jueves, 27 de abril de 2017

La juventud venezolana en tiempos de represión


                                                                         

                                                                                  I

Ayer mi marido, nuestra hija universitaria y yo salimos a la marcha convocada a la Defensoría del Pueblo sin despedirnos del más joven de la familia, que estaba en casa un miércoles al mediodía porque en el colegio, previendo que no sería un día fácil, suspendieron las clases. 
"Dejémoslo", dijo el padre, "Hoy juega el Barca".
A El Plantón dos días antes en la autopista Francisco Fajardo si nos acompañó con unos vecinos que tienen dos hijos de su edad, y los vi tan niños, todavía se les salen los gallos, con sus bandanas en el cuello, a la expectativa de que lanzaran bombas lacrimógenas para poder entrar en acción, que sentí que no estaban preparados para enfrentarse con unos soldados -no mucho mayores que ellos- entrenados para repeler sin misericordia cualquier tipo de manifestación en contra de la Dictadura. 
Basta recordar el lema en los cuarteles: "Patria, socialismo o muerte". 
Su padre también tuvo un bajón al ver a nuestro hijo plantado en la autopista con miles de muchachos como él, una generación de venezolanos que no conocen más gobierno que el chavismo. 
"Pensar que recibimos el año 2003 en la autopista, con la esperanza de que un régimen totalitario no se podría instaurar en Venezuela, los venezolanos no lo permitiríamos, a O.V lo trajimos en coche, no tenía ni tres años, ya tiene 17 y aquí seguimos como unos bolsas cantando: 'Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer".

                                                                          II

Cuando llegamos a la autopista a la altura de Altamira, supuse que éramos del bando de los rezagados, a lo lejos se veía la multitud cruzando bajo el puente rumbo Chacao. 
"Aquí no vino nadie" dijo mi marido descorazonado.
Cuando de repente, como cuando Jon Snow está a punto de dar la Batalla de los Bastardos por perdida y se encuentra con el apoyo inesperado del ejército de Littlefinger, apareció una multitud que venía de Petare, quienes antes de unirse a la marcha hacía la Defensoría del Pueblo hicieron una pausa para entonar el Gloria al Bravo Pueblo. Un muchacho como mi hijo, como el hijo de cualquier venezolano, alzaba en ofrenda al cielo la bandera tricolor. 
Caminamos con el contingente del Municipio Sucre, de lejos vimos al presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, marchando como uno más en la multitud. Minutos después, a la altura del CCCT, comenzamos a percibir un notable vuelvan caras: quienes segundos antes se dirigían determinados al oeste, regresaban hacia el este de manera apresurada. 
"No correr, caminar rápido", es la primera regla en caso de un ataque de gases lacrimógenos, entre otras razones, para evitar una estampida. Decían que en El Rosal estaban dándole duro a los marchistas, el helicóptero acababa de pasar rasante por donde nosotros estábamos, señal que pronto lo harían a la altura de Chacao. 
Aparecieron las viles tanquetas que entrompan a la manifestaciones, mi hija las vio, yo no las vi porque ya estaba en una colina, pegada a un muro de contención, haciendo cola por un camino de tierra para saltar una barrera. La fila cada vez era más larga, se movía lentamente. A lo lejos se oían explosiones. Quienes estábamos estancados al borde de la colina, gritábamos nerviosos: "Apúrense, apúrense". 
Mi hija había logrado saltar la barrera, mi esposo esperaba por mí para saltarla, entre nosotros tres señoras mayores esperaban su turno sin soltar su bandera de siete estrellas. La barrera a saltar no era fácil para quien ya no tuviera dieciocho años. Un gordo jadeante intentó colearse subiendo la colina a paso de gacela, sálvese quien pueda, nunca antes vi a un cobarde tan de cerca. Tampoco nunca antes vi la valentía tan de cerca, al otro lado de la barrera dos muchachos con franelas de Voluntad Popular, no mucho mayores que mi hijo, se ocupaban de ayudar a saltar a señoras torpes como yo, y a cobardes en estado de pánico como el gordo, sin temerle a la proximidad de gases y tanquetas. 

                                                                            III

Subiendo entre la multitud por la calle de la Tío Rico comencé a sentir los efectos de los gases, los ojos no me lloraban, pero la garganta ardía como si hubiera tragado lejía. La mayoría de los marchistas venían preparados con sus pañuelos con solución con bicarbonato y se tapaban el rostro con ellos. Hedía a vinagre. A lo lejos se oía el sonido de descargas: ¡Pum, pum, pum! Esto no podía estar sucediendo en mi ciudad. Pero estaba sucediendo. 
Pasando la avenida Libertador en el cruce de Bello Campo, un adolescente gemía sentado en la acera.
"Ayyyy, ayyyyy, me volvieron a dar en el pie".
La gente caminaba cada vez más apresurada, como si la fuerza de la represión estuviera a un paso nuestro, pero tenía un hijo en casa y ya saben lo que dijo el poeta que cuando se tiene un hijo se tienen a todos los hijos del mundo, y primero muerta que dejar a ese flaquito solo sentado en una acera llorando de dolor con un perdigonazo en el tobillo. 
A lo lejos mi esposo gritaba: "¡Adriana, apúrate, no te auevoneés!".
Y yo jalando al muchacho arrastrando una pierna, trataba de que le dieran resguardo en algún local en esa calle de talleres. 
"Señores por favor, protejan a este muchacho, está herido, no puede correr".
Nos trancaban la reja en la cara: "No podemos, no podemos". 
El flaco tampoco quería entrar, quería huir, estar bien lejos del gas y de las explosiones, a lo lejos se oían las bombas, pum, pum. Qué hacer. Unas señoras se unieron al rescate del chamo, fueron más efectivas que yo, detuvieron a una camioneta pick up, y con la autoridad moral que no supe imponer cuando nos cerraron las rejas en la cara, montaron al muchacho en la camioneta para que lo pusieran a salvo. 
Ahora si podía seguir mientras mi marido me regañaba: "No vuelvo a marchar contigo, tu no estás preparada para este tipo de marchas represivas". 

                                                                          IV

Una vez a salvo en casa comenzaron a entrar enemil mensajes de los distintos chats. Al hijo de 18 años de mi prima le habían dado en una pierna con el perdigón de una bomba fragmentaria. Tenía un hueco en la piel a la altura de la tibia. Le mandaron reposo por lo menos una semana. Su mamá tendrá que amarrarlo porque los efectos del perdigonazo fueron más ganas de seguir luchando hasta llegar a saber lo que es vivir en una Venezuela democrática. 
A Juan Pablo Pernalete, de 20 años, estudiante becado en la Universidad Metropolitana tanto por su excelencia académica como deportista, con saña le dieron a quemarropa en el pecho, llegó sin vida a Salud Chacao, su muerte desconsoló a toda Venezuela. 
Bueno, no a toda, a quienes reprimen y a quienes buscan atornillarse a punta de represión como que no. ¿Por qué será que se ensañan especialmente contra los manifestantes más jóvenes? ¿Cuántos muchachos venezolanos tendrán que morir a manos de las fuerzas de estado y de los paramilitares armados, antes de que en Venezuela se vuelva a retomar el hilo constitucional? 


                                                                                  V

Desde Miami tampoco llegaron noticias buenas, Marco Coello, uno de los estudiantes detenidos por el Cicpc el Día de la Juventud del año 2014 por supuestos actos de agavillamiento, al presentarse ayer en la oficina de inmigración en el estado de Florida para regularizar su estatus migratorio, lo dejaron detenido por quedarse más tiempo del permitido con su visa de visitante. 
Me consta que muchos que jamás movieron un dedo en la lucha contra este gobierno se acogieron al estatus de asilados políticos para legalizar su situación en los Estados Unidos, pero el caso del joven Marco, hoy de 21 años, que para el momento de "La Salida" ni siquiera se había graduado de bachillerato, es uno de los más emblemáticos casos de presos políticos en Venezuela ya que tanto él como sus padres -profesores universitarios- se negaron a ceder al chantaje del régimen. 
Al momento de ser capturado por el Cicpc, Marco apenas se estrenaba en las marchas, la mamá de un amigo llevó a los muchachos. Pariente de una mis mejores amigas del colegio, Marco fue torturado por sus captores buscando que firmara una confesión responsabilizando a Leopoldo López de los destrozos de la Fiscalía. No lo lograron. Su estado anímico tras varios meses detenido era tan precario, que terminaron liberándolo con régimen de presentación, durante el cual el joven logró escapar a Miami.
(Terminando de escribir este artículo me entero que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Miami ya liberó a Marco de su inesperada detención).  
Marco no aspiraba ser ni mártir ni héroe, a él le tocó serlo como puede tocarle a cualquiera de nuestros muchachos por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado ante las fuerzas del orden parcializadas con un proyecto político. Como le han tocado esos malditos tiros de gracia a tantos jóvenes venezolanos que solo eran culpables de estar en la línea de fuego de la represión.  

                                                                               VI


Esta intensidad no pretende ser una radiografía de la actual juventud venezolana, tan diversa como cualquier juventud en cualquier otro país del mundo: los hay guerreros dignos herederos de la Generación del 28, como también los hay abnegados como los estudiantes de medicina que socorren a los heridos durante las marchas, sin dejar por fuera a los jóvenes soldados que juran fidelidad a la revolución. También los hay indiferentes, o más timoratos, o los que solo piensan en la rumbita, o los que tienen que trabajar para ayudar en sus hogares, o los que se fueron y sueñan con regresar, o los que se fueron y ya no se sienten venezolanos, o los que sueñan con irse... y por supuesto, aquellos que crecieron creyendo en revoluciones, y todavía apuestan por el proceso socialista del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, bajo el mando del ciudadano presidente Nicolás Maduro Moros.
También hay los muchachos que a pesar de haber sido criados en la doctrina rodilla en tierra, hoy reniegan de ella ante la ira de sus padres: hace unos días se hizo viral el tuit de una muchacha a quien su papá le había dicho algo así como: "Ojalá te maten por andar marchando". 
Un muchacho le contestó en menos de 140 caracteres: "El mío me dijo, si te meten preso no te voy sacar, por mariquita guarimbero".
Por eso el héroe más improbable de la intensa jornada de ayer resultó siendo el hijo del mismo Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, precisamente a cuyo despacho se dirigía la marcha antes de ser reprimida. 
El joven Yibram Saab, de la misma edad de Juan Pablo Pernalete, le escribe a su padre: "Pude haber sido yo". 
Yibram asegura haber estado en la marcha que ayer se dirigía a la Defensoría, marcha pacífica exigiendo retomar el hilo constitucional y la libertad de los presos políticos. El hijo del Defensor del Pueblo experimentó en vivo la represión militar, por eso aboga ante su padre -que hasta ahora no se ha manifestado más que para favorecer los intereses del Gobierno- que con los valores que dice que le inculcó: "poner fin a la injusticia que ha hundido el país". 
Ojalá que Tarek sea mejor padre que los desalmados padres de los apóstatas tuiteros.

                                                                                  VII

En la noche no nos escapamos del regaño de nuestro hijo menor: "Para la próxima avisen, no vuelvan a marchar sin mí". 

                                                                             

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