lunes, 7 de enero de 2013

La favorita del Señor


Me persigno cuando despega el avión.  No soy devota ni beata pero cada vez que la nave en la que salgo de viaje alza el vuelo, hago la señal de la cruz y me aferro a una medallita de La Milagrosa hasta que el piloto alcanza la altitud deseada. Me gusta ver que a mi alrededor se persignan, mientras más gente encomendada, mejor, pero la señora que tenía sentada al lado, con las palmas alzadas como invocando al espíritu santo, me inquietó, era como si en la energía irradiada por sus manos, en lugar de en la destreza del piloto de Laser, estuvieran los mandos del avión.
 Cuando sonó la campanita que indica que ya podía comenzar el servicio de vuelo, mi vecina de asiento bajó las palmas y se relajó. Me debió haber visto aferrada a la medallita porque sonrió con complicidad: "Si hija, hay que orar, pedirle a la sagrada providencia que nos envuelva en su manto divino y nos lleve   con bien a nuestro destino".
 En materia de religión no paso de preescolar, no sé que contestarle, con tal de que no me tome la mano como en una ceremonia carismática. El marido ni le hace caso, contempla distraído como el avión se aleja de la costa de Naiguatá. La señora se da cuenta que la miro con escepticismo, por eso comienza a contarme su historia, no precisamente el tipo de historia que a alguien que se persigna al despegar el avión le gusta oír a 13 mil pies de altura:
"Hace unos años, bastantes porque te estoy hablando de cuando Avensa volaba a Nueva York, por razones de trabajo me tocaba agarrar ese vuelo casi todas las semanas. Me iba un lunes y regresaba un miércoles. Se me hizo tan normal viajar en avión que ninguna turbulencia me inmutaba, hasta que una vez, cruzando El Triángulo de las Bermudas, se presentó una turbulencia tan fuerte como inesperada, tan fuerte e inesperada que una de las aeromozas, que servía agua a un pasajero, se cayó en el suelo con jarra y todo. Muchas personas se dieron golpes en la cabeza por no estar con el cinturón de seguridad amarrado. La turbulencia era brava, y así estuvo por más de media hora, sacudón tras sacudón tras sacudón, en los que sentíamos que el avión se iba a precipitar en el mar. La gente gritaba, lloraba, más de uno se hizo sus necesidades encima. Yo lo que hice fue rezar".
Mi termómetro del miedo en las turbulencias aéreas es el personal de vuelo, cuando el piloto los manda a sentar y ajustarse los cinturones de seguridad, si conversan tranquilos entre sí, o hojean una revista como si nada estuviera pasando, me medio tranquilizo, por eso interrumpí el cuento para preguntarle a la señora: "¿Y la tripulación? ¿Mantuvo la sangre fría?".
"Noooo, mi amor, las aeromozas eran las que más lloraban. Había una que no dejaba de gemir. Ahí el único que parecía mantener la sangre fría era el piloto que de vez en cuando tomaba el micrófono para decirnos que tranquilos, que íbamos a salir de esta. Hasta que por fin salimos de la turbulencia, entonces el piloto volvió a hablar pidiendo disculpas por el mal rato vivido, fue una turbulencia inesperada, de esos fenómenos que pasan una vez en un millón de vuelos, algo de un enfrentamiento de vientos calientes con corrientes frías, qué sé yo. Salimos de esta por la intercesión de Dios y porque el piloto era este muchacho Boulton, que era un excelente piloto (ya se retiró), luchó como un gladiador por no perder el control del avión. Y para más colmo, llegando a Nueva York había una tormenta, tuvimos que sobrevolar el aeropuerto más de una hora esperando que pasara, y como tú comprenderás, todos en ese avión desesperados por tocar tierra".
Lo mejor del vuelo a Margarita es que apenas dura media hora, lo que duró la señora contándome su  aterradora experiencia. Cuando el piloto de Laser anunció que comenzaba el descenso al aeropuerto Santiago Mariño, la señora volvió a alzar las palmas no sin antes decirme: "Oremos, hay que ponerse en manos de Dios, sobre todo a la hora del aterrizaje, que es cuando suceden más accidentes".
Menos mal que pasaría en la isla diez días antes del pánico de volverme a montar en un avión tras semejante cuento. O por lo menos eso pensé, porque al día siguiente estaba de nuevo persignándome en un avión de Laser, esta vez al lado de un desconocido indiferente a cualquier misticismo aéreo.
 Qué importa, cuando una se regresa ante una emergencia familiar, hasta pierde el miedo a volar. En la tarde del miércoles 20 de diciembre me avisaron que a mi papá lo habían hospitalizado en Caracas por una repentina pulmonía. Como no era asunto de vida o muerte, les dije a mi esposo e hijos que no tenía sentido arruinarles sus vacaciones, no nos íbamos a encerrar todos en una clínica, así que tomé sola el primer avión que me llevó de vuelta a Maiquetía sin mucha esperanza de regresar en el 2012 a Margarita, no tanto por la salud de mi padre sino porque los vuelos a la isla ese diciembre estaban copados, eso nos constaba, nosotros encontramos porque reservamos en septiembre pero semanas atrás tratamos de buscarle pasaje a mi suegra jugando con varias fechas, y fue inútil, la flota aérea comercial venezolana se ha visto drasticamente reducida de unos años para acá.
La pulmonía de mi padre fue controlada y el lunes 24 de diciembre ya los glóbulos blancos le habían bajado lo suficiente para que el doctor lo diera de alta y pudiera pasar las navidades en casa. Esa misma mañana leí en el periódico que algunas aerolíneas nacionales abrieron vuelos especiales para satisfacer la demanda vacacional. Solventada la emergencia médica y aprovechando que uno de mis hermanos se quedaba en Caracas acompañando a mis padres, entré en la página web de Laser y vi que el martes 25 de diciembre habían abierto otro vuelo a Margarita. Como no pude pagar por Internet, fui al stand de Laser en CCCT y a las cuatro de la tarde salía del bullicioso centro comercial con un pan de jamón para pasar la Noche Buena con mis padres, y un pasaje para pasar la Navidad con mi esposo e hijos. 
Puntual a las nueve de la mañana de Navidad me estaba esperando el taxi frente al edificio. Mi esposo me había advertido que lo pedí demasiado temprano, mi vuelo no saldría hasta la 1.30 de la tarde. Tenía la esperanza de como volaba sola y sin equipaje, quizás me lograría montar en un avión más temprano porque ¿a quién se le ocurre volar en Navidad? Aparentemente a media Caracas, la cola para chequearse en Laser, que seis días atrás había sido insignificante, la mañana de Navidad era kilométrica porque salían aviones a Margarita a cada hora, además de vuelos a otros destinos nacionales como  Maracaibo, El Vigía y San Antonio del Táchira. 
En la cola frente a mí había una joven pareja con unos morochos que acababan de cumplir un año. "Ya el varón está caminando y no aguanta mucho tiempo el coche", comentaban angustiados sus padres, "y cuando a los bebés les da hambre, les entra un berrinche y hay que alimentarlos a los dos a la vez". La mamá no podía hacerlo sola y el papá se tenía que encargar de las maletas en la cola, por eso le pidieron a un empleado de Laser si los podían pasar por delante por viajar con dos niños pequeños. El empleado, ocupado en pasar a quienes estaban en riesgo de perder el avión, les dijo que en Navidad no hay bebé ni viejito que valga. 
Afortunadamente a los morochos no les dio el berrinche del hambre y cuando su vuelo a San Antonio   estaba a punto de despegar, por el fin el empleado se dignó a dejarlos chequear. Por lo visto llegar temprano no paga, yo que llegué cuatro horas antes de la hora de salida de mi avión, tuve que hacer más de dos horas de cola para chequearme mientras a quienes llegaban tarde, los pasaban de inmediato para no perder sus vuelos. 
Eran casi las doce del mediodía cuando por fin pasé el control de seguridad del aeropuerto, tras engullir un golfeado y un nestea como recompensa por más de dos horas de cola, me senté en la puerta de salida, acompañada de un buen libro, a esperar que llamaran a abordar. Poco a poco fue llegando gente, vi interrumpida la paz de la lectura cuando una doña, de edad indefinida, se sentó a mi lado con ganas de hablar. La doña también compró el pasaje el día anterior, o más bien, se lo compraron, por eso no estaba segura si el vuelo era a las 11.30 de la mañana o  la 1.30 de la tarde. Ante la duda se metió cuando llamaron a adelantarse a los del vuelo de las 11.30 am. y aunque el empleado de Laser se dio cuenta del error, la dejaron chequearse con los del vuelo más temprano y: "¡Alabado sea Dios! No tuve que hacer cola. Es que el Señor me quiere, el Señor me ama, él siempre es bueno conmigo y por eso permitió que me colearan". 
No seré muy versada en teología pero me pareció una extraña lectura del amor de Dios, porque una cosa es pedir ingerencia divina para llegar con bien tras despegar un avión, y otra muy distinta agradecerla por colearse. La doña seguía jactándose a voz en cuello el ser la favorita del Señor, antes de que la interrumpiera un anuncio del personal de tierra de Laser: "señores pasajeros: el vuelo de la 1.30 a Margarita saldrá a las 3". 
Habría que armarse de paciencia, podía ser un día largo: el día anterior me encontré con una vecina del edificio quien me comentó que su vuelo de Laser de regreso de Margarita el día anterior, tuvo una demora de 13 horas. 
A la doña le sonó el teléfono y comenzó a contarle a su interlocutor de cómo Diosito la amaba tanto que la había librado de hacer cola para chequearse. Del retraso del avión no habló. Por mi parte, evitando otro cuento místico-religioso, cerré mi libro, dejé a la favorita del Señor regodeándoselas por teléfono, anhelando que esta cristiana pudiera conseguir en el Terminal Nacional un Gin Tonic decente un mediodía de Navidad. 



2 comentarios:

Nico dijo...

Sr. Adriana, que pasa que todo el mundo va a Margarita, no hay otros destinos en Venezuela con playa

Adriana Villanueva dijo...

Nico, en Venezuela hay playas hermosisimas que no quedan en la isla de Margarita, por ejemplo el archipiélago Los Roques, en estos momentos tristemente célebre porque el heredero de Missoni, su esposa y otras cuatro personas están desaparecidos cuando regresaban en avioneta al aeropuerto de Maiquetía. Los Roques es un destino turístico de primera, pero de difícil acceso para los venezolanos de a pie.
El litoral de Caracas, como a dos horas de la capital, también tiene playas hermosas, pero accesibles, porque se llega en carretera, como por ejemplo Caruao, donde hay posadas sencillas pero muy agradables.
Tanto las costas oriental y occidental de Venezuela cuentan con playas muy bellas y de fácil acceso como Morrocoy, Choroní, Playa Medina...
quizás en el exterior el destino playero que suena más es Margarita porque es una isla grande y verde, donde se concentran varias playas muy bellas, queda en avión a media hora de Caracas, hoteles y posadas de varias categorías, y hay paquetes de turismo nacional e internacional de todos los precios. Muchas familias de distintas partes del país tienen sus casitas vacacionales allá, pero es un lugar tan hermoso y agradable que algunos a la hora de "emigrar" de Venezuela, solo se animan a hacerlo a la misma Venezuela, pero a la isla de Margarita