todo ¿qué era ese Centro Diagnóstico en Nueva York sino la versión capitalista de la medicina del parapeteo?

martes, 3 de enero de 2012

Tres balas frías en la isla


Nada más exquisito que una empanada de cazón, pero cuando tenemos varios días en la isla, tras múltiples empanadas y sandiwchs de lo que sea, anhelamos almorzar sin tanta grasa y carbohidratos. Difícil encontrar alternativas en las playas de Margarita que no sean restaurantes a orilla del mar, la mayoría muy sabrosos pero costosos para el apretado bolsillo del bolívar cada vez menos fuerte, por eso todavía con espíritu navideño de compartir, en Evitando Intensidades presentamos tres alternativas de balas frías en tres playas margariteñas.
Aunque suman calorías y tampoco son a locha, nada resuelve mejor a la hora del munchie que una buena pizza, y en el quiosco Macao, en medio de Playa El Agua (al lado del quiosco La Isla), se comen unas pizzas divinas cocinadas en leña. El lugar es sencillo pero agradable, sin música changa que atormente, el  único problema es que las pizzas se tardan una barbaridad, así que si le apetece una pizza, pídala, tómese una caipiriña, vaya a bañarse en el mar, dé un paseo, juegue paleta, haga un castillo de arena, y júrelo que todavía le faltara un rato a su pizza para estar lista.

 En Playa Parguito no pueden dejar pasar los mejillones a la brasa en un ranchito al final de los quioscos, camino a Cimarrón. A diferencia de Macao, en este establecimiento no están preparados más que para servir mejillones, ni sillas ni toldos, a menudo ni cerveza ni refrescos tienen, hay que comprarlos en el establecimiento de al lado, sólo un par de destartaladas mesitas para sentarse bajo unas palmeras secas.
Pero señores, qué mejillones. No hay cocina ni paredes sino brasas, de un lado un frasco de mayonesa lleno de mejillones, del otro, las conchas vacías. Al calor del fuego se unen la concha con el mejillón, abundante ajo y perejil, y listo. Al comer mejillones en Parguito se me saltan las lágrimas de la emoción. Hay quien les pone alioli, prefiero comerlos al natural, con sabor a brasa.
 Un par de advertencias: preferible comer in situ, ofrecen llevar los mejillones hasta el toldo donde uno está instalado, pero pierden el calor muy rápido y no es igual comerse los mejillones recién salidos de la brasa que medio fríos; de ahí la segunda advertencia, no vaya mucha gente a la vez, cuando salen varias raciones de mejillones, llegan fríos.
Los mejillones de Parguito y las pizzas de El Agua los había probado en vacaciones anteriores. Este diciembre 2011 el gran descubrimiento en la isla fue el ceviche express: carritos que pasean la playa ofreciendo ceviche preparado al instante.
Por Playa El Agua pasea: "Er cevichero", que se anuncia en su carrito como "el original, no acepte imitaciones", pero yo probé fue el de Playa Guacuco, un guapo y simpático muchacho de origen italo-venezolano llamado Gianni que según me contó, tenía dos semanas vendiendo ceviche en Guacuco y le estaba yendo buenísimo, en menos de dos horas vendía toda la mercancía que llevaba.
No son económicos estos ceviches, el vasito cuesta 50 bolívares, y tampoco sirven como almuerzo, pero para picar el ceviche de Gianni es mejor alternativa que cualquier dip, viene acompañado de un paquete de galletas de soda.
Gianni no es egoista, da la receta a medida que prepara el ceviche: " buen dorado o cualquier otro pescado blanco, limón, gengibre, semillas de ajonjolí, cebolla morada, ají dulce, pimentón, maíz tostado, jugo de tamarindo o de parchita...".
Lo felicito, no todo el mundo da tan fácil una receta, me contesta mientras atiende a su clientela: "Para qué ocultarla si la saqué de Internet".